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Columna
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¿Son necesarios los partidos políticos?

Joan Subirats

Hace unos años preguntarse por la necesidad de los partidos políticos en democracia se hubiera considerado una excentricidad. Las cuatro reglas de la democracia incluyen elecciones periódicas para elegir a parlamentarios y gobernantes, voto libre y secreto, posibilidad de recambio en el poder y pluralidad política expresada en partidos políticos que aseguren competencia de propuestas y valores. Pero la democracia no son solo reglas de selección de élites, es también sinónimo de justicia social y de igualdad. Y todo ello ha de ser puesto al día. Al día de Internet, al día de las redes sociales y al día de una pérdida del equilibrio entre poderes públicos y mercados que está generando una significativa crisis de legitimidad de las instituciones representativas. Y entre esas instituciones, les guste o no, están tambien los partidos políticos.

La deslegitimidad afecta a todos y es comprensible dada la cerrazón institucional que ha caracterizado su tarea

Los partidos nacieron en los Estados liberales como grupos de notables que en sede parlamentaria preparaban estrategias y acordaban decisiones. La lucha por la democratización del liberalismo impulsó la creación desde la esfera social de partidos de masas, partidos que pugnaron por ampliar el derecho al voto y por modificar la correlación de fuerzas claramente favorable a los intereses de los poderosos. La consolidación y formalización institucional de las democracias contemporáneas los ha convertido más en apéndices institucionales que en palancas de movilización social. Los partidos son hoy, con todos los matices que diferencian a unas formaciones de otras, estructuras pensadas en clave de conquista y ejercicio del poder, en todas sus múltiples facetas, desde una lógica electoral y representativa. Los medios de comunicación, la tecnificación de la política a través de gabinetes y asesores, y la rapidez con que todo sucede, han reforzado aún más a la cúpula de los partidos, dejando a la militancia en un papel esencialmente pasivo y redundante. En España, para reforzar la frágil democracia de los años ochenta, se les concedió el monopolio de representación e intermediación política, y ahora ello les pasa factura.

El problema surge cuando los costes de la participación y movilización política bajan enormemente al poderse canalizar muy fácilmente a través de las redes sociales, y cuando ello coincide con una creciente incapacidad del sistema político, y por tanto de los partidos, para dar respuestas a la brutal transformación que plantea el cambio de época que atravesamos. Podríamos resumirlo así: "Si no oyen nuestra voz, si no parece importarles lo que nos sucede, si no entienden nada de lo que está ocurriendo encerrados en sus instituciones, vamos a buscarnos la vida por nuestra cuenta". Y esa deslegitimidad afecta a todos, lo cual es sin duda injusto desde el punto de vista de las posiciones que cada partido defiende, pero es comprensible dada la cerrazón institucional que ha caracterizado su tarea y que les afecta a todos de manera muy parecida.

Los partidos quieren ser, por definición, vanguardia, y ahora mucha gente lo que pretende es organizar la retaguardia. Favorecer la emergencia directa, sin intermediación, de las voces de los que padecen, las voces de los que se sienten defraudados, las voluntades de cambio de quienes no ven que las instituciones y los partidos actualmente existentes puedan realmente tranformar las cosas, por muchos discursos que hagan. Los partidos seguirán teniendo su papel durante un tiempo. Sobre todo aquellos a los que ya les parece bien limitarse a seguir haciendo de muñidores de intereses y de voceros institucionales, tanto desde el Gobierno como desde la oposición. El problema lo tienen los partidos que quieran seguir manteniendo su voluntad transformadora, los no satisfechos con la marcha actual de las cosas, con la apabullante hegemonía de los intereses financieros. En este caso, no les quedará más remedio que cambiar su forma de hacer, poner más énfasis en estar en las movilizaciones y redes sociales que en liderarlas o representarlas, trabajar en las instituciones para que sean más transparentes, perder jerarquía y lejanía, ganando en apertura y descentralización: más fuerza a la gente de cada territorio, menos miedo a que distinta gente o distintos territorios decidan cosas diferentes, menos convicción de que la solución la tiene el partido. La solución vendrá por la capacidad colectiva de afrontar los problemas. Al final, los partidos tendrán más futuro cuanto menos partidos sean.

Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política de la UAB

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