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Reportaje:

Draghi es un tipo distinto

El nuevo presidente del Banco Central Europeo demuestra su liderazgo al rebajar tipos de interés y se prepara para hacer frente a una recesión

Claudi Pérez

Una de las experiencias recurrentes en los cursos de sumilleres franceses consiste en decantar el mismo vino en dos botellas con etiquetas diferentes y ponerlo a prueba con los aspirantes: ninguno se da cuenta -nunca- de que ha bebido dos veces el mismo vino. Con el Banco Central Europeo (BCE), con los bancos centrales en general, puede suceder algo similar: aunque la gente los perciba como diferentes, sus responsables acaban pareciéndose unos a otros como dos gotas de agua, o de vino, con ese discurso soporífero -si no fuera por la que está cayendo- sobre la inflación y la estabilidad financiera, la austeridad y las reformas, las previsiones económicas y la probabilidad de que tal o cual riesgo se materialice (todos los riesgos se materializan, para mal: esa es una de las lecciones de esta crisis). Mario Draghi se estrenó el jueves como presidente del BCE y por un momento fue como si su antecesor, Jean-Claude Trichet, nunca se hubiera marchado: el mismo lenguaje imposible, la misma narrativa alambicada y oscura, la misma novela río sobre la maltrecha economía europea; en definitiva, una vez más, el mismo vino. Pero no: Trichet es un tinto francés de una zona fronteriza con Alemania; Draghi, en cambio, es un vino italiano con una característica fundamental: criado en cepas americanas. La cosa cambia.

Fue gobernador del Banco de Italia y trabajó en Goldman Sachs
Ha hecho callar a quienes pensaban que seguiría las directrices alemanas
El sustituto de Trichet cree que a Europa le espera una recesión suave
Puede verse obligado en semanas a comprar bonos masivamente

Vaya si cambia: en su estreno, Draghi sorprendió al mercado -y a algún que otro periodista aficionado a la enología- con una rebaja de los tipos de interés para acallar las bocas de quienes pensaban que su primer movimiento sería de cara a la galería: ortodoxo, dogmático, proalemán, destinado a ganar credibilidad, a agradar en Berlín, a disimular el pasaporte italiano del nuevo mandarín de la política monetaria europea ("Mamma mia: para los italianos la inflación es una forma de vida, como la pasta con salsa de tomate", escribía el tabloide germano Bild hace unos meses). El crédito suele obtenerse a base de acertar: no se consigue alimentando los prejuicios de algunos. Esa bajada de tipos le acerca más a la Reserva Federal estadounidense que al poderoso Bundesbank alemán. Y ha cautivado al mercado y a los analistas: "Me gustó Draghi. Me gustó el tono de su comparecencia, me gustó el relato de lo que contó, me gustó la economía de gestos, me gustaron sus respuestas secas. Y sobre todo me gustó que bajara los tipos sin aquellos preanuncios de Trichet, sin ese aburrido striptease previo", certifica Charles Wyplosz, del Graduate Institute.

Criado en una familia de clase media, Draghi (Roma, 63 años) es "un italiano germanizado por su vena ortodoxa, y americanizado por sus estudios universitarios", le describe José Manuel González Páramo, miembro del consejo ejecutivo del BCE. Pero Draghi es algo más. De su biografía hay que espigar algunos datos para alcanzar a entender por dónde van los tiros: estudió en el prestigioso MIT, cerca de Boston; trabajó en el Tesoro italiano y en el Ministerio de Finanzas antes de ser gobernador del Banco de Italia, institución en la que estuvo también su padre y donde se ganó el apodo de Supermario por su inagotable energía. Y le fichó, ay, el todopoderoso Goldman Sachs, en los años de plomo en los que el banco estadounidense ayudó a Grecia a maquillar sus cuentas públicas, lo que le ha granjeado merecidas suspicacias. Pero antes de todo eso, mucho antes, se formó en un colegio de jesuitas.

En tiempos de tribulación, bajar los tipos. En su mudanza a la presidencia del BCE, a Draghi le queda un duro, un doloroso trabajo por delante. La economía europea roza la recesión. El sector financiero sigue en estado semicatatónico. Las instituciones europeas, con Bruselas al frente, atraviesan una tremenda crisis de confianza, incapaces de solucionar una interminable crisis fiscal que empezó con Grecia y ahora señala a la mismísima Italia: la Italia de Draghi. El nuevo presidente del BCE se ha puesto manos a la obra. Lo primero era bajar los tipos de interés ante la constatación de que la inflación no es un problema, ante la seguridad de que a Europa le espera "una recesión suave", según adelantó en su primera comparecencia. Pero la recesión puede ser menos suave de lo que parece: la crisis fiscal amenaza con llevarse al mismísimo euro por delante. Así están las cosas. Tan mal que incluso los halcones han ayudado a Draghi: el dimitido Jürgen Stark, el más ortodoxo de los alemanes en el BCE, fue quien propuso la rebaja del precio del dinero el pasado jueves.

Pero tal vez lo más importante es el camino que Draghi aún tiene por delante. La crisis viene de Grecia: Atenas no puede pagar su deuda y necesita una importante quita. Trichet defendió a capa y espada que esa suspensión de pagos de la deuda debe ser "voluntaria" para los bancos acreedores, pero no parece que la banca vaya a aceptar masivamente esas condiciones, por lo que puede que Draghi tenga que dar un volantazo respecto a la doctrina de su predecesor. Y lo más importante: Italia está en el disparadero, y solo el BCE tiene la artillería suficiente para detener el pánico. Draghi puede verse obligado a abrir fuego con artillería pesada, a comprar bonos masivamente si la presión no cede. Italia es demasiado grande para caer. España está justo detrás de la empalizada italiana. "El BCE tiene un papel crucial y nada hace pensar que va a congelar las compras de bonos. Pero por lo visto el pasado jueves, Draghi va a jugar ese papel con reticencias", sostiene Dirk Schumacher, de Goldman Sachs.

Las reverberaciones de su primera decisión durarán semanas: la bajada de tipos ha sido un golpe de efecto, pero la sombra de Trichet es alargada. El nuevo presidente sigue diciendo que a partir de una determinada frontera, la crisis fiscal sigue siendo cosa de los Gobiernos. "La primera aparición de Draghi es refrescante. La señal de liderazgo es inequívoca", señala Guntram Wolff, del think tank bruselense Bruegel. Y a la vez, Italia está al borde del abismo y sigue habiendo cierta ambigüedad, como en los tiempos de Trichet: Julian Callow, de Barclays, titulaba su certero análisis del debut de Mario Draghi con un elocuente y acusador "Drichet". José Carlos Díez, de Intermoney, mete el dedo en la llaga: "No se puede hacer más en la primera comparecencia. Pero en cuanto a la compra de deuda Draghi se muestra cauto en exceso: Italia le va a obligar a apretar el botón nuclear. Es un error tanta cautela cuando la situación demanda lo contrario: audacia". "Esto es solo el principio", añade Santiago Carbó, asesor de la Reserva Federal de EE UU: "Si alguien cree que Draghi va a ser un presidente alemán, se equivoca. Si alguien cree que va a ser italiano, se equivoca. Como banquero central, Draghi tiene un inglés con un claro acento estadounidense".

De momento, el nuevo presidente del BCE ha marcado distancias con Trichet: Draghi tiene ya, desde primera hora, un retrogusto diferente al paladar de los sumilleres de la política monetaria. Aunque el gran vino requiere tiempo. Y eso es precisamente lo que Europa no tiene.

SCIAMMARELLA

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Sobre la firma

Claudi Pérez
Director adjunto de EL PAÍS. Excorresponsal político y económico, exredactor jefe de política nacional, excorresponsal en Bruselas durante toda la crisis del euro y anteriormente especialista en asuntos económicos internacionales. Premio Salvador de Madariaga. Madrid, y antes Bruselas, y aún antes Barcelona.
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