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Columna
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Cuando el Supremo se disfraza de Michael Jackson

Condecorado por terrorismo un capitán asesinado en el cuartel

Usted, lector, ya sabe lo que son los Premios Nobel, aunque quizá no sepa que la Universidad de Harvard (EE UU) entrega todos los años desde 1991 unos galardones, los IG Nobel -juego de palabras que se traduciría por innoble-, que no son otra cosa que unos Nobel alternativos. Se conceden a trabajos de "investigación improbable" y en su última edición distinguieron a Elena Bodnar, en el apartado de salud pública, por inventar un sujetador que se convertía en un par de caretas antigás. El de la Paz fue otorgado a un equipo suizo que investigó experimentalmente qué es más dañino: recibir un golpe en la cabeza con una botella llena o con la misma botella pero vacía; y el de Economía fue a parar a los responsables de cuatro bancos islandeses en quiebra que aseguraron haber confirmado que los bancos pequeños pueden fácilmente convertirse en grandes bancos, y al contrario. No crea que son tan despreciables, auténticos premios Nobel suelen ser los encargados de entregar los galardones que tienen como finalidad hacer reír y luego, pensar.

Otros años se ha premiado a dos británicos por una demostración de que las vacas que tienen nombre propio dan más leche que las que no lo tienen; a un investigador del efecto de la música country en el suicidio; al inventor de testículos de plástico para perros, en tres tamaños y con tres tipos de rigidez, o a un profesor que profundizó sobre "la necrofilia homosexual del ánade real". Sin comentarios.

Si se otorgaran IG Nobel por decisiones jurídicas, seguro que el galardón al sin sentido se lo hubiera llevado la absolución del ex actor y ex deportista norteamericano O. J. Simpson por el asesinato de su ex mujer Nicole Brown y el amante de ésta, Ronald Goldman, en 1994, aunque luego un jurado civil de California le condenó a indemnizar a los herederos de las dos víctimas con más de 33 millones de dólares, por entender que era responsable de sus muertes. O sea, inocente, pero culpable.

En España, la Sala Tercera del Supremo ha puesto una pica en Flandes para que se les reconozca el derecho a un IG Nobel jurídico al considerar terrorismo el asesinato de un capitán de Infantería de Marina por un cabo de su unidad cuando se encontraba cenando en el comedor de oficiales del Cuartel de Instrucción de Ferrol, el 27 de septiembre de 1979.

Y lo ha hecho a pesar de que el consejo de guerra sumarísimo que condenó a 30 años de cárcel al autor de la agresión lo hizo por el delito de "insulto a superior con resultado de muerte por ametrallamiento". Posteriormente, en 2001, el Ministerio del Interior denegó en dos ocasiones a la viuda del capitán asesinado la condición de víctima del terrorismo, porque la muerte "no fue consecuencia de un atentado terrorista como se desprende de los hechos probados de la sentencia". El dolor de una viuda merece todo el respeto aunque vaya contra la razón. La Audiencia Nacional también confirmó en 2003 que la muerte del capitán no fue consecuencia de un atentado, y el Consejo de Ministros, en 2008, asimismo, denegó la certificación de víctima del terrorismo por razones similares.

Ahora, el Supremo se disfraza de Michael Jackson y practica el moonwalk, esos pasos atrás tan característicos del rey del pop. Cinco magistrados de la Sala Tercera (José Manuel Sieira, Nicolás Maurandi, Luis Díez-Picazo, Agustín Puente y Octavio Juan Herrero, este último, ponente), 30 años después de los hechos, han considerado que hubo terrorismo y han concedido al capitán asesinado, a petición de su viuda, la Gran Cruz de la Real Orden de Reconocimiento Civil a las Víctimas del Terrorismo. Alegan que la sentencia del consejo de guerra no es el único medio para probar que hubo terrorismo y que el autor del crimen, después de ser condenado, declaró que había actuado por miedo, ya que en el taller de carpintería de su padre, en Basauri (Vizcaya) se habían recibido anónimos que él atribuyó a ETA y en los que supuestamente le ordenaban atentar contra el comandante de la base.

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De modo que, como el honor es barato, la sentencia reconoce el derecho a la concesión de la medalla, pero, eso sí, deja bien claro que a lo que no tiene derecho es a las indemnizaciones como víctima del terrorismo, previstas en la ley, porque ya fueron denegadas en sentencia firme por la Audiencia Nacional en 2003.

O sea, que víctima, pero menos. Como O. J. Simpson. ¿No le parece, lector, que sería un IG Nobel muy digno?

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