Mareo, desplome y retirada de María Vasco

Ayer no eran ostras con champán, sino una variación en sopa de mango, kaki y tomate lo que consumían, tirados a la sombra sobre mullidos sofás los clientes de la terraza del Adlon contemplando cómo al otro lado del muro, al sol inclemente e inesperado de Berlín que achicharraba hasta a los tilos, se consumían decenas de mujeres marchando a toda velocidad sin levantar a la vez los dos pies del suelo, caderas cadenciosas y aceleradas, en busca del agotamiento. A María Vasco, una de las mejores, bronce en Sidney 2000, bronce en Osaka 2007, no le esperaba, en la mesa del avituallamiento a la que llegaba por séptima vez, más delicatessen que una deliciosa gorra fresca, repleta de hielos recién sacados del congelador y un botellín de bebida. Pero ni siquiera eso.

Cuando iba a alargar el brazo hacia la mesa donde su entrenador, Rafa Sánchez, tenía preparado el material, se oyó, "¡Vamos Mari!", el grito de José Luis de Carlos, de la federación española, animándola, porque lo necesitaba. Corría el kilómetro 14 y después de coquetear con el grupo que, lejos de la inalcanzable rusa Olga Kaniskina, una máquina que lo gana todo, luchaba por las medallas de plata y bronce, Vasco, poco a poco, se iba deshaciendo. Ya marchaba séptima entonces. Oyó el grito, giró la cabeza como para responderlo y se desplomó como un saco de patatas. Después se acurrucó junto al bordillo, bajo la mínima sombra de la mesa. Allí se quedó, silenciosa, hasta que, pasados unos minutos, se acercó un médico que la hizo levantarse y la acompañó hasta el dispensario.

Antes, habló unos segundos con su entrenador. "Me ha dicho que se ha mareado por el calor, pero que está bien, que sabe dónde se encuentra, que en ningún momento ha perdido el conocimiento", dijo Sánchez. A su lado, Josep Marín, el técnico nacional de marcha, asiente. "El calor es terrible, con el calor nunca se sabe, nunca dos más dos son cuatro cuando hace calor", dijo. "Con calor ganó hace unas semanas la Copa de Europa en Metz y con calor hoy se ha quedado. Las reacciones del cuerpo son imprevisibles".

Del calor había hablado la víspera Vasco. "Estoy preparada para el calor, física y mentalmente", dijo la atleta barcelonesa, de 33 años. "Pero este año me he entrenado menos porque al cuerpo ya le he exigido mucho muchos años, y hay que conservarlo. No somos máquinas, sólo seres humanos".

Con calor, más aún, y más humedad, Vasco terminó quinta en los Juegos de Pekín y su compañera Beatriz Pascual sexta. Ayer, Pascual, por poco tropieza con el cuerpo de Vasco cuando fue a cambiar de gorra, pero fue el único incidente de una carrera que hizo, como es su costumbre, de menos a más, conservando de entrada para darse el gustazo de ir remontando al final. Nunca ganará así, pero tampoco se hundirá. "Pero es que tampoco soy como Mari Vasco", dice la pupila de Marín. "Ella siempre sale a pelear por todo y corre más riesgos. Yo, si hubiera salido como ella, al ritmo de las mejores de entrada, también me habría hundido".

Entre lágrimas, Vasco se lamentaba de no haber hecho bien su trabajo. "Me ha tocado el día malo cuando tocaba estar bien", dijo. A su espalda, de rodillas sobre la acera, la eslovaca Zuzana Malikova, que ha terminado los 20 kilómetros la 26ª en 1h 37m, a casi 10 minutos de Kaniskina, vomita interminable un líquido denso, que se le queda pegado a los labios como una larga baba. Vacía su estómago y, lívida, busca el vestuario. Son las 13.48. 30 grados a la sombra. Los turistas, que se agolpan alrededor de la puerta de Brandenburgo, no paran de sudar y quejarse, ozú, qué calor.