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Columna
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Cambio en billetes de tres euros

Siete años después del 11-M, los 'conspiranoicos' siguen erre que erre

Hay tipos que pretenden hacerte creer que existen los billetes de nueve euros y, lo que es peor, que ellos pueden darte cambio en billetes de tres.

Solo así se entiende que siete años después de los atentados del 11-M -y de que la justicia, tras la prueba pericial de explosivos más exhaustiva de la historia de España, estableciera que la matanza fue perpetrada por un grupo de yihadistas con bombas fabricadas con la dinamita de Mina Conchita-, una asociación de víctimas subvencionada por la Comunidad de Madrid, cuyo abogado es José María de Pablo, siga buscando la razón de su existencia en que los terroristas de ETA estaban detrás de aquellos atentados.

Lo cierto es que a pesar del dolor que provocan a las víctimas, el empecinamiento de estos prestidigitadores ha quedado como un asunto para frikis.

Ya durante el juicio intentaron colarle al tribunal y a todos los españoles que el viaje de Jamal Ahmidan, El Chino, y su equipo con la Goma 2 desde Asturias al chamizo de Chinchón, el 28 de febrero de 2004, estaba relacionada con la caravana de la muerte de ETA interceptada ese mismo día en Cañaveras (Cuenca) con más de 500 kilos de cloratita. Pero resulta que los etarras Irkus Badillo y Gorka Vidal no tuvieron ni un contacto con Ahmidan, Kounjaa y Oulad, los terroristas del 11-M.

Luego, seguro que recuerdan que intentaron vendernos que el ácido bórico que el yihadista Hassan el Haski tenía para matar cucarachas era el vínculo con ETA porque cuatro años antes, en un piso de Salamanca, alquilado por etarras, había aparecido también una pequeña cantidad de esa sustancia "llena de pelos".

Igualmente trataron de colarnos que en el registro del piso usado por los yihadistas en el barrio de la Concepción, de Madrid, había sido incautado un ST o segurtasun tenporizadorea, o sea, un temporizador fabricado por ETA, cuando lo que realmente había sido encontrado era un STA MEC 24 h, un programador de lavadoras. No se parecen ni en la forma. El primero es una petaca rectangular y el segundo redondo, como un reloj grande.

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Más tarde, la patraña se centró en una llamada telefónica hecha el 6 de marzo, es decir, cinco días antes de los atentados, desde el móvil de El Chino, pero con otra tarjeta SIM. Los conspiranoicos vincularon la llamada con Oskar Pérez, un individuo condenado por quemar un autobús en Basauri (Vizcaya), cuando el abogado ya sabía que el autor de la llamada no era un etarra sino el perito de una aseguradora catalana llamado Óscar García Pérez, que había venido a disfrutar de la noche madrileña y le había pedido el móvil a El Chino porque el suyo se había roto.

Y, por último, el Titadyn, el explosivo robado por ETA en Francia en los noventa y que los conspiranoicos insisten en hacernos creer que fue lo que explotó en los trenes. Pero la prueba pericial demostró que todo el explosivo que no estalló y fue encontrado en los escenarios del 11-M -casucha de Morata donde se prepararon las bombas, Renault Kangoo en la que se transportaron, artefacto de Mocejón con el que se pretendía volar el AVE, bomba encontrada en El Pozo y desactivada en Vallecas y piso de Leganés donde se suicidaron siete de los integrantes del comando- es Goma 2 ECO procedente de Mina Conchita, pues se encontraron hasta las fajas de los cartuchos. Y respecto de los focos de las explosiones de los trenes, su análisis solo permite saber que se trata de dinamita, como la Goma 2, pero no ponerle nombre comercial.

Como no están contentos con el resultado, últimamente se dedican a hacerle la vida imposible al que era el jefe de los técnicos en desactivación de explosivos, Juan Jesús Sánchez Manzano, un policía que había sido nombrado por el PP y al que, como no dijo que ETA estaba tras los atentados, le acusan de falso testimonio, ocultación de pruebas, omisión del deber de perseguir delitos y encubrimiento. Un auténtico catálogo de maldades, cuando lo único que el tédax intentó fue trabajar para que no hubiera más muertos.

Una persecución con la aquiescencia de una juez, Coro Cillán -sancionada dos veces por retrasos injustificados y desatención de sus funciones y a la que el Tribunal Supremo rehabilitó por un defecto formal-, que parece que pretende revisar la sentencia del 11-M en otro proceso paralelo, pero que, en su desconocimiento, pregunta a los artificieros a los que llama a declarar si lo que estalló en los trenes era Betadine (antiséptico cuyo nombre suena parecido a Titadyn).

Todo es como un dejà vu, pero cada vez más casposo. Y es que los billetes que nos pretenden colar ya no son de nueve, sino de ocho euros, y el cambio en monedas de cuatro. ¡Qué pesados!

El abogado José María de Pablo, en el juicio del 11-M.
El abogado José María de Pablo, en el juicio del 11-M.EFE

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