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EL CONCIERTO DEL VERANO

Los Rolling Stones demuestran en Málaga que siguen siendo los grandes señores del rock

La banda británica actuó ante unas 50.000 personas, entusiasmadas por el espectáculo

Diego A. Manrique

Alrededor de 50.000 personas acudieron anoche al tardío comienzo de la gira española de los Rolling Stones. Un espacio cercado del puerto de Málaga fue su escenario, situado de tal modo que parecía talmente que la actuación del grupo formaba parte de las atracciones de la feria del barrio de Huelin. Costó hacer creer al respetable que esta vez la cosa iba en serio. La presencia de Mick Jagger y compañía en los medios hizo milagros: en las últimas horas se aceleraron las ventas y se aproximó al lleno. El primer concierto español de Bridges to Babylon logró seducir por su eficacia y brillantez.

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Labios rojos y dinero

A las diez en punto, una explosión sacudía a los asistentes, que inmediatamente brincaban de gozo con Satisfaction. La ovalada pantalla gigante de vídeo reflejaba las peculiaridades indumentarias del cantante y sus dos guitarristas, Keith Richards y Ronnie Wood. De hecho, la nitidez y la imaginación de la realización visual son dos de las grandes bazas de esta Bridges to Babylon Tour.Funciona también el truco irlandés (U2) de trasladarse al centro del campo para darse un baño de multitudes y demostrar que también pueden engatusar sin necesidad de alardes luminotécnicos. La crudeza de la versión del Like a Rolling Stone, de Dylan, evidenció que también se la juegan y que pueden quemar cartuchos por una audacia.

Ardientes

Como siempre, los espectáculos de los Rolling Stones suben el listón dentro de la industria musical. Pero tan deslumbrante despliegue no debe ocultar lo básico: en una buena noche, este grupo quema. Quema su intensidad y cura su profesionalidad.Con profesionalidad resuelven la explicable demanda por sus clásicos de los años sesenta y los setenta. Las canciones más juveniles, a miles de años luz de su actual realidad, son despachadas con eficacia. Por el contrario defienden con ceñuda energía su último repertorio. Desde luego, los Rolling Stones no graban simplemente para cumplir las cláusulas de su generoso contrato con Virgin: lo hacen para desentumecerse y autoconvencerse de que todavía son un proyecto vivo.

De su vitalidad dan cuenta miles de detalles. El gozo con que Keith Richards acuchilla su guitarra en cuanto tiene hueco para dejar su marca. Las fugaces sonrisas de esa máquina de ritmo elemental y prodigiosa que se llama Charlie Watts. La fuerza que Mick Jagger exhibe en los papeles más teatrales. El fervor que parece contagiar a los músicos contratados, del saxofonista Boby Keys a la vocalista Liza Fisher.

Evidencias

En estos tiempos, resulta casi obligado manifestar civismo respecto a todo lo que rodea a los Stones. Una situación afeada por el desmelene de los medios en busca de imágenes o declaraciones, el consabido pasmo respecto a las condiciones que imponen a los promotores para sentirse cómodos en camerinos y alojamientos. En fin, todo el folclor que acompaña a las giras de las superestrellas.Finalmente, los sarcasmos son reacciones automáticas frente a semejante prodigio: ya en su cincuentena, estos músicos poseen una discografía inmensa, la legitimidad histórica, el savoir-faire de los viejos diablos.

Cuando esto se manifiesta ante un público receptivo, como el que se reunió ayer, sólo queda confirmar que Rolling Stones es sinónimo de rock. El mejor rock posible en este final de siglo.

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