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Columna
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Un asunto infantil

Enric González

Es muy interesante recibir una educación cosmopolita. Ya saben: habituarse a otros idiomas, conocer otras culturas, moverse por ambientes muy distintos. En este sentido, los críos del Raval barcelonés deberían tener ventaja sobre los de cualquier otro sitio. Pero no es el caso. En el Raval, además de prostitutas, camellos, turistas calentorros, manguis y demás personal habitualmente retratado en la prensa, viven unos 5.000 críos menores de 14 años. Su procedencia es tan variada como el barrio, entre cuyos 47.000 habitantes se cuentan más de 50 nacionalidades. Son, por circunstancias sociales muy obvias, chavales propensos a la nostalgia, al desarraigo y, con el tiempo, a la marginación.

El objetivo de Braval, en el Raval barcelonés, no consiste en salvar almas, sino en resolver urgencias muy concretas y materiales

Hay varias entidades dedicadas a echar una mano a esos críos. De hecho, el Raval es un hormiguero de entidades. Para el Ayuntamiento de Barcelona son muchas, demasiadas: considera que la proliferación de centros asistenciales genera un "efecto llamada" y atrae hacia el barrio a todo tipo de infelices. Es posible. Cabe preguntarse si sería sencillo desplazar hacia otras zonas de la ciudad los centros que ayudan, por ejemplo, a los toxicómanos. Cabe preguntarse también si tendría sentido instalar un centro de apoyo educativo para inmigrantes en Pedralbes. En fin, el Ayuntamiento tendrá sus razones.

Hablábamos de los críos. No crean que lo más difícil, en el Raval, es ser un niño inmigrante o hijo de inmigrantes. Quien ha visto a sus padres emprender la tremenda aventura de la migración ha visto ya una demostración de voluntad y de ánimo, y ésa no es una mala lección para empezar. Los educadores de la zona consideran que, en general, son los niños españoles (algo más del 50%) quienes suelen llevarlo peor: están más resignados a su suerte.

En Braval, una de las entidades asistenciales del barrio, se ocupan de la integración de niños y jóvenes españoles y extranjeros. Por explicarlo rápido, les atraen con deportes y actividades extraescolares, les enseñan a convivir e intentan que, ya puestos en ello, estudien. Braval es del Opus Dei, lo cual puede suscitar cierto recelo a según quien. El Ayuntamiento de Barcelona les ha denegado este año la subvención porque sólo trabajan con chicos (tienen otra cosa para chicas y mujeres jóvenes, llamada Terral), y eso no se aviene, al parecer, con las directrices municipales sobre integración sexual.

Tampoco es que la subvención recibida en años anteriores fuera para tirar cohetes. En 2008 ascendió a unos 3.000 euros. Teniendo en cuenta que Braval paga unos 8.000 euros anuales en concepto de alquiler de equipamientos deportivos municipales, sólo significa que el Ayuntamiento hará aún más negocio en el presente ejercicio.

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Vale la pena visitar las instalaciones de Braval, fundada en 2002 en la calle de la Cera, para ver el Raval desde abajo, desde el punto de vista de los niños. Tiene sus símbolos cristianos, su capilla y su placa dedicada a Escrivá de Balaguer, pero el barullo (las idas y venidas de los chavales, la limpieza de las camisetas deportivas, la manutención de los ordenadores) y la mezcla (chicos procedentes de 30 países, con 10 idiomas distintos y nueve religiones, sin contar con los no religiosos) generan un cierto ecumenismo. En cualquier caso, el objetivo de Braval no consiste en salvar almas, sino en resolver urgencias muy concretas y materiales. Su director, Pep Masabeu, un tipo tremendamente pesado cuando se trata de conseguir cosas para sus chavales (casi 250 este ejercicio), es pedagogo. ¿Sus máximos orgullos? Que seis de sus críos hayan llegado ya a la Universidad, que una cincuentena hayan encontrado trabajo regular, que varios de ellos se hayan convertido a su vez en voluntarios para ayudar a los que están llegando.

En el Bronx neoyorquino existe un centro similar, el Cretona, también del Opus. Lo visité hace unos años. Pregunté a un voluntario (numerario del Opus Dei) si los chicos, de entre 10 y 18 años, tenían que ir a misa. "¿Misa? Mi trabajo consiste ahora mismo en evitar que ese cabronazo de ahí (y señaló con una sonrisa a un chavalín que tendría 11 o 12) acabe robando en las iglesias pistola en mano, e intentaré que estudie y se imponga un mínimo de autodisciplina; a partir de ahí, él sabrá". La idea viene a ser ésa.

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