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11-S: Material sensible para la ficción

En la última década un buen número de novelas han tratado, con resultado desigual, los atentados del World Trade Center

Aunque se trataba de un trabajo de encargo para una revista de viajes, E. B. White probablemente fue el primer autor que imaginó el 11-S. En su ensayo en Esto es Nueva York (Minúscula) publicado en 1949 escribió: "Una escuadrilla de aviones poco mayor que una bandada de gansos podría poner fin rápidamente a esta isla de fantasía y quemar las torres, derribar los puentes, convertir los túneles del metro en recintos mortales e incinerar a millones. La intimidad con la muerte ahora forma parte de Nueva York: está en el sonido de los reactores en el cielo y en los negros titulares de la última edición". Las más de seis décadas que separan este texto del atentado a las Torres Gemelas en 2001, lo convierten en una suerte de extraña ficción trágicamente premonitoria.

En el tiempo transcurrido desde los ataques un considerable número de escritores estadounidenses se han unido a esta nómina inaugurada por White. Ellos, sin embargo, si fueron testigos del ataque y han vivido en la América post 11-S. Ken Kalfus en Un desorden propio de este país (Tusquets) elaboró una despiadada sátira para demostrar que seguía siendo posible escribir con humor después de la caída de las Torres. Claire Messud en Los hijos del emperador (RBA) -probablemente la novela que más ha vendido en EE UU, de todas en las que aparece el atentado- describe la vida de tres treintañeros el año en la Gran Manzana en el año en que los aviones se estrellaron contra el World Trade Center. Lorrie Moore también toma el otoño de 2001 como el punto de partida de Al pie de la escalera (Seix Barral) la primera novela de esta reverenciada cuentista. Pero probablemente el libro de ficción que ha tenido mejor acogida crítica ha sido Netherland: El club de críquet de Nueva York (El Aleph) con la que Joseph O'Neill obtuvo el PEN/ Faulkner.

Algunos históricos como John Updike también han atacado el tema. Aunque no incluyó el episodio real, en Terrorista (Tusquets) el gran novelista y crítico se metió en la cabeza de un adolescente de origen árabe que planea un atentado en Nueva York. El joven Jonathan Safran Foer entró de lleno en la historia con Tan fuerte, tan cerca (Lumen), un libro que terminaba con una reproducción de la serie de fotografías de una persona tirándose desde las torres, pero en sentido inverso, es decir trepando al cielo. A esta misma figura aludía El hombre del salto título de la novela de Don Delillo, en cuyas páginas todos esperaban encontrar la novela definitiva sobre los ataques. Al fin y al cabo, el tema del terrorismo en EE UU no era algo nuevo para el autor de Jugadores , a quien Martin Amis calificó como el poeta de la paranoia.

En su ensayo El arte de la Literatura y el sentido común Nabokov decía que "de vez en cuando, según discurren los acontecimientos y el paso del tiempo se convierte en un torrente de barro y la historia inunda nuestro sótanos" algunos novelistas se replantean su relación con la comunidad y comienzan a pensar en sus deberes. El autor de Lolita recomienda, no como prisión sino como residencia fija, la torre marfil que por descontado "debe tener ascensor y línea telefónica" por si uno quiere darse una vuelta. ¿Puede la ficción tratar hechos reales de tal magnitud cuándo aún está fresco el recuerdo en la mente de todos? El editor de la revista literaria N+1, Keith Gessen ha dicho que la gran obra sobre el 11 S tardará al menos 50 años en llegar. Amy Waldman la última en incorporarse a este grupo de escritores con The Submission -una novela en la que imagina que el arquitecto ganador del concurso para el monumento en la Zona Cero fuese musulmán- no considera chocante que el tema de los atentados haya entrado con tanta fuerza en la ficción.

En un ensayo publicado por la revista McSweeneys, Juliet Litman sostiene que aunque el canon de la ficción que trata del 11S ha evolucionado en estos años, estas novelas tratan de reconquistar un sentimiento de seguridad que se perdió tras los ataques. "Intentan hacernos ver el 11-S con menos dolor", escribe. "Hay una cierta urgencia en recrear retóricamente lo que fue presenciado". Quizá aquí resida una de las claves para acercarse a estos libros: su escritura parece responder más a la necesidad de los autores que de los lectores, testigos también de una historia que por irreal que pareciera, no fue ficción.

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