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Un cuento en cadena firmado por ti y por Andrés Neuman

La redacción de 'Silla para alguien' ha terminado.- El primer párrafo es obra del último premio Nacional de la Crítica y el último de la escritora Cristina Grande.- Gracias a todos

Esta es tu silla, ¿ves? Por favor, ven, siéntate. Ahora despliego el respaldo, reviso las ruedas, les paso un trapo húmedo para que tus manos sigan tan blancas como siempre. Blancas, no inocentes: a ti y a mí la inocencia no nos interesa demasiado. El color blanco sí, porque es fruto del esfuerzo. Hay que cuidarlo, mantenerlo limpio. Así que la preparo, como te prometí. La he preparado, ¿sabes?, durante meses, años, no me acuerdo bien. Eso me pasa con esta silla: me concentro tanto en ella que el calendario se pone a rodar y ya no sé qué fecha es, ni hace cuánto te espero.

*

El joven Hobermann toma asiento. Un mando a distancia sobre la mesa parece decirle "pulsa mi tecla de ON y disfruta; no preocupaciones, no estrés, no más allá de ese Take Five, Dave Brubeck Quartet". Hobermann y un mando a distancia sobre una gran mesa vacía, sin curvas, sin molduras torneadas; esto es puro racionalismo, esto es simple y llana sincronía con una Bauhaus que dejó seca a media Europa.

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- ¿Qué me dice de ese mando a distancia? - pregunta Hobermann.

- ¿Debo decirle algo?

- ¿Qué sucederá después?

- ¿Dave Brubeck, Take Five? -responde el hombre de la kipá blanca.

*

- Ya. Entiendo ¿Pero puedo hacerle una última pregunta?

- Dos.

- ¿Dónde estoy?

- Querrá decir, ¿dónde estamos?

- Sí, eso.

- ¿En el avión no le dijeron nada?

- Nada.

- Mucho mejor. Ya que lo he esperado tanto tiempo...

Se quedan en silencio, tratando de no mirarse.

-Voy a hacer una excepción -dice de repente el hombre de la kipá blanca. Empuja la silla de Hobermann hasta dejarla al lado de una diminuta rendija, único punto por donde entra luz natural al recinto. Le entrega unos binoculares; casi enseguida se los retira. Camina hasta el armario y regresa con un telescopio pequeño.

-Mejor esto -le dice.

*

Mira a lo lejos, Hobermann, vislumbra. ¿Por qué te he esperado tanto tiempo? ¿Por qué las únicas referencias son tus manos blancas, tu silla y lo que veas por la rendija? Mira a lo lejos y comprende. Ayúdame a comprender... por ejemplo: ¿Por qué te hablo de usted?

-¿Qué ve? -pregunta el hombre de la kipá.

-No mucho. ¿Qué se supone que debo ver?

-Usted preguntó dónde estamos.

-Sí, pero sólo veo un campo vacío, un árbol y un muro con un portón a lo lejos.

-Ve el Sol, es de día, ahora vea su reloj -añade el hombre de la kipá.

*

Hobermann se desmoraliza. En su muñeca sólo queda una marca blanquecina.

- Lo siento. A veces olvido que no están permitidos los objetos personales.

El hombre de la kipá empuja de nuevo la silla, no puede evitar bufar al comprobar que una de las ruedas chirría. Le incomoda haber dejado pasar por alto esa clase de detalles, y también haber parecido torpe al invitar a Hobermann a comprobar su reloj.

- Sólo le diré que es un poco más tarde del mediodía.

Deja a Hobermann frente a la mesa, extiende la mano y señala el mando a distancia.

- Le toca.

*

David Hobermann coge el mando a distancia y pulsa ON. La pantalla de televisión en blanco y negro relata una escena extraña: Un hombre joven con una kipá blanca ayuda a un niño a montar una construcción. Lleva una bata blanca. El fondo sonoro es Take Five. En la sala, por todos lados, otros niños se mueven inquietos, todos llevan puesto una kipá blanca y parecen solos.

- No quiero ver más, sé qué es lo que pretende. No quiero volver.

*

- Veo que ya no le importa el pasado. Olvidar no es la mejor solución, piense en lo que les sucedió a los otros.

Hobermann permanece en silencio. No pensaba que caerían tan bajo. Aprieta sus manos con rabia hasta volver blancos sus nudillos. De repente, en la televisión uno de los niños se acerca a la pantalla y susurra una palabra indescifrable, parece triste, pero sus ojos reflejan unos rasgos humanos, una cara se ve con nitidez en su pupila negra.

- Antes dijo que podía realizar dos preguntas - dice Hobermann.

- Creo que es justo. Adelante, pregunte.

*

Hobermann pulsa el botón de pause en el mando y el niño de la imagen se detiene.

- Necesito saber qué pasó. Aquel experimento era perfecto, no había fisuras, ¿por qué salió mal?

- Eso no es una pregunta, son varias.

- Lo sé, pero antes de terminar con todo necesito esas respuestas.

El hombre de la kipá blanca se sienta en el borde de la mesa y mira a Hobermann.

- Yo soy uno de esos niños. Como ve, el experimento no salió tan mal como quisieron hacerle creer.

- ¡Malditos seáis! grita Hobermann estrellando el mando a distancia contra el suelo...

*

Hobermann se sienta en la silla. Se tapa la cara con las manos. Guarda silencio.

El hombre de la kipá prácticamente ni se inmuta. Se agacha despacio para recoger los fragmentos del mando a distancia. Lo hace con método, tomándose su tiempo.

- Mi paciencia no es infinita, como no lo es el tiempo del que disponemos. Hay ciertas premuras. Urgentes. Y se hará, por encima de usted si es preciso. Su ayuda para el experimento le cualifica, pero hay otras vías. Lo sabe ¿verdad?

Deposita los trozos del mando en la mesa y se levanta.

- ¿Quiere respuestas? Venga conmigo.

*

Bajo la fuerte luz el campo parece desgastado, blanquecino, el hombre de la kipá brilla mientras camina levantando con cada pisada una bocanada de humo, Hobermann le sigue dócilmente, se dirigen hacia el portón que descubrió antes con el telescopio. De pronto del árbol se elevan dos cuervos gritando y el portón comienza a abrirse lento y quejoso.

*

Ojalá todo fuera un sueño, piensa Hobermann. Podría interpretar los signos como ecuaciones sobre la arena: la silla blanca rodante, el mando a distancia, la kipá inmaculada, aquel saxofón eterno en el Time Out del Dave Brubeck Quartet, un pequeño telescopio, las pisadas humeantes, los cuervos que huyen, el portón que invita a entrar. Pero no es tiempo de sueños, ambos lo saben.

- En respuesta a su segunda pregunta, cierre los ojos y cuente hasta diez. -ordena el hombre de la kipá.

Hobermann cierra los ojos y cuenta mentalmente: "uno, cuatro, siete..."

*

"...diez". Sigue con los ojos cerrados y una mueca de crispación que parece una sonrisa forzada. Tiene miedo. Ya sabía lo que le esperaba cuando se atrevió a decir "No". De eso hace muchos años, y muchas veces se ha arrepentido.

-No, no -repite sin querer abrir los ojos.

Siente sobre su cabeza la mano leve, casi gaseosa, del hombre de la kipá blanca. Ahora sabe que su propia muerte y la de muchos otros que dijeron "No", que se sentaron en la silla blanca antes que él, no es una fisura en el experimento. Eran parte del experimento, necesarios para quienes aceptaron alcanzar la inmortalidad. Abre los ojos y suelta una risotada. Habrá más como él. Con la mano derecha se agarra fuertemente la muñeca adelgazada por el uso continuado de su reloj de pulsera. *

El primer párrafo ha sido escrito por Andrés Neuman; el segundo, por Álvaro Valiente; el tercero, por Juan Merino; el cuarto, por Edgar Pavia; el quinto, por Ángela Medina; el sexto, por Charo Begué; el séptimo, por Alejandro Martínez; el octavo, por Mª del Pilar Polo; el noveno, por Víctor Briones; el décimo, por Fernando López del Hierro; el undécimo, por Javier Prats. El duodécimo y último párrafo de 'Silla para alguien' será publicado aquí mañana a las 12.00, hora peninsular española (10.00 GMT) y es obra de la escritora Cristina Grande . Tras un proceso de edición, en las próximas semanas 'Babelia' publicará en su edición de papel el cuento íntegro. Visita el blog de 'Babelia', Papeles perdidos, para disfrutar de la Feria del Libro de Madrid

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