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FERIA DE SAN ISIDRO

Don Dámaso dicta su última lección

Flores/ González, Esplá, Higares

Cuatro toros de Samuel Flores (dos rechazados en reconocimiento), de gran trapío y cornalones, mansos; 3% impresionante cornalón, y 6% de Manuela Agustina López Flores, con trapío, mansos declarados. Todos manejables, excepto 5º.Dámaso González: pinchazo, otro hondo trasero tendido y dos descabellos (algunas palmas); metisaca trasero bajísimo y bajonazo descarado (oreja). Luis Francisco Esplá: media (silencio); pinchazo y estocada caída (ovación y también pitos cuando sale al tercio). Óscar Higares: pinchazo y estocada delantera tirando la muleta (oreja); dos pinchazos -aviso con retraso- y estocada tirando la muleta (palmas).

Plaza de Las Ventas, 26ª corrida de feria. Lleno.

JOAQUÍN VIDAL

Dámaso González brindó el cuarto toro al público a modo de despedida, pues es el último que toreará en la feria de San Isidro. Quizá también sea el último que torea en Madrid. El fundador del toreo contemporáneo dice adiós y deja que la torería en masa desarrolle sus enseñanzas. Pero sin que él lo vea. Pues debe de ser duro contemplar cómo unos hacen lo que llaman el parón, otros se ponen a empalmar pases de pecho, aquel va de maestro, este de profesional, todos labran fortunas, y resulta que no pasan de ser un burdo plagio del toreo que inventó el señor don Dámaso, sin darse tanta importancia ni llevarse la caja de los cuartos.

Toreaba don Dámaso al primero de la tarde -una hermosura de toro, un espectáculo en sí mismo, trapío que no lo superaría la Nao Capitana con su velamen desplegado al viento; torazo cuajado, enmoriillado y hondo, lustroso en su pelaje castaño chorreao, por delante par de astas pavorosas-; toreando se lo pasaba don Dámaso para acá y para allá, igual de tranquilo que si fuera la becerrita, y decía la afición que lo hacía fuera de cacho, que metía el pico. Y era verdad. Pero esa es la escuela donde ha aprendido la inmensa mayoría de los toreros. Algunos han llegado a hacer del toreo de don Dámaso un calco, y la única diferencia apreciable sería que son más altos, más rubios y más con los ojos azules.

Lo único que no han conseguido copiarle es el toro. O sea hacerle al toro de presencia y potencia el toreo que inventó don Dámaso. Su última lección en la feria de San Isidro la dictó, precisamente, a un toro así; un torazo que dibujó Daniel Perea para La Lidia -aquella revista de los tiempos heroicos del toreo, jamás superada-, y se había escapado de la lámina para venir a este fin de siglo, sentar sus reales en el ruedo de Las Ventas y poner una nota de anmacronismo en el toreo contemporáneo.

El toreo de hoy con el toro de ayer, ¡calla, corazón! ¿Se puede entender eso? Pues sí, se puede entender viendo al veterano maestro, pequeñito y desastrado, cruzarse ante la fosca cara del torazo que rebufaba altivo echándole el aliento por encima del flequillo. Y luego le presentaba la muletilla obligándolo a humillar y pasar, el buido pitón rozándole los alamares. Y si el toro se resistia a embestir, lo retaba metido en su terreno, -excitaba su fiereza imprimiendo un movimiento pendular a la pañosa, que el toro seguía, sus astas inmensas oscilando de lado a lado, con el torero chiquitín en medio. Fue impresionante.

La corrida entera. tuvo gran emoción por los torazos que saltaron al redondel y por la valentía de los toreros. Toros mansos, de los que huyen despavoridos al sentir el castigo; toros corretones, de los que galopan espantadizos. Algunos espectadores tomaban por bravura sus arrancadas súbitas, cuando se trataba, en realidad, de la típica reacción de los toros mansos. Ven de lejos el enemigo y se lanzan a por él furiosos, pero al tenerlo cerca les entra el miedo en el cuerpo y escapan alocados. Le ocurrió a Esplá en el quinto, que se le arrancaba de parte a parte de la plaza, posiblemente porque lo creía desarmado y desasistido, y entonces el torero aceptaba el ataque, le ganaba la cara, prendía el par de banderillas y salía de la suerte andandito, en tanto el toro acusaba el castigo y buscaba el refugio en otros pagos.

Un alarde de facultades, mas también de conocimiento de los toros y de los terrenos desplegó Esplá en ese tercio de banderillas. Sólo que las enganosas reacciones del toro equivocaron al público y tomándolo por bravo -cuando en realidad desarrollaba traicionera mansedumbre- minusvaloró el trasteo dominador que le dio el diestro.

Hubo toros mejores. Por ejemplo el segundo, cuya nobleza estuvo por encima de los derechazos desligados que le instrumento Esplá. O el tercero, boyantón, aunque muy dificultoso pues no paraba de gazapear. Óscar Higares consiguió quitarle el vicio por el procedimiento de ejecutar un toreo muy hondo y muy serio. Sus tandas de naturales, largos y templadísimos, provocaron clamores, y aún se permitió el lujo de desplegar toda la teoría del ayudado en su versión más pura. Estuvo a punto Higares de salir por la puerta grande, y lo hubiese conseguido, seguro, si no llega a precipitarse en el sexto toro, al que quizá por este motivo ya no templó.

Todo el mundo lo lamentaba, porque esa habría sido la mejor rúbrica al gran espectáculo que constituyó la corrida entera. Una corrida, además histórica, en la que había dictado su última lección magistral el fundador del toreo contemporáneo. Aunque, quién sabe: quizá el día menos pensado vuelva. Y se ponga otra vez delante de un torazo pintado por Daniel Perea, y reemprenda las clases con aquel famoso "Decíamos ayer...".

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