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Las estrategias de política económica

El Helicóptero contra Míster Euro

La Reserva Federal de EE UU y el BCE toman caminos distintos para enfilar la salida de la crisis

Claudi Pérez

Alan Greenspan solía tocar el saxofón en una banda de swing en Times Square, pero ni así logró nunca abandonar ese aire lúgubre por el que le apodan El Enterrador. El banquero central más poderoso del mundo disfrutó durante años de un estatus legendario al frente de la Reserva Federal de EE UU. Hoy es casi un maldito: pese a que ya no estaba al timón cuando la crisis estalló, se le considera uno de los grandes responsables por su fe fundamentalista en los mercados libres, en el delirio de la autorregulación. La historia del ascenso y caída de Greenspan es de alguna forma la de todos los bancos centrales, cuya reputación lleva años sometida a un escrutinio feroz. Cuando empezaron los problemas se les culpó de contribuir a hinchar la madre de todas las burbujas. Después recuperaron prestigio al saltarse el guión para evitar una depresión. Llega la hora del examen final: la larga salida del túnel de la crisis les ha llevado a una encrucijada y los bancos centrales han tomado distintos caminos en un horizonte económico repleto de trampas, como un campo de minas.

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Esas trampas tienen nombres distintos. La recuperación es demasiado débil para que nadie se sienta a salvo, y menos con niveles de paro imponentes. Los bancos se han convertido en adictos a las ayudas, sin las que muchos de ellos serían carne de cañón. Vuelve la crisis fiscal europea. Y eso no es lo peor: "Lo peor es que la guerra de divisas puede derivar en guerra comercial, con movimientos proteccionistas que si se generalizan empezarían a recordar peligrosamente a la Gran Depresión", avisa Jordi Galí, de la UPF.

Ese es el riesgo: un largo estancamiento, quizás algo aún peor si cristaliza la amenaza de la guerra comercial. Y justo en ese momento crítico de la pecualiar -y larguísima- historia de esta crisis adquiere un protagonismo fundamental el sucesor de El Enterrador Greenspan: Ben Bernanke. El presidente de la Fed es un experto en la Gran Depresión. Esa fue su obsesión como académico, y lo sigue siendo en el banco central: "No seré yo quien presida la Reserva Federal en una segunda Gran Depresión", dijo a principios de 2009, tras la quiebra de Lehman. Lo más interesante ahora para el devenir de la economía es su apodo, Helicóptero Ben: en 2002 aludió a la posibilidad de "usar la impresora de billetes" y "tirar dinero desde un helicóptero" si aparecía la amenaza de una depresión.

Dicho y hecho: en lo peor de la crisis, Bernanke metió 1,75 billones de dólares para salir del hoyo con la compra de bonos a la banca. Ahora EE UU crece, pero menos del 2% y con un paro enorme para los estándares norteamericanos: el 10%. Una salida excesivamente lenta y plagada de peligros, que Bernanke ataca como solía: 600.000 millones adicionales en bonos. "Con los tipos al 0%, no quedan más arma que volcar montañas de dinero sobre la economía para tratar de que vuelva la confianza", dice Charles Wyplosz, del Graduate Institute. El BCE y su presidente, Jean-Claude Trichet, no reaccionan: el euro se dispara tras comprobar que la eurozona se niega a seguir esa senda. "Esta no es la historia de Trichet contra Bernanke; es la de Trichet ayudando a Bernanke", añade.

El presidente de la Fed adelantó esa medida en agosto y desde entonces la Bolsa ha subido, el dólar ha caído, los tipos de interés reales han bajado. Va apareciendo puntualmente la primera ronda de efectos que se esperaban. Pero una cosa es llevar el caballo al abrevadero y otra que el caballo beba: "No está claro que la segunda ronda de efectos, sobre el crédito y el crecimiento, sea tan efectiva; es posible que la medida sea incluso contraproducente", critica Daniel Gros, del CEPS.

Aun así, Bernanke y su equipo defienden su apuesta. "La Fed tiene dos mandatos: por un lado el pleno empleo, por otro mantener la inflación en torno al 2%. La inflación está baja, pero la economía no se reanima con la rapidez que sería deseable: la compra de deuda persigue que eso cambie. Y desde el anuncio de Jackson Hole [la cumbre del pasado agosto, en la que Bernanke dijo que utilizaría toda la munición disponible] los efectos son evidentes", afirma desde Washington David López-Salido, economista español y jefe de estudios monetarios de la Fed.

El problema de algunos medicamentos son los efectos secundarios. Con los males económicos sucede lo mismo: la activación de la máquina de imprimir dinero provoca a corto plazo, y como efecto colateral, un declive del dólar. Y a largo plazo puede que una inflación desbocada. "A largo plazo todos muertos", decía el inevitable Keynes: las protestas arrecian desde hace semanas por las secuelas inmediatas, por el desplome del dólar. Buenas noticias para EE UU, que impulsa sus exportaciones. Malas para el resto de países. Brasil, Corea del Sur y China han salido en tromba anunciando represalias. Aducen que se va a intensificar el flujo de capitales, que se van a hinchar burbujas, se quejan porque un dólar bajo torpedea sus ventas al exterior, que son la base de sus economías.

En el caso de Europa, cuyo banquero central -Míster Euro- descarta seguir ese camino en aras de la ortodoxia, el euro se ha disparado hasta alcanzar los 1,40 dólares y crece la tensión sobre la deuda de los países periféricos. "Los efectos colaterales de la medida de EE UU suponen adentrarse en un territorio peligroso: el de las políticas de empobrecimiento del vecino", advierte Emilio Ontiveros, de AFI. "La Fed viene a decir que ha llegado la hora de arreglar sus propios problemas: Europa se enfrenta a un escenario más preocupante si cabe y el BCE no solo no mueve ficha, sino que anticipa que la política monetaria expansiva está en retirada, pese a que no hay inflación, pese a que el mercado de deuda y la banca aún están groguis. Son malas noticias para países como Irlanda, Grecia y Portugal, y también para España", dice. Aunque entre los economistas la unanimidad es una rareza: "En el conjunto de la eurozona, la situación se está normalizando y es lógico que Trichet vaya indicando que va a retirar medidas extraordinarias", apunta Galí.

El BCE siempre ha sido más ortodoxo, pero las políticas de los dos grandes bancos centrales nunca habían sido tan divergentes. "La coordinación fue fundamental para evitar una debacle; esa cooperación es deseable pero no necesariamente tiene que ser duradera, por los distintos objetivos de las dos instituciones", defiende López-Salido. "El BCE tiene un solo mandato, la estabilidad de precios; Alemania se ha recuperado con vigor y podría afrontar ciertas tensiones inflacionistas. Evidentemente, eso son malas noticias para los países de la periferia, como España, que van a tener que profundizar sus ajustes y ganar competitividad sin ayudas externas de tipo de cambio. Por eso las reformas son cruciales, aunque sean dolorosas", remacha.

La Gran Depresión de los años treinta sobrevuela la política de EE UU. En Europa, el peso de Alemania hace que el fantasma sea la inflación de la postguerra. Esa memoria histórica se agiganta cuando hay problemas. "En su intento por calmar mercados agitados, los banqueros centrales deben bregar con las fuerzas más impredecibles. La habilidad que demuestren a la hora de navegar por aguas desconocidas en medio de estas tormentas será lo que al final cimente o arruine su reputación", escribe Liaquat Ahamed en Los señores de las finanzas. En juego está la del Helicóptero Bernanke y la de Míster Euro Trichet. Es de esperar que el ruido y la furia de los mercados no acaben modificando esos alias por algo parecido a lo de El Enterrador.

El presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, junto a Jean-Claude Trichet.
El presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, junto a Jean-Claude Trichet.AFP

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Sobre la firma

Claudi Pérez
Director adjunto de EL PAÍS. Excorresponsal político y económico, exredactor jefe de política nacional, excorresponsal en Bruselas durante toda la crisis del euro y anteriormente especialista en asuntos económicos internacionales. Premio Salvador de Madariaga. Madrid, y antes Bruselas, y aún antes Barcelona.

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