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Columna
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La invención de Zapatero

José María Ridao

Que José Luis Rodríguez Zapatero ha perdido cualquier asomo de credibilidad; que la composición de su Gobierno no está a la altura que requieren los tiempos; que su situación política se parece cada vez más a un callejón sin salida, todo ello son apreciaciones que corroboran las encuestas y que a estas alturas pocos o muy pocos discuten. Pero ¿qué ocurre en las filas del Partido Popular? ¿Es que se puede admitir resignadamente que su única estrategia consista en aguardar que la manzana se desprenda del árbol y obtenga el premio gordo del poder por el solo hecho de estar ahí, entreteniendo la espera con declaraciones irresponsables sobre la situación económica de España y con vergonzantes excusas sobre la inmoralidad que ha alcanzado en sus manos el ejercicio de la representación institucional?

Entre la incompetencia y la inmoralidad se podría abrir paso la búsqueda de soluciones inteligentes

Mientras la moneda del próximo resultado electoral daba vueltas en el aire, era frecuente escuchar que la baza principal de Zapatero era Rajoy. Lo que no se decía era que, al mismo tiempo, el liderazgo de Rajoy era una insensata invención de Zapatero. A fuerza de ejecutar políticas que jaleaban a la izquierda más pedestre y enardecían a los sectores ultramontanos del PP, convencido de que esa maniobra atenazaría a Rajoy en los extremos y se traduciría en carromatos de votos para el PSOE, Zapatero fue provocando una irritada movilización en su contra cuyo único y obsesivo objeto era y es echarlo de La Moncloa. Para esta movilización, poco importa que el instrumento para lograrlo sea Rajoy. O que se ignore qué hará el PP una vez que desaloje a Zapatero. O que sus credenciales como partido respetuoso de la integridad ética de las instituciones estén más que en entredicho. Entre la incompetencia que nos arruinará a todos y la inmoralidad que supuestamente podría salvarnos, aunque al precio de ignorar los casos de corrupción, la movilización que desencadenó en su contra el propio Zapatero entiende que la inmoralidad es el mal menor.

Pero nada indica que inclinarse por ese mal menor no sea una forma de optar también por la incompetencia. La ventaja de 10 puntos que el PP tiene en estos momentos sobre el PSOE se debe sencillamente a que los votantes que Zapatero pensaba retener e incrementar excitando el miedo a Rajoy le han vuelto la espalda por su gestión de la crisis. Pero eso no hace de Rajoy un líder, y mucho menos el tipo de líder que necesita España para no adentrarse en una década perdida. Si acaso, lo aproxima a una criatura política que, como en las películas de ciencia ficción, se vuelve de pronto contra quien se frotó las manos al inventarlo en un laboratorio pensando que podría utilizarlo para sus propios fines. Una criatura política que no hace ascos a la estrategia suicida de sembrar dudas sobre las cuentas públicas españolas justo cuando, por una irresponsabilidad semejante, el nuevo Gobierno de Hungría a punto ha estado de provocar una catástrofe financiera. O que exhibe su apoyo a cargos públicos del PP investigados por graves casos de corrupción, solo porque lo estima conveniente tanto a su posición en el partido como a sus intereses electorales.

Pocas esperanzas quedan de que se rompa a tiempo el círculo vicioso cultivado con primor durante una legislatura y media, con un Rajoy considerado como la principal baza de Zapatero y un Zapatero inventándose el liderazgo de Rajoy. El problema es que los acontecimientos marchan a una velocidad desacostumbrada, y después de las primeras reformas dignas de tal nombre emprendidas por el Gobierno vendrá la negociación de los Presupuestos, que desde fuera de España se seguirá con lupa. Y quién sabe si a continuación no vendrá un inevitable adelanto electoral, en la hipótesis de que el Ejecutivo no logre una mayoría para aprobarlos y de que, en un arranque de sentido común, no se deje arrastrar por la fantasía de que se pueden prorrogar los vigentes y seguir como si nada.

El círculo vicioso, con todo, se debería romper. Por el lado de Rajoy parece improbable, puesto que su partido se considera en la antesala del poder y no hará nada que pueda poner en peligro sus expectativas. En cuanto a Zapatero, dependerá de hasta dónde esté dispuesto a llevar su doctrina de que gobernar es también rectificar. Si la deja en asuntos del día a día, la política española continuará enredada en sus volteretas estériles. Si la aplica a los peregrinos criterios con los que formó sus equipos y concibió la estrategia de inventarse el liderazgo de Rajoy, entonces quizá las cosas cambien. Entre la incompetencia y la inmoralidad se puede abrir paso una tercera alternativa: la búsqueda de soluciones inteligentes a los problemas.

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