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Crónica:
Crónica
Texto informativo con interpretación

La contrarreloj más solitaria de Olano

Cuando acabó la carrera, como gregario y con un tiempo discreto, nadie esperaba en el autobús del equipo al campeón que se despide

Carlos Arribas

Por lo menos el autobús, amarillo y enorme, se ve enseguida, aparcado a 200 metros de la meta, que otros corredores de otros equipos dan vueltas y más vueltas por las rotondas de Mâcon buscando algún signo de su equipo, alguna flecha que les dirija a su hotel. Pero cuando Abraham Olano llega al autobús del equipo no hay nadie esperándole. Abre la puerta y vocea. Nadie responde. Dentro hace fresquito. El motor está en marcha, despidiendo un calor horroroso que se combina con el de la calle para derretir el asfalto de alrededor, y el aire acondicionado funciona a pleno rendimiento. Abraham Olano llega sudando. No quiere dejar la bicicleta en la calle, donde los curiosos y los niños pidiendo gorras sudadas y bidones lameteados se arremolinan, así que la agarra por el manillar y se la sube al autobús con él. Luego cierra la puerta. Tampoco le ha seguido nadie del equipo. Un coche neutro, con un voluntario y dos ruedas, una delantera y una trasera, ha asegurado la cobertura mínima en caso de accidente.

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Abraham Olano, que ha sido doble campeón del mundo, en línea y contrarreloj, que ha sido subcampeón olímpico, cuarto en un Tour, primero en una Vuelta, ganador de innumerables contrarrelojs, incluida una en el Tour de 1997, en Disneylandia, por delante de Ullrich, acaba de terminar la última contrarreloj del último Tour de su vida. Un Tour que ha corrido como gregario, como trabajador al servicio de sus compañeros Igor y Beloki. La ha terminado pronto, al mediodía, cuando la terminan los currantes, y con un tiempo de currante, a más de cinco minutos del provisional primero, el húngaro Bodrogi. Han cambiado los tiempos. Ya no hay una muchedumbre esperándole, ya no están Manolo y el mecánico protegiéndole, ya no hay cámaras, como mucho, un par de magnetófonos de nostálgicos, un micrófono y la obligatoria televisión vasca.

Diez minutos después, Olano, duchado y seco, reposado, abre la puerta trasera del autobús, se sienta en un banco y habla. Quizás por primera vez en su vida no tiene que pedir disculpas por haber hecho una contrarreloj mala. Una situación que no parece echar de menos mucho. 'Bueno, cuando llegaba cargado de presión y con la prensa encima me pesaba un poco la situación', explica. 'Y aquí he ganado en tranquilidad, pero si siendo jefe andas bien también te gusta llamar la atención'.

'Ha sido un Tour completamente distinto a los demás, a los otros siete que he disputado, en los que siempre he venido como medio jefe y con bastante responsabilidad', dice. 'No es que en este Tour no haya tenido responsabilidad, pero ha sido una responsabilidad distinta. Cumples con tu trabajo, con lo que te mandan y luego dejas rematar a los demás. Además, quizás de una forma innata, estaba muy bien preparado para mi cometido, que era controlar, vigilar y aconsejar a Beloki e Igor en el llano'. Abraham Olano recuerda otros Tours. Algunos, como éste, con una alegría especial. 'Por primera vez mi equipo ha ganado la clasificación de equipos, por lo que, por fin, subiré al podio de París, que es lo mejor que me podía pasar para despedirme, y además hemos ganado la contrarreloj por equipos, que ha sido una gran satisfacción, y ganamos el maillot amarillo, y fuimos felices, como se vio en el podio de la etapa de aquel día', dice. También el Tour le ha dejado malos recuerdos. 'Pero el peor que tengo es el de la etapa de Pamplona del Tour del 96, que yo iba segundo y Rominger tercero y el jefe mandó a Etxabe y Arsenio atacar en el Marie Blanque, que era lo peor que nos podía pasar. Acabé octavo', dice. Aquel año, cuando aún era joven, estuvo más cerca que nunca de un podio que nunca llegaría a subir. 'Aunque en aquellos momentos siempre pensaba, siempre tenía la ilusión, de que se iba a presentar otra vez la oportunidad'.

A diferencia de Jalabert, que ha convertido cada etapa de su último Tour en una vuelta al ruedo por los pueblos de Francia, la despedida del Tour de Olano ha sido voluntariamente discreta, aunque no por ello triste. 'Ha habido momentos de emoción, instantes en que se me ponía la carne de gallina, como cuando he subido por última vez los puertos míticos de los Pirineos, el Aubisque, el Tourmalet', dice. 'Pero me voy alegre, porque, con 32 años, quizás sea veterano para la vida en bicicleta, pero para la vida importante, para la familia, para todo, soy joven'.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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