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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Van Morrison y las tormentas sobre Belfast

Un viejo irlandés con pinta de trotamundo comenta en un bar que siempre que Van Morrison canta, llueve en Belfast. El camarero lo pone en duda y el grotesco personaje saca el móvil, marca un número, y sin saludar pregunta: "Its rainning?". Mira al camarero y dice con firmeza. "Siempre llueve".

Tal vez lloviese en Nueva York durante las 48 horas que le llevó al León grabar Astral Weeks en 1967. Tenía 22 años y era su primer disco en solitario. La misma edad que tenía Dylan cuando grabó The Freewhelin, o la que había cumplido Neruda al escribir Tentativa del hombre infinito.

Ayer no llovía. Tampoco lo hizo es su primera visita a la capital, un San Isidro de 1988, que incluyó espantada del músico a la segunda canción. Volvió. Aquello costaba 500 pesetas de la época. Ayer las localidades más caras se acercaban a los 80€.

Morrison presenta su tercer Greatest Hits, Still on Top, con el mismo sombrero, con las mismas gafas, con la misma actitud. Una chica rubia de vestido negro baila sin parar entre un público en su mayoría sentado y quieto, un joven huye de la seguridad para llegar hasta la pista. La gente parece feliz. Algunos algo menos, hubo problemas para retirar las entradas y muchos entraron comenzado el concierto.

La banda luce hermosa, tambores, violines, coristas, cuerda, vientos. Van Morrison se reserva un órgano, un saxo y la armónica. Y va repasando cuarenta años de carrera. Tiempo a Sidewalks, Magic Time y There Stands the Glass (Pay the Devil), sus últimas creaciones.

Su actitud, la misma que luce siempre. Distante, correcto, profesional. Parafraseando a Tony Soprano: "Esto no es un concurso de popularidad". Lo que la gente paga y aguanta, lo hace por arte, como los toros, como El Prado. Morrison no busca amigos, apenas saluda y no pierde tiempo entre canción y canción en un show de noventa minutos sin descuento.

Lo suyo lo hace bien, muy bien. No desprende la energía de una edad que no tiene, pero se presenta con una dignidad casi acorde al precio de la platea.

No hay otros

De las conocidas no muchas. Las necesarias. Brown Eyed Girl, Bright Side Of the Road, Moondance. Clásicos populares ajenos al paso del tiempo. Joyas de una época musical ya lejana. Las otras, preciosas sorpresas que golpean con el sabor de la primera vez.

Llegando al final se enfada con una corista y repite unos versos marcándola el ritmo correcto. Es tan ajeno al público como éste a las razones que le llevan a actuar así. Pasada la hora consigue arrancar algún silbido y poco después la primera gran ovación, levantando al público de sus butacas.

Fire in the Belly (The Healing Game), muestra las virtudes de este extraño personaje que hace tiempo afirmaba que sólo le gustaba componer. "Haría canciones para que las cantaran otros". No lo hace porque no hay otros. Lo sabe.

Se acaba el espectáculo, sin triple sobre bocina, sin despedida. Hasta otra. Baja del escenario sin quitarse el sombrero, bebe agua en el camerino y se monta en un coche que le lleva a Barajas. Vuelo privado. Despegue, cabezada y aterrizaje en el frío aeropuerto de Belfast. Acaba de dejar de llover.

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