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CICLISMO Tour

Secuelas de una contrarreloj

El palo de Olano, la alegría de Armstrong, la felicidad de Zülle y el fatalismo de Escartín

Carlos Arribas

Kristin, la mujer que le dará un hijo a Lance Armstrong a finales de octubre, acostumbra, los días en que su marido tiene faena, a visitar con su madre las iglesias próximas a la zona de Niza donde vive y poner cirios a variados santos. Le funciona el mecanismo, evidentemente, tan evidentemente como que de ni Olano ni de Escartín, los dos españoles más damnificados por el ciclón de Texas, se acordó la moza. O se acordó para ponerle una vela al diablo, en todo caso. En Internet, donde la mujer del ciclista lleva desde hace año y medio un diario público, se pueden leer esas cosas. Ayer lo repitió, pero ante las cámaras. De visita en Metz, le llevó la alegría y el amarillo al hombre que hace un par de años luchaba contra el cáncer de testículos. "Pero no me pregunten si estoy feliz", decía Armstrong con la radiante sonrisa y la dentadura blanca que sólo puede dar la felicidad. "Estoy tan cansado, de hecho nunca he estado tan cansado en mi vida, que no sé si soy feliz o no. He salido fortísimo y luego he ido más fuerte todavía. Total, en el kilómetro 40 estaba ya tirado. Pero he ido más fuerte aún". Más felicidad. En el coche del Banesto que sigue a Arrieta, José Miguel Echávarri disfruta como hacía tiempo que no disfrutaba en una contrarreloj. Oye referencias que le dicen que Alex Zülle, su líder, se acerca a toda velocidad. "Y ha salido seis minutos después que Arrieta", dice. Más sonrisa. Mira por el retrovisor y dice: "No es posible". A toda velocidad se acerca una moto con el faro apagado; no, no es una moto, es un ciclista sobre una extraña bicicleta, la tercera evolución de la Espada; no, Induráin no ha vuelto a correr. Es Zülle. Pasa y dobla sin mirar. Qué potencia. "Me he acordado en algún momento de la sensación de ir tras Induráin en Luxemburgo", dice Eusebio Unzue, el que iba en el coche tras Zülle, casi con miedo de parecer sacrílego. Pero Zülle, el superclase tímido, el hombre que duda, necesita como el beber refuerzos positivos; pero, no, no se le regalan los elogios para hacerle cosquillas en las orejas, no; se los ha ganado. Cree en sí mismo el corredor que tras cualquier etapa torcida, con corte o caída, entraba en el hotel voceando "ya está, el torpe de Zülle al suelo, como siempre". Se sienta en el autocar, donde le tocará esperar unas cuantas horas por si gana la etapa y tiene que subir al podio a recoger los honores de ganador y luego al control antidopaje, y habla. "Personalmente estoy muy contento con mi tiempo", dice. "Me he sentido muy a gusto. He andado muy bien en los últimos 15 kilómetros, donde da el aire de cara y es el terreno donde se ganan o se pierden las contrarreloj. Y no me pregunten que cómo voy a estar en la montaña. Todavía no pienso en ella. Antes está el día de descanso, pero no ha estado mal empezar a sacarle tiempo a Dufaux, Escartín y otros escaladores".

Escartín cojeaba. "No sé cómo andará", decía su director, Álvaro Pino, en la salida. "Lleva un par de días con la rodilla fastidiada y a ver, a ver". "Me he vuelto a fastidiar la rodilla", dice el escalador aragonés. "Pero no me desmoralizo, que ahora viene el día de descanso. En la contrarreloj he perdido el tiempo que esperaba; bueno, quizás algo más por culpa del viento de cara en los últimos kilómetros. Evidentemente no tengo la misma potencia que los especialistas". "A ver, a ver como evoluciona", seguía Pino tras la contrarreloj. "A ver si no tenemos que replantearnos el Tour y pensar más en ganar una etapa que en la general".

A Abraham Olano le esperaba casi todo el mundo de amarillo y subido al podio y se lo encontró con cara de abatimiento en la puerta del autobús. Él, el guipuzcoano, empezó a ver que su ilusión de convertirse en el primer español que ha vestido los cuatro maillots más significativos del ciclismo pasaba de largo en cuanto coronó el primer repecho. "A partir de entonces empecé a perder ritmo. Y luego, la pequeña caída que he tenido también me ha costado volver a perder el ritmo. Si no, llego en los tiempos de Zülle, porque he hecho la contrarreloj a tope. Tenía mucha ilusión, pero también sabía que las referencias que mostraba el prólogo eran verídicas, y, como se ha visto, Armstrong ha demostrado que sigue en magnífica forma". Sin embargo, lo más duro psicológicamente no fue no alcanzar el objetivo soñado, sino ver cómo él, uno de los mejores del mundo en la especialidad que debía dejar al resto de los corredores detrás de él, era doblado por uno que había salido dos minutos más tarde. "Bueno", intenta aclarar, "moralmente estoy bien. Es un palo muy fuerte. Las contrarreloj o se hacen bien o se hacen muy bien. Yo sólo la he hecho bien y he fallado. Sabía que podía suceder que Armstrong me doblara y, dentro de lo malo, mirándolo de otra forma, también ha sido bueno que el americano sea el único que se ha salido de la norma".

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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