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Reportaje:

Los pecados capitales del banquero del Papa

Se asegura que a Juan Pablo II no le queda más remedio que deshacerse de Marcinkus, el arzobispo que ha puesto al Vaticano en estrecha relación con los banqueros más desaprensivos de Italia

Juan Arias

El papa Juan Pablo II está pensando en convocar para noviembre, en Roma, a todos los cardenales de la santa Iglesia romana, según se rumorea con insistencia en ambientes bien informados del Vaticano. El motivo no es, ciertamente, el de presentar su dimisión. Se trata más bien de plantear al más alto nivel de la jerarquía papal el grave problema de las finanzas vaticanas, que se está convirtiendo en la espina de este pontificado.Ya Juan Pablo II había creado una comisión de cardenales de todo el mundo para examinar el tema de las finanzas del Vaticano, que ha sido convocada dos veces a Roma. Pero ahora el problema se ha agravado ante el escándalo del Banco Ambrosiano y la muerte de su presidente, Roberto Calvi, unido estrechamente al hombre de las finanzas vaticanas, el arzobispo lituano-norteamericano Paul C. Marcinkus, presidente del Instituto de Obras de Religión (IOR), que en realidad es el Banco del Vaticano. Las acusaciones contra este personaje, que ha sido nombrado recientemente gobernador del pequeño Estado del Vaticano y que es conocido en todo el mundo como el guardaespaldas o el gorila de Su Santidad durante los viajes al extranjero de Juan Pablo II, han sido tan graves que los mismos informadores religiosos acreditados ante la Santa Sede han enviado una carta al Papa a través de su portavoz, el padre Romeo Panciroli, haciendo siete preguntas muy concretas sobre Marcinkus, que han sido bautizadas como los "siete pecados capitales del banquero del Papa". Entre ellas, si es verdad que el suicidio o asesinato de Roberto Calvi siguió inmediatamente a un encuentro con el arzobispo Marcinkus, el cual, después de haber celebrado una misa, le dio a entender que el Vaticano, desde ese momento, no podía seguir ayudándole. Y también si es cierto que Marcinkus es el único obispo en el mundo que pertenece al consejo de administración de un banco; y concretamente de aquel banco de Nassau, paraíso fiscal a través del cual Calvi realizó tantas de sus operaciones ilegales que llevaron a la quiebra al Banco Ambrosiano.

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El Vaticano ha dado el silencio como respuesta a la carta de los vaticanistas; pero no por eso la prensa de este país y del mundo entero se ha callado. Al revés. Nunca como en estos momentos se ha puesto sobre el tapete tanta información, tantas acusaciones, tantas insinuaciones, contra el banquero del Papa, del que se asegura que Juan Pablo II no tendrá más remedio que deshacerse. Le dolerá, pues ha sido para él un hombre preciso, ya cuando era arzobispo de Cracovia, para sostener económicamente a la Iglesia polaca. Como también le ha sido siempre preciso en la organización práctica y financiera de sus viajes por el mundo. Pero en el Vaticano están asustados, abochornados, y piensan que la última gota de agua ha colmado el vaso; y eso que de alguna manera todos desearían que Marcinkus saliera indemne de esta tormenta, porque se asegura que no existe una sola persona en el Vaticano que no haya recibido favores de este arzobispo. Una de las gracias que más suele conceder, incluso a periodistas y personajes de fuera del Vaticano, es la posibilidad de tener una cuenta en dólares en su banco. Es un modo fácil y seguro de poder sacar divisas al extranjero. Pero ¿quién es este hombre con el que tanto se está ensañando la prensa en estos días y del que se había dicho que había salvado al Vaticano de la bancarrota financiera?

Quién protege al arzobispo

Marcinkus nació hace sesenta años en Cicero, un suburbio de Chicago. Fue, primero, párroco en Chicago; después, el hombre de confianza del cardenal Spellman, tristemente conocido por sus arengas a los soldados norteamerica nos que combatían en Vietnam, incitándoles a la victoria. Fue llamado por Pablo VI al Vaticano y hecho arzobispo para que se encargara de las finanzas. Eran los tiempos después del Concilio y ya entonces chocó el hecho de que se le diera a un sacerdote el episcopado, no para ser un pastor, como había pedido el Concilio, sino para enterrarse en los meandros de un banco.

Después ha sido inquisidor del tribunal eclesiástico, jefe de los servicios de seguridad del Papa y últimamente gobernador de los mil habitantes del Estado más pequeño del mundo. Desde hace trece años está a la cabeza del Banco Vaticano, que en estos años, ha vivido acusado constantemente de haber estado mezclado en operaciones oscuras y en estrecha colaboración y amistad con los banqueros italianos más desaprensivos, como Sindona y Calvi. Todos se preguntan quién protege a Marcinkus y cómo es posible que los Papas lo sigan defendiendo. Por cosas infinitamente más pequeñas, la Santa Sede manda al exilio de las nunciaturas lejanas a sus hombres.

De Marcinkus se han escrito cosas tremendas, hasta insinuaciones que a uno le cuesta transcribir, como, por ejemplo, la anécdota que cuenta el semanal Panorama: en 1973 el IOR cedió al Banco Ambrosiano el control del Banco Católico de Venecia para ganarse la benevolencia de Roberto Calvi. La primera consecuencia es que los curas y obispos que tenían su dinero en aquel banco, con intereses altísimos, perdieron sus privilegios. En aquella ocasión, el cardenal de Venecia, Albino Luciani, se presentó ante Pablo VI para protestar. El Papa le respondió: "También vosotros tenéis que hacer algún sacrificio por la Iglesia". Y añadió: "Nuestras finanzas están aún doloridas por las heridas recibidas con la quiebra de Sindona. De cualquier modo, exponga su problema a monseñor Marcinkus". Así lo hizo el futuro Papa, pero el arzobispo norteamericano le respondió seco: "Eminencia, ¿no tiene hoy nada mejor que hacer?".

Cuando Luciani fue elegido Papa todos pensaron que el banquero del Vaticano tenía sus días contados. Y Panorama dice, textualmente: "El mismo monseñor Marcinkus estaba tan convencido de haber acabado su carrera que en algunos días, recuerdan algunos prelados, perdió más de seis kilos y su rostro, que es la imagen de la salud, se coloreó en seguida con el gris de los enfermos de hígado"... "El papa Luciani murió algunos días después y Marcinkus se salvó".

El diario Il Manifesto, insólitamente, ha dedicado toda una página a Marcinkus para hablar desde su estatura -metro noventa-, hasta del éxito que tiene con las mujeres de la nobleza romana. Fuma al día dos paquetes de Marlboro y le gusta mucho el Bourbon, el tenis y el golf. Lo que no consiente nunca es dejarse entrevistar. Sólo lo consiguió un periodista a través de una complicada estratagema. Averiguó en qué avión viajaba cuando fue a Africa a preparar el viaje del Papa, compró un billete de primera clase y conquistó a la azafata para que le sentara a su lado. "Siete horas de viaje en silencio", pensó el periodista, "serán insoportables y no podrá hablar siempre de golf". Y así fue. Y una de sus afirmaciones le ha resultado preciosa en estos días: "Calvi merece toda nuestra confianza. No tengo motivos para dudar. No tenemos intención de ceder títulos en nuestro poder y tenemos inversiones en el grupo del Banco Ambrosiano que van muy bien". Sólo un mes después estalló el escándalo. Sin embargo, el mismo Il Manifesto afirma no creer que el Vaticano tenga nada que ver con el asesinato de Calvi, que habrá que estudiar a la luz de la mafia y la masonería.

El banco del Papa

Los defensores de Marcinkus afirman que bajo las apariencias de este arzobispo tan cacareado, en realidad se esconde un alma de niño, sencillo y piadoso, nada ambicioso. Cuando durante uno de los via es alguien le preguntó si era cierto que entre él y el secretario de Estado, el cardenal Agostino Cassaroli, no existían buenas relaciones, Marcinkus respondió: "Podemos tener puntos de vista diversos, pero lo importante es que ambos trabajamos por el bien de la Iglesia". Sin embargo, Marcinkus teme a los periodistas. Durante el reciente viaje del Papa a Buenos Aires, a la vuelta, monseñor Marcinkus, descorriendo la cortina que separa al séquito del Papa de nosotros, que le acompañábamos en su avión, dio una ojeada a los periodistas. "Venga, monseñor", le dije yo mismo, "no tenga miedo". Y él respondió en seguida: "Yo no tengo miedo de nadie". Pero cerró la cortina y se fue.

¿Qué es en realidad el IOR dentro del Vaticano? En relación con los otros organismos económicos de la Santa Sede, el IOR no pertenece a la curia vaticana y no está sometido a sus reglas. Es autónomo. Una especie de banco de propiedad exclusiva del Papa. La única relación con el Vaticano es que tiene su sede en este territorio. Y por lo que se refiere al sistema de crédito italiano, puede funcionar como un banco del exterior y sustraerse a cualquier tipo de control de las autoridades italianas, tanto del banco central como de la magistratura. Por otra parte, no existiendo un control aduanero entre el Estado vaticano e Italia, este banco del Papa, que actúa en dólares, es un instrumento magnífico para la fuga de capitales.

Hoy, ante los escándalos del IOR, muchos prelados vaticanos se quejan de esa autonomía de la que disfruta y hay quien quiere defenderse diciendo que, en realidad, el Banco Vaticano "no pertenece a la curia". Parece ser que en 1980 el capital del IOR era de mil millones de dólares.

Ya los cardenales Joseph Hoeffner, alemán, y John Kroll, americano, que son los líderes de la comisión de quince cardenales encargados por el papa Juan Pablo II de examinar las finanzas vaticanas, han afirmado que "es necesario hacer un censo de todos los bienes de la Santa Sede, hacer balances precisos, utilizar una sociedad de revisión que controle los libros contables y armonice las intervenciones de las diversas administraciones". Pero es precisamente éste el hueso duro de roer, pues es una operación a la que Marcinkus se ha opuesto siempre. Mientras tanto, dos directores generales del Banco Vaticano, dos seglares -Luigi Mennini y Massimo Spada-, han estado ya en la cárcel por el caso Sindona, y el mismo monseñor Marcinkus tiene pendiente un llamamiento judicial en Suiza.

Lo que ya no puede permitir el Papa es que en torno a su banco, con razón o sin ella, graviten escándalos de tal envergadura que podrían acabar salpicando el prestigio mismo de la Iglesia. Ya hay quien ha escrito que los artículos publicados en el Reino Unido sobre el banquero de Dios, Roberto Calvi, suicidado bajo el puente de los Hermanos Negros, le ha destruido en veinticuatro horas al Papa toda la acción pastoral, tan positiva, de su último viaje a la tierra del antipapismo. Por si fuera poco hay más cadáveres de personajes de alto nivel que de algún modo están relacionados con el Banco Vaticano. Giorgio Ambrosoli, que había sido encargado de liquidar el banco de Sindona, fue asesinado a golpes de pistola en el verano de 1979. Mario Tronconi, director del Banco de Roma de Lugano (Svirobank), apareció misteriosamente suicidado en el otoño de 1974. Emilio Duchi, el primero que reveló los juegos de Pesenti, el hombre del cemento, también apareció suicidado. Marcinkus es acusado hoy de haber recibido ilegalmente seis millones de dólares de una operación con Pesenti. Y luego, Roberto Calvi. Y, para colmo, ahora, Roberto Rosone, vicepresidente del Banco Ambrosiano, ha acusado ante los jueces a Calvi de haber sido el responsable de un atentado contra su vida, en el que resultó muerto un elemento neofascista.

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