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Columna
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Dos utopías regresivas

Joaquín Estefanía

Han pasado 20 años de aquellos días mágicos que marcaron para siempre a una generación, y le desvelaron definitivamente los excesos y crímenes del estatismo burocrático. Los simboliza la caída del Muro de Berlín. Dos décadas después se ha desplomado otra utopía regresiva, la del radicalismo de mercado, que ha conducido a la Gran Recesión. El icono de este fundamentalismo podría ser la quiebra del banco de inversión Lehman Brothers, que ha sido descrita como "el día en que pudo hundirse el capitalismo" ante el pánico que generó en depositantes, ahorradores e inversores. La paradoja fue que en el único momento en que el sistema aplicó su regla de oro -que cada palo aguante su vela- es cuando se estremece con más virulencia. Como reconoció compungido un teórico, "hemos generado mucho riesgo moral para evitar un riesgo sistémico".

Esta crisis económica y financiera manifiesta un triple fracaso: institucional, intelectual y moral

Entre una y otra fecha el mundo ha vivido el periodo más largo de crecimiento económico, más de 14 años seguidos en la parte alta del ciclo, lo que mejoró las condiciones de vida de mucha gente. Pero como escribió hace unos días Gorbachov, uno de los héroes de aquello, el capitalismo occidental, privado de su viejo adversario e imaginándose a sí mismo como el indiscutible ganador histórico y la encarnación del progreso global, abusó de su poder. Fue aquél un crecimiento desequilibrado, sin equidad y salpicado de corrupción.

Como han subrayado Akerlof y Shiller en su Animal Spirits, durante este tiempo el concepto de equidad no solía figurar en los análisis económicos dominantes; la teoría económica lo arrinconó, basta mirar los libros de texto de referencia. Aunque algunos lo mencionaban, normalmente lo relegaban al final de algún capítulo e incluso del libro. La equidad acostumbraba a mencionarse en aquellas partes que los estudiantes sabían que se podían saltar cuando les tocaba estudiar para un examen. Hablar de equidad con algunos economistas equivalía a eructar en una cena de gala. En cuanto a la corrupción, cada una de las tres últimas recesiones en Estados Unidos (la de julio de 1990 a mayo de 1991, la de marzo a noviembre de 2001, y la que comenzó en diciembre de 2007) estuvo relacionada con casos de corrupción. Éstos son tremendamente complejos y al tiempo meridianamente simples, pues se basan en el incumplimiento de los principios elementales de la contabilidad en cuanto a la cantidad de dinero que puede obtenerse de modo legítimo. Son complicados porque quienes los perpetran buscan amparo en la oscuridad con que procuran rodear el incumplimiento de esos principios elementales.

Ahora que empieza a verse en algunos países el final del túnel de la Gran Recesión es el momento de detenernos en el análisis de las secuelas que deja: en el mejor de los casos recuperación económica sin empleo (como muestran los últimos datos de EE UU), empobrecimiento de las clases medias, niños que vivirán peor que sus padres, endeudamiento público y privado, desigualdad, límites cada vez más tangibles en el medio ambiente, caída de los políticos y de los economistas en el descrédito, etcétera.

Robert Skidelski, el biógrafo de Keynes (que recuerda siempre que éste se dispuso a salvar a un sistema capitalista que no admiraba particularmente pero que creía la mejor garantía para la civilización), habla de esta crisis económica como la de un triple fracaso. En primer lugar, fracaso institucional pues los bancos se transformaron en casinos y sucumbieron a la ideología de "los mercados eficientes" que no podían equivocarse al fijar el precio de los activos y por lo tanto necesitaban de poca o ninguna regulación. Segundo, el fracaso intelectual de la economía dominante que no previó lo que iba a suceder o que defendió intencionadamente teorías equivocadas a sabiendas de que beneficiaban a los que la financiaban. Y tercero, un fracaso moral, por la adoración al crecimiento económico como un fin en sí mismo más que como un modo para alcanzar el bienestar para la mayoría y "la buena vida"; esta laguna moral es la que explica la aceptación acrítica de la globalización y la santificación de toda práctica que conduzca a la riqueza como prioridad sobre cualquier otra inquietud humana.

Estas reflexiones también tienen que ver con la caída del Muro de Berlín. Como dijo Marx, "he sembrado dragones y he cosechado pulgas".

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