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Reportaje:

Trescientos años de archivo universal

La Biblioteca Nacional conmemora su fundación con la mirada puesta en los retos que plantean la agonía del papel y los recortes económicos

Entre aquellos 6.000 volúmenes traídos de Francia por Felipe V y cuyo sostenimiento se confiaba a finales de 1711 a los impuestos sobre "tabaco y naipes del Reino" y los 110.000 amigos de la Biblioteca Nacional de España que hoy ha superado en su página de Facebook median tres siglos de adaptación a los tiempos de una institución que aún hoy, pese a la plena implosión de la galaxia Gutenberg o gracias a ella, aspira a atesorar todo el conocimiento tangible. Exposiciones de códices de Leonardo, muestras itinerantes, recitales de música, sellos postales conmemorativos, congresos de hispanistas y reuniones de premios Cervantes servirán para celebrar el tricentenario de un gigante en una encrucijada conceptual durante 12 meses (y con un presupuesto de 1,656 millones).

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Porque si una conmemoración siempre es una celebración del pasado, también invita a cuestionarse el futuro: ¿Le interesará a alguien no ya dentro de otros tres siglos, sino en, pongamos, 50 años conservar los 28 millones de documentos que se reparten entre el mastodonte del paseo de Recoletos y el moderno depósito de Alcalá de Henares, depositario del 65% de los fondos? ¿Solo los incunables? ¿O también los libros antiguos, los viejos a secas y los recién editados? ¿Y qué hacer con discos y DVD?

Al término de una reunión de la comisión conmemorativa, la científica Margarita Salas, presidenta del patronato, opinaba en la sede de la BNE que la conservación es más necesaria que nunca. Y que como respuesta a todas las preguntas basta una sola palabra, digitalización, que se ha convertido en la última década en clave para una institución que recibe cada mes 20 toneladas de papel y cada año casi 900.000 documentos nuevos (cifra que va descendiendo como corresponde a estos tiempos de la nube virtual).

Hasta el momento se han escaneado 53.000 documentos, los más valiosos, para ponerlos a disposición de los usuarios de la web de la BNE a través del programa de la Biblioteca Digital Hispánica. Una cantidad que podría resultar insignificante frente a datos de mareo como el que cifra en 500.000 metros la suma de todas las estanterías, pero que a la directora de la institución, Glòria Pérez-Salmerón, le parecen "un buen comienzo". Tampoco "merecen ser digitalizados" todos los documentos, palabra mágica que engloba desde un beato de Liébana a un episodio nacional o una representación en VHS de Animalario.

"Estamos en el camino de una biblioteca híbrida, en la que convivirán las dos realidades. Los nuevos soportes no implican la muerte de los tradicionales", argumenta el académico Darío Villanueva, patrono de la BNE y director del consejo científico de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. "En un futuro en el que tenderán a desaparecer las librerías físicas domésticas, tiene más sentido que nunca una gran biblioteca que atesore todo lo publicado".

Villanueva se ha sumergido en los devenires de tres siglos como encargado de la coordinación del libro conmemorativo sobre la BNE, que vendrá a completar el solitario trabajo publicado en 1996 por Manuel Carrrión Gútiez (fue director técnico y es autor del ineludible Manual de bibliotecas) y tendrá su versión "para los lectores" en un recuento manejable que prepara Andrés Trapiello. "Será una celebración del libro en los tiempos de canto del cisne del papel", señala el escritor.

En ambos se contará también la historia de las sedes de la BNE, desde aquel pasadizo del Alcázar, al convento de la Trinidad de la Calzada, la casa del Marqués de los Alcañices o la actual, que recibió los fondos en 1895 ?tras décadas de idas y venidas sobre un proyecto de Antonio Ruiz de Salces? con la colaboración del ejército y una vez que se hubo desechado el descabellado plan de crear una cadena humana para trasladar los libros por Madrid.

Estos tres siglos conforman un trepidante relato de transformaciones como la de 1836, que convirtió la Biblioteca Real en Nacional y por tanto, en abnegada depositaria del acervo cultural español (aun hoy una copia de todo lo editado acaba aquí). Y de guerras, claro, como la del 36, que provocó el cierre de la BNE y dejó huellas, también físicas. Entonces, la cabeza de la estatua de Lope de Vega rodó tras un bombardeo, los fondos se trasladaron a los sótanos y 99 cajones con las joyas más preciadas se evacuaron a Valencia.

Hoy, la BNE, condenada como Atlas a seguir caminando pese a llevar el mundo a cuestas, se enfrenta a los desafíos de su futuro con un presupuesto de 42,7 millones, cantidad cuatro veces menor a la asignada a la Library of Congress de Washington, la primera de una liga en la que la española se mide con las grandes del mundo, como la National Library o la Biblioteca Nacional de París. A esta tozuda realidad se une la reciente decisión de rebajar por razones económicas la categoría de la BNE; de dirección general dependiente del Ministerio de Cultura a subdirección general (aunque mantiene su carácter de organismo autónomo, otorgado en 1991).

No pareció el mejor augurio para un cumpleaños tan señalado. Además, provocó en mayo de 2010 la salida airada de la anterior directora. Milagros del Corral, mujer de carácter, la cuarta en ocupar el puesto tras tres siglos y 50 directores y bibliotecarios mayores, se lamentó entonces de "ver a la BNE en la lista de las 32 direcciones más inútiles". "Creo que fue un error", explicaba hoy, "pese a que entiendo que este es momento de otras prioridades. Es primordial que se recupere la independencia".

El nombramiento de Pérez-Salmerón, que era miembro del patronato y de la comisión permanente (que es como decir, cercana a la casa, sin ser de la casa), sirvió para apaciguar los ánimos de una organización que emplea a 1.000 trabajadores. También afianzó una tendencia a designar a bibliotecarios como directores, frente a los años en los que se designaba a escritores de relieve social (Luis Alberto de Cuenca Jon Juaristi, Rosa Regàs o Luis Racionero) para un puesto ocupado en tiempos por Menéndez Pelayo, Tamayo y Baus o Bretón de los Herreros.

"Es bueno para la BNE que tomemos las riendas los expertos ajenos a los vaivenes políticos", explicaba el jueves en su despacho Pérez-Salmerón, que si bien entiende las razones de su antecesora, cree que la institución puede funcionar "a la perfección" como subdirección general. Mientras Pérez-Salmerón se mostraba confiada el jueves en su despacho de que el cambio de legislatura no afectará a "la confianza que el patronato" tiene depositada en ella (la ministra ha ido más lejos al afirmar que "la perspectiva de unas elecciones no significa que todo se detenga"), la vida seguía en la solemne sala de lectura.

En ella, investigadores, aspirantes a escritores, estudiantes o lectores se someten con resignación a las reglas: el silencio solo interrumpido por el rechinar de las suelas de goma y unas crecientes normas de seguridad, endurecidas tras el escándalo del ladrón de la biblioteca, que sustrajo con la ayuda de un cúter entre 2004 y 2007 una docena de valiosísimos mapas. Aquel episodio, que provocó la dimisión de la directora, Rosa Regàs, aún está presente en el ánimo de los trabajadores de la BNE, pese a que se recuperó la mayor parte de los mapas.

Así lo demuestra el reciente sobresalto que supuso la incautación de unas cuchillas en poder de un investigador. La alarma resultó inquietante, aunque falsa; se revisaron los registros consultados por el tipo y todo seguía en su sitio. El alivio fue general: entre estas recias paredes la integridad de los libros es cosa muy seria. Como la unidad de una biblioteca, que siempre es mucho más que la suma de sus partes, por muy nacional y tricentenaria que sea.

Vídeo: BNE
En su entrada principal, de estilo neohelenista, la Biblioteca Nacional (BNE) acoge a un huésped de honor: don Marcelino Menéndez Pelayo. Además de filólogo, poeta, historiador, el santanderino fue director de la BNE entre 1898 y 1912.
En su entrada principal, de estilo neohelenista, la Biblioteca Nacional (BNE) acoge a un huésped de honor: don Marcelino Menéndez Pelayo. Además de filólogo, poeta, historiador, el santanderino fue director de la BNE entre 1898 y 1912.BERNARDO PÉREZ
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