Proletariado antediluviano
En Mammuth, cuarto largometraje dirigido por el tándem formado por Gustave de Kervern y Benoît Delépine, Gérard Depardieu encarna a un empleado de matadero que, tras una jubilación anticipada, emprende un viaje para reclamar a los jefes de sus antiguos trabajos los papeles que le permitirán cobrar su pensión. En una de las secuencias, resuelta con un extremo plano general con la cámara fija, el personaje está en la puerta del edificio de uno de esos viejos empleos, hablando con la recepcionista a través del interfono. Este la comunica que esa empresa ha dejado de existir y que ahora el edificio es la sede de una compañía dedicada a la animación digital. No le abre la puerta, pero le sugiere que, para comprobarlo, entre en la Red y visite su sitio en Internet. "¿Sitio? ¿Qué sitio? ¡Si estoy en el sitio!", exclama el personaje. El momento no solo resume la estética Kervern & Delépine -un modelo de comedia casi cubista, donde es el encuadre lo que crea el sentido y propicia una relectura de la lucha de clases como slapstick terminal-, sino también su ética y el sentido de la película: el proletariado es una forma antediluviana, aparatosa, fuera de lugar en un presente donde el capital ha sabido adaptarse al medio, desarrollar sofisticadas técnicas de camuflaje, conquistar la invisibilidad, la inmaterialidad...
MAMMUTH
Dirección: G. de Kervern y B. Delépine.
Intérpretes: Gérard Depardieu, Yolande Moreau, Isabelle Adjani, Miss Ming, Blutch, Benoît Poelvoorde. Género: comedia. Francia, 2010.
Duración: 92 minutos.
Kervern y Delépine son los únicos practicantes europeos de una comedia airada de combativo mordiente ideológico: su anterior Louise-Michel (2008) abrazaba un desesperado humor negro que aquí se troca por un lirismo anarco -la única salvación posible está en la libertad individual-, que algunos han querido confundir con sentimentalismo. Abundan los momentos gloriosos -el contagio de llantos en la cena del restaurante de carretera- y da la impresión de que los cineastas, que quizá añoren películas irrepetibles como Themroc (1973), de Claude Faraldo, han querido, con su elección de casting, devolver a Gérard Depardieu algo del aura libertaria que tenía en Los rompepelotas (1974).
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