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Camarón, tres años de un mito

La tumba del cantaor en San Fernando, lugar de peregrinación para gitanos y payos

Amelia Castilla

El tiempo no lo cura todo. Dolores Montoya, Chispa, no ha vuelto a entrar en el piso donde vivió con Camarón en San Fernando (Cádiz). "Hay cicatrices que no se cierran, y en la casa hay muchos recuerdos. Todo está como lo dejamos, el 16 de marzo de 1992, cuando salimos para el hospital de Barcelona", dice Chispa. Hoy, en el tercer aniversario de su muerte, la familia, se reunirá junto a su tumba, convertida en lugar de peregrinación. José Monge ya es más que un mito. Los jóvenes llevan colgadas cadenas de oro con su imagen y sus admiradores se arrodillan ante su viuda.

Tres años después, su música también sigue sonando, Camarón nuestro, su obra póstuma, ha vendido más de 80.000 copias y en el mercado hay más de 20 compactos con su producción. Ricardo Pachón, productor de algunos de sus discos, asegura que queda muy poco material inédito del cantaor desperdigado por ahí. Uno de los escasos temas desconocidos del cantaor se incluirá en la segunda parte de Los gitanos cantan a Lorca. El álbum se completará con las voces de Manzanita, Pata negra y La Macanita.El movimiento de la industria musical es sólo un reflejo de las pasiones que levanta. El cristo de los gitanos siempre tiene flores frescas. Unos le rezan, otros se arrancan por soleares y algunos le llevan al niño enfermo confiando en sus poderes curativos. El récord de permanencia lo tiene un cantaor de Huelva, que se tiró una semana en el cementerio acompañándole; durante el día se plantaba frente a mausoleo y le hablaba despacito.

Chispa conoce otros casos, igual de fuertes, que demuestran la admiración que levanta su marido. Ella, que, en cierta medida, se ha convertido en receptora de las muestras de cariño de sus admiradores, también está sorprendida. "Cuando voy por la calle y se me ponen de rodillas no sé qué decir. Tampoco sé qué hacer cuando me piden autógrafos".

En la Isla de San Fernando, una localidad gaditana de 85.000 habitantes, todos son sobrinos de Camarón. Los vecinos de José Monge nunca sospecharon que aquel muchacho rubio que irradiaba sencillez llegaría a convertirse en un mito. Ahora muchos presumen de haber tenido algo que ver con el elprincipe de los gitanos. El muchacho que hace señas al recién llegado para que aparque el coche en un hueco de la calle dice que es su sobrino. Luce una llamativa camisa de seda morada que le regaló su tío y está dispuesto a venderla por mil duros". "¿Camarón? yo me he criado con él y juntos cogíamos cañaíllas", asegura un albañil a pie de obra. También la señora que se para ante la tumba del cantaor para rezarle una oración cuenta que le conoció de niño. "Era un rubio precioso. Le recuerdo bajando por la calle Jardincillos de la mano de su madre. ¡Qué lástima, tan joven!", se lamenta la señora antes de seguir su camino.

Paco Romero, de 44 años, encargado del cementerio de San Fernando, reconoce que ha tenido que morirse para que él descubriera que era un personaje insigne. "Al cementerio llega gente de todo el mundo. Franceses, italianos, suecos y hasta japoneses han pasado por la tumba de José. Unos le rezan una oración, pero otros le dejan zapatos, camisetas y hasta unos pantalones. La gente viene durante todo el año en un goteo permanente, pero es en las épocas vacacionales cuando más se nota la afluencia de peregrinos", asegura Romero.

La Feria de Sevilla o los mercadillos que se instalan por la zona, en los que la mayor parte de los vendedores son gitanos, son también dos puntos de referencia importante en la afluencia de visitas. Los empleados del camposanto aseguran que han llegado a ver autobuses enteros de turistas que entraban al cementerio. En el recuerdo queda también el caso de una argentina que se tiró todo un año visitando la tumba los fines de semana o la fiesta que montaron un grupo de gitanos armados con guitarras.

Cada mañana, desde hace tres años, Emilio Monge, el hermano mayor del músico, se ocupa del cuidado de la tumba. Chispa -la viuda vive ahora con sus cuatro hijos, de edades comprendidas entre los 5 y 16 años de edad, en La Línea, donde ha montado una mercería que ella atiende personalmente- pasa por el cementerio al menos una vez al mes. Los flamencos tampoco se han olvidado del amigo. A José Menese, Rancapino, Tomate y Paco de Lucía se les ve por allí de vez en cuando.

El barroco mausoleo. lo componen una escultura de Barraquero, bordeada por un arco y cuatro farolillos. Todo de granito. Es el monumento más alto del camposanto. Se ve incluso desde fuera del cementerio, como quería su esposa. Ella ha pagado la mayor parte de la obra, valorada en unos doce millones de pesetas; el resto se cubrió con la recaudación de una corrida en la que participó Curro Romero.

La visita tiene otras paradas obligatorias. La Venta Vargas, donde inició su carrera, es su santuario. La última fotografía incorporada a la pared, plagada de instantáneas del artista, es una imagen del puente de Zuazo abarrotado de gente con el féretro de Camarón a hombros. "Algunas personas no pueden reprimir las lágrimas; otros besan la mesa donde él se sentaba a cantar" asegura José; uno de los empleados. A la venta llegan cartas de "to el mundo" pidiendo fotografías y recuerdos del músico. Los 11.000 carteles que editaron con motivo de su muerte con la leyenda "Camarón nuestro" se han agotado y la dueña del local ya piensa en otra remesa.

Los 150 socios de la Peña Camarón se reúnen en un viejo local. Las obras de la nueva pena aun no han concluido. Manuel López Luque, el presidente de los camaroneros, reconoce que han hipotecado el edificio para poder acabarlo. Con la cuota mensual de 1.000 pesetas no hay ni para empezar.

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