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Columna
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Circunstancias

Enrique Gil Calvo

Todos los alumnos de bachillerato se saben la célebre fórmula con la que Ortega resumió su perspectivismo: "Yo soy yo y mis circunstancias". Pues bien, el presidente Zapatero también ha decidido hacerla suya. Así lo proclamó de forma oficial el miércoles pasado en el Congreso en su réplica al jefe de la oposición, durante el debate sobre el semestre de presidencia española de la UE: "Sí, cambié de opinión por las circunstancias, no por convicciones". Era su forma de justificar el giro estratégico que se vio obligado a dar a comienzos de mayo, cuando renunció a su anterior prioridad política, fundada en la defensa de los derechos sociales, para pasar a adoptar la nueva ortodoxia europea del ajuste fiscal a cualquier precio: un precio que exige sacrificar esos mismos derechos sociales que hasta entonces se había comprometido a garantizar. Y ahora por fin, mes y medio después de adoptar ese giro copernicano, Zapatero se ha dignado a explicarlo a la ciudadanía: sólo lo hizo obligado por las circunstancias, que le forzaron a contravenir, si es que no a traicionar, sus propias convicciones.

¿Quiénes han sido los oráculos? ¿El 'Financial Times'? ¿El Bundesbank? ¿Quién gobierna aquí?

Una justificación esta que puede ser analizada con las más diversas interpretaciones. La más inmediata y elemental es la lectura de tipo marxista (por Groucho, no por Karl) que suele hacer la derecha mediática, cuando acusa a Zapatero de relativista moral: "Estos son mis principios, y si no le gustan tengo otros". Aquí no entraré a debatir sobre la caracteriología del personaje, que tampoco me parece demasiado significativa. Pues puestos a hablar de volubilidad, ahí tenemos la postura oficial del jefe de la oposición, revelada el viernes pasado, o la del propio PP, que también carece evidentemente de principios al estar dispuesto a cambiarlos sobre la marcha, pues si así le conviene dice estar dispuesto a defender incluso los derechos de los trabajadores. En cambio, podría tener mayor interés entrar a discutir otras consideraciones sugeridas por el nuevo circunstancialismo que parece haber empezado a profesar el presidente Zapatero.

La primera de todas es que por fin ha encontrado un discurso, un relato, una historia que contar. La acusación que siempre se le ha hecho a Zapatero es que carecía tanto de estrategia (programa de prioridades u objetivos de largo plazo a alcanzar) como de discurso (argumentación retórica capaz de justificar dicho programa). Pues bien, cuando Zapatero dio su giro copernicano del 12 de mayo (fecha en que anunció en el Congreso su nuevo programa de ajuste fiscal, destinado a cercenar los derechos sociales), demostró con ello haber encontrado por fin una estrategia: su estrategia, por impopular, ruinosa o suicida para sus propios intereses electorales que nos pareciese a muchos. Pero si bien ya tenía estrategia, todavía no tenía discurso (como le reprochamos muchos, por ejemplo desde esta misma columna), puesto que no estaba sabiendo explicar las razones de semejante giro copernicano. Pues bien, ahora ya parece tenerlo: "No fui yo, fueron mis circunstancias, las que me obligaron a hacerlo". Es el discurso de la fatalidad, de los hados, del destino: yo no quería, pero la realidad me obligó; y tuve que hacer lo que había que hacer. Ese es su relato, esa es su historia (o dicho a lo papanatas, su storytelling).

Bien, pero como tal relato, ¿parece convincente, es verosímil, resulta creíble? Depende. Depende, por una parte, de la fuerza narrativa con que se lo argumente, de las metáforas retóricas (o marcos interpretativos) que se utilicen para ilustrarlo y de la insistencia expresiva con que se reitere su argumentario. También depende, por supuesto, de la credulidad de la audiencia, que últimamente está demasiado escarmentada para seguir tragándose tantas historias y sus contrarias. Pero finalmente depende sobre todo de la propia fuerza de la realidad, que ha de atestiguar o desmentir la veracidad de la historia. Un relato es una conjetura sobre lo que está pasando, y en términos popperianos, esa conjetura ha de ser después confirmada o refutada por la realidad. Pues bien, ¿qué ocurre con la conjetura de Zapatero? ¿Es verdad que las circunstancias han cambiado tanto que le han obligado a contravenir sus propias convicciones para poder cumplir con su deber?

Por desgracia, esta pregunta no tiene respuesta. La conjetura de Zapatero es también la de Merkel y Sarkozy, que se han visto igualmente obligados por las circunstancias a dar un giro copernicano a su anterior keynesianismo para adoptar un inflexible ajuste fiscal. Pero ¿con arreglo a qué análisis de la realidad? ¿Quiénes han sido los oráculos o augures de los hados que han sabido interpretar la realidad, descubriendo tan dramática inversión de las circunstancias? ¿El Financial Times? ¿El Bundesbank? ¿Quién gobierna aquí?

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