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Reportaje:SUDÁFRICA 2010 | La caída albiceleste

Las emociones de Maradona no bastan

Argentina lleva 20 años y cinco técnicos muy por debajo de las expectativas

Diego Armando Maradona estaba convencido de que, con el selecto grupo de delanteros del que disponía Argentina y el control emocional del vestuario, el título caería por su propio peso. Lo primero no era mérito suyo, sino una mera casualidad contar con Messi, Higuaín, Agüero, Milito y Tévez. En el otro apartado, sí. Ahí volvía a sentirse el número uno cuando arengaba a la albiceleste tanto en su conjunto como a nivel individual. Minutos antes del desastre ante Alemania, en el estadio Green Point, El Pelusa volvió a sentirse el rey: fue a inyectar uno por uno a sus jugadores el último puyazo emocional. A cada uno, lo suyo. "¡Puto, puto, puto!", gritó al visceral Heinze, según recogieron las cámaras de Canal +. "Acordate de tu papá", repitió a Mascherano mientras a Messi le acunó con susurros muy delicados. No hubo ni un solo conflicto durante la concentración. Todos se sentían queridos. Maradona los cuidó como si fueran sus hijos. Y ellos respondieron ganando a Nigeria, Corea del Sur y Grecia antes de tumbar a México en los octavos de final. Cada triunfo lo celebraron como si ya tuvieran agarrada la Copa. De manera frenética y exagerada.

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Pero llegó Alemania y desnudó todo el andamiaje de Maradona. O la ausencia del mismo. Había llegado a Sudáfrica sin una idea de cómo quería jugar, escocido por las críticas al fútbol tan defensivo en la fase clasificatoria. Y decidió que añadiría un tercer delantero, Tévez, en compañía de Messi e Higuaín, a costa de perder un volante, Maxi Rodríguez. Argentina barrió a Nigeria en la mejor actuación de Messi, asociándose con Verón y relamiéndose en media docena de ocasiones de gol. Ganar la primera cita así convenció a Maradona de que su apuesta había funcionado y, crecido, se atrevió a probar otra. Aprovechó las molestias musculares de Verón para recuperar a Maxi, dejando solo a Mascherano en el centro del campo. La albiceleste goleó a Corea del Sur y empezó a pensar que estaba iluminado. Las sutilezas tácticas, en teoría, estaban en manos de su ayudante, El Negro Enrique, aquel que pasó a la fama por darle el pase en su segundo tanto a Inglaterra en México 1986. Pero, en realidad, fueron ideas de Maradona. Nadie se habría atrevido a contradecirle a pesar de haber debilitado notablemente el corazón del equipo.

Ante México, Maradona vio otro espejismo. El combinado de Javier Aguirre dominó hasta que Tévez marcó de cabeza en uno de los fueras de juego más clamorosos de la historia. Cuatro victorias en cuatro partidos y creyó haber hallado la piedra filosofal: cuatro centrales rocosos para defenderse, tres delanteros y dos extremos (Maxi y Di María) para atacar. En el centro, solo Mascherano. Al primer vistazo, el seleccionador de Alemania, Joachim Löw, diagnosticó una Argentina partida en dos, tal y como sucedió, controlada por Schweinsteiger, Kedhira, Müller y Özil, todos mediocampistas de pura cepa. Maradona se había dejado a los suyos en el banquillo (Verón, Bolatti y Pastore) o en su casa (Banega y Riquelme, descartado por un choque de egos con el propio seleccionador). Y se olvidó de que, como le ha sucedido también a Brasil, la esencia del juego pasa por la línea medular. Messi quiso ser Verón y se olvidó de ser Messi.

Tras la paliza alemana, Maradona se sintió humillado hasta por los enemigos mal elegidos: había polemizado con Schweinsteiger ("¿qué te pasa, Schweinsteiger; estás nervioso?"). Pues... no. No estuvo nada nervioso. Y tampoco Thomas Müller, el joven al que El Pelusa menospreció en el partido amistoso de marzo pasado al confundirlo con un recogepelotas.

Aunque se haya tomado un tiempo para reflexionar, Maradona tiene las horas contadas en la selección. A pesar de que el principal problema de la albiceleste no sea él, sino, como le sucede a Inglaterra, cómo evitar estar siempre por debajo de sus posibilidades. Le sucede desde hace 20 años, cuando cayó en la final ante Alemania en Italia 1990, en el último gran soplo del Maradona jugador. Desde el enfrentamiento ideológico entre Luis César Menotti y Carlos Salvador Bilardo, últimos campeones con estilos opuestos, pasaron cinco seleccionadores sin llegar a ninguna parte. Alfio Basile en Estados Unidos 1994, Daniel Passarella en Francia 1998, Marcelo Bielsa en Corea del Sur y Japón 2002 y José Pekerman en Alemania 2006 sucumbieron ante las expectativas forjadas. Las que marcaba la pretenciosa leyenda del autobús con el que Argentina recorrió las carreteras sudafricanas. "Última parada, la gloria".

Maradona, junto a su hija Dalma, se encara e insulta a unos aficionados tras la derrota ante Alemania.
Maradona, junto a su hija Dalma, se encara e insulta a unos aficionados tras la derrota ante Alemania.AFP

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