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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Ante el XXVIII Congreso del PSOE

(Senador del PSOE por Madrid)Pese a su fracaso relativo en las elecciones generales del 1 de marzo pasado, el Partido Socialista Obrero Español cuenta sin duda en su labor de los dos años pasados -que es la que se va a juzgar en el próximo Congreso Federal de los días 17 a 20 de mayo- más aspectos positivos que negativos. El PSOE ha contribuido mucho a lograr la transición pacífica de la dictadura a la democracia, lo que se ha conseguido con éxito pese a limitaciones y concesiones seguramente inevitables. Además, el socialista es hoy el segundo partido del país por votos y el primero, probablemente, por implantación. Teniendo en cuenta donde se estaba en 1975, parece que todo ello da pie para congratularse.

¿Por qué entonces hay cada vez más militantes y simpatizantes del Partido Socialista que encontramos motivos de insatisfacción en su actuación externa y en su estructura interna y nos negamos a aceptar que el XXVIII Congreso sea simplemente con motivo del centenario de la fundación del PSOE un festejo de plácemes y parabienes? La razón principal que nos mueve a la crítica no es que se siga una línea política moderada, como se empeñan en afirmar algunos. No se trata, en modo alguno, de criticar al amparo de banderas utópicas como república o revolución. Lo que está en juego es algo distinto.

Falta de discusión e información

Un partido político de izquierda, precisamente porque busca cambiar la sociedad actual por otra distinta, ha de tener, a diferencia de la derecha, un objetivo histórico. Los socialistas lo han tenido siempre eso explica, junto con el sacrificio de sus hombres y mujeres, el que haya sobrevivido tanto tiempo en circunstancias tan difíciles. Por eso mismo, lo que se echa. de menos hoy es precisamente ese análisis más profundo que busca las raíces históricas del acontecimiento político y que da su razón de ser y su fuerza al socialismo.

Lo malo no es aceptar la ruptura a medias, firmar el pacto de la Moncloa, hacer una Constitución por consenso, reconocer la Monarquía, avalar democráticamente a la derecha ex franquista. Lo malo es que todo ello, justificado desde muchos puntos de vista y, desde luego, en términos marxistas, ni se haya discutido dentro del Partido Socialista ni haya sido explicado a sus militantes y simpatizantes. ¿Dónde están los grandes debates socialistas celebrados estos últimos dos años en una época tan rica en acontecimientos políticos? ¿Dónde las discusiones, los documentos, las actas, las publicaciones? ¿Dónde la justificación de que se haya cumplido tan poco de las resoluciones del anterior Congreso de diciembre de 106? No ciertamente en las páginas de El Socialista. Tampoco, a juzgar por los informes que llegan a los militantes y a la opinión pública, en las reuniones quincenales de la comisión ejecutiva o en las sesiones trimestrales del Comité Federal. Todavía menos en los documentos «oficiales» que se presentan al próximo Congreso. Sí, en cambio, en ponencias de pequeñas agrupaciones, en trabajos espontáneos de militantes de base, tanto más meritorios cuanto que tropiezan con el silencio de las alturas, con la desaprobación de compañeros de buena fe, deformados como están por el talante que impera hoy en el partido, o, y esto es peor, con la hostilidad de quienes, ayer críticos, hoy se refugian en el silencio o la docilidad para «hacer carrera» en la organización.

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¿Qué explicación encontrar a algo tan inexplicable? La dirección actual del partido llegó casi toda ella a los puestos que ocupa en los congresos socialistas de 1972 y 1974. Fueron tiempos difíciles, no sólo por la dictadura sino porque el PSOE tenía que remplazar a la dirección anterior que llevaba años anclada en el exterior, ajena a la realidad. Los actuales dirigentes desempeñaron un papel primordial en esa labor, por la que sólo merecen felicitaciones. Aquello, sin embargo, creó lógicamente tensiones entre los propios militantes, y la nueva dirección tardó en consolidarse y lograr el apoyo de todos. Su inseguridad y desconfianza iniciales podían tener una razón de ser. Pero, hoy, cuando nadie discute liderazgos insustituibles, diríase que esas personas todavía se encuentran inseguras en sus puestos, temerosas de abrir las puertas y ventanas del partido a la discusión interna y externa, como si ello fuera algo negativo para ellos, para la organización y para el socialismo, en lugar de todo lo contrario.

Superficialidad y "dirigismo"

La crítica fundamental que hacemos así algunos y que nos gustaría que se convirtiera en uno de los ejes de discusión del próximo congreso socialista es pues la superficialidad de los análisis políticos y el «dirigismo» dentro del partido. La dirección del PSOE da la sensación de creerse que la crítica, por constructiva que sea, es algo malo. Preocupaciones que ayer estaban justificadas en un partido que habla que reforzar y consolidar en unos tiempos de cambio político y de crecimiento vertiginoso deberían estar hoy de más. ¿Por qué, sin embargo, están más presentes que nunca? Lo curioso es que dirigentes que han demostrado tener capacidad e inteligencia sobradas en otros aspectos, tengan en el funcionamiento del partido esa miopía de pensar que la unanimidad actual que buscan afanosamente en comités y congresos no va a acabar por fuerza volviéndose contra ellos.

Acallar críticas siempre es poco inteligente y a la larga perjudica a quien lo intenta. En un partido de izquierda, que persigue un empeño tan difícil como es el de cambiar por una vía pacífica, plural y democrática la sociedad en que vivimos, resulta sorprendente. Porque ese cambio sólo se hará si se movilizan a millones de personas y para ello hay que llegar a sus corazones y a sus inteligencias. Con el sistema de ordeno y mando, se logrará un aparato burocrático relativamente eficaz a corto plazo, pero el PSOE incumplirá su tarea histórica, perderá su identidad, mermará su fuerza.

Incluso la eficacia inmediata deja ya de ser tal. Una persona objetiva que analice las elecciones generales del 1 de marzo pasado encontrará, en los defectos evidentes de una campaña socialista sin garra, las consecuencias inevitables de deficiencias aquí señaladas.

Algunos dirán que todo esto no pasa de sospechas, indicios, conjeturas. Que en las elecciones municipales del 3 de abril las cosas se hicieron o salieron mejor. Que tampoco hay que exagerar. Tal vez. ¡Ojalá! Pero también puede ser aviso de gérmenes nocivos que si no se eliminan a tiempo acabarán convirtiéndose en gravísimos males futuros que cercenarán posibilidades y esperanzas. ¿O es que no abundan los ejemplos de partidos socialistas inicialmente poderosos, malogrados después por sectarismos, triunfalismos y burocratismos, por dirigentes empecinados en una perenne autoafirmación, por cuadros sólo preocupados en obtener votos para conservar cargos y prebendas? ¿O es que no hemos visto lo que costó a los socialistas franceses el declive de su partido y el posterior esfuerzo para volverlo a lo que fue? ¿O la fragmentación y decadencia del socialismo italiano tan vigoroso en 1945? ¿O las crisis internas de los socialistas portugueses y su progresivo alejamiento del pueblo que tanto le apoyó en 1974?

Necesidad de una organización poderosa

Las comparaciones con las demás organizaciones políticas españolas no sirven. El que los partidos actuales de la derecha, como es lógico viniendo de donde vienen -y a pesar de haberse civilizado y europeizado mucho- estén tan impregnados de autoritarismo interno y el que los comunistas, con todos sus méritos en el cambio político del país, todavía estén aquejados de vicios que fueron su norte durante decenios, no justifica el que un partido socialista que hizo en el pasado lejano y reciente lo más dificil, que renació casi de sus cenizas más pujante que nunca, que logró evitar irrealismos e intransigencias, no haya hecho lo que podría parecer lo más fácil: Aprovechar la enorme esperanza de los nuevos tiempos para conseguir una organización poderosa no en millones de pesetas ni en amistades internacionales, ni siquiera en presencia parlamentaria, preautonómica y municipal -importantes, necesarias, fundamentales, pero que se darán por añadidura- sino en confianza del pueblo y de su clase trabajadora.

Por mucho que la derecha conserve ingentes resortes políticos y económicos, las esperanzas, las ilusiones y las inteligencias de millones de españolas y españoles estaban y están disponibles. Los socialistas sólo han aprovechado parte de ellas. Tomar conciencia de ello e intentar remediarlo debería ser objetivo esencial del próximo Congreso.

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