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Crítica:ESTRENOS
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Apoteosis de la aventura

El señor de los anillos ha pasado, en menos de 50 años, desde la discreta aceptación de su primera edición a convertirse en lo que muchos juzgan la mejor novela en lengua inglesa del siglo XX y una de las más populares. Poco importa si lo es o no; pero lo que sí interesa es que el ciclo cuenta con adeptos urbi et orbe, un público que esperó, en su momento, la primera, trabajosa adaptación (imagen real luego posdibujada, de Ralph Bakshi), como ahora lo hace con la versión recién estrenada.

Por tanto, se impone comenzar por desbrozar qué adaptación es la que el inspirado Peter Jackson propone a su público. Y lo primero que hay que constatar es el rigor, la adultez de la adaptación: preocupado por la coherencia que debe guardar con su peculiar, oscuro mundo creador, Jackson nos devuelve una galería de personajes más heroicos que cotidianos, sobre todo los hobbits, esos seres simples, divertidos y juerguistas que son, de alguna forma, el alter ego del público normal; unos héroes absorbidos por la descomunal tarea que los empuja.

EL SEÑOR DE LOS ANILLOS - LA COMUNIDAD DEL ANILLO

Director: Peter Jackson. Intérpretes: Elijah Wood, Ian McKellen, Viggo Mortensen, Liv Tyler, Cate Blanchett, Billy Boyd, Sean Bean, Christopher Lee. Género: aventuras, EE UU, 2001. Duración: 165 minutos.

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Desde ahí, con pocas fiestas y jolgorio (aunque las haya: la espléndida fiesta de despedida de Bilbo Bolsón, por ejemplo), y mucho más dramatismo, Jackson aborda una historia que avanza en impresionante progresión dramática. Y lo que el director-guionista logra es un maridaje ejemplar: el que asocia la negrura terrible de la materia tolkiana (el poder y la obsesión por lograrlo; el esquivo destino guerrero de hombres, elfos, hobbits, trolls, orcos, magos; el sentido común convertido en heroismo... entre otros muchos) con la gran aventura de siempre, esa explicitación de que todo viaje iniciático es también un viaje en pos de sí mismo por parte de un héroe, o un grupo de ellos, como es el caso, que va descubriendo (y no siempre plácidamente) todas las facetas de su personalidad.

Pero La comunidad del anillo no sería la espléndida peripecia aventurera que es sin la otra gran característica que preside todo el filme: la plasmación de una imaginación visual espectacular y desbordante. En eso, Jackson se revela un maestro: sin que jamás desfallezca el interés, sus propuestas de un imaginario turbador sirven para arropar las vivencias de los héroes con un esplendor hasta ahora desconocido en este tipo de películas. Sólo cabe ponerle un pero: que cuando más entretenido está el respetable, la sesión se interrumpe... hasta la Navidad de 2002, el mejor síntoma de que la extraordinaria imaginación de Tolkien ha encontrado, por fin, un alma gemela capaz de ponerle rostros (¡y qué rostros!), carne y corazón a sus novelescas, deslumbrantes criaturas.

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