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Resistencias a la reforma agraria y a la alfabefización

Meses después, en enero del año siguiente, por decreto, se establecía que el máximo que podía tener cualquier familia eran seis hectáreas; el resto se repartió entre los campesinos p6bres, metayers o kouchis, seminómadas, que recibían dos hectáreas y media, que sólo podrán transmitir a miembros de su misma familia. También se prohibe la usura y el arriendo o venta de tierras cultivables.Las medidas tuvieron especiales dificultades con los antiguos feudales. En una reunión en uno de los poblados del Norte, en Bamyan, fueron muertos los cinco representantes del Ministerio de Agricultura cuando trataban de explicar la reforma agraria. También los clérigos reaccionarios utilizan los sentimientos religiosos para impedir que los campesinos pobres utilicen en beneficio propio las tierras quitadas a los terratenientes.

Por otra parte, la reforma tuvo en sí misma bastantes dificultades; no se supieron dar, por parte del Gobierno, los servicios necesarios que se anunciaban; los créditos llegaban con demasiada lentitud, faltaban útiles para el trabajo, y las semillas no llegaban para todos. Asimismo, las cooperativas de producción no eran utilizadas por un pueblo individualista, que no acepta agruparse.

El invierno fue benigno, pero faltó la nieve suficiente como para obtener una buena cosecha, y rotas prácticamente las relaciones con Estados Unidos, desde el asesinato del embajador, que les hubiera podido ofrecer 400.000 toneladas de trigo, fue necesario recurrir a la URSS, que, a cambio del gas natural, cemento y lapislázuli afgano, les exportó 100.000 toneladas de grano. A pesar de las condiciones climatológicas en el pasado año, Afganistán incrementó en cien millones de dólares sus reservas.

Cultura y tradiciones

El nuevo Gobierno está dispuesto a seguir las orientaciones puestas en marcha en marzo pasado para conseguirla industrialización y el desarrollo de la agricultura en los próximos cinco años. Para ello necesita 5.000 millones de dólares a corto plazo. La Unión Soviética ha prometido mil millones, y otros países socialistas contribuirán con quinientos millones. La diferencia debería obtenerla de los bancos Mundial, Asiático de Desarrollo y del Islámico de Desarrollo, si bien parece que estas entidades bancarias se dejarán influenciar por las condiciones políticas y suprimirán sus ofrecimientos.

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Junto a la reforma agraria, el Gobierno de Taraki inició también una amplia campaña cultural bajo el lema de «suprimir el analfabetismo». En las ciudades afganas se pueden ver todavía los carteles que, sin ninguna letra, a través de dibujos, invitan al pueblo a asistir a los 18.000 cursillos previstos para conseguir alfabetizar, en un año, 800.000 personas. La actual ministra de Educación, Anahita Ratebzad, muestra su desconsuelo por las dificultades que hubo: «Menos de la mitad de los ciudadanos de la cantidad prevista es el número real conseguido en esta primera experiencia. La escolarización obligatoria», añade, «para los niños de más de siete años tampoco ha sido efectiva. A la falta vital de escuelas, locales y profesorado se han añadido las tradiciones familiares. Por ejemplo, los maridos se oponen a que sus mujeres aprendan a leer y a escribir. Nuestro plan era de que, en cinco años, dos millones y medio de niños, en edades comprendidas entre los ocho y los catorce años, y cinco millones y medio de adultos, entre los quince y los cincuenta, tuvieran la mínima instrucción. Es una utopía.»

Estos planes, orientados por la Unión Soviética, tropiezan, una vez más, con las propias peculiaridades de los diversos grupos étnicos que pueblan el país: los hazaralis (mongoles) viven en el centro del país y fueron perseguidos por Amin, que llegó a exterminar pueblos enteros; tadsjiks (blancos), que viven en el Oeste; turcomanos (turanianos), al Noroeste; kafirs pueblan las montañas, y los pastitu, etnia dominante -cuenta con el 45% de la población- ocupan los altos cargos de responsabilidad.

Esta influencia pashtu es también una de las causas de la lucha actual entre los afganos. El segundo pueblo dominante es el Tadjik, el 35% de la población. Se consideran los primeros conquistadores de Afganistán; se instalaron en varias regiones del país y, sobre todo, en los valles del Badakhcham. Tradicionalmente han demostrado su espíritu de independencia frente al poder central; hablan el segundo idioma del país, el dari, de origen persa, y, además, son chiitas. Por eso no es de extrañar que estén enfrentados a Taraki, a Amin y ahora a Karmal, que son pashtus, hablan este idioma, y dicen ser de religión sunnita.

Una de las principales obsesiones de Karmal es repetir casi a diario que «hay plena libertad de conciencia, costumbres nacionales, tradiciones y religión» e invita a los clérigos de todos los cultos, clanes y tribus a vincularse al Frente Nacional. Pero estas promesas también fueron hechas por sus antecesores, y, aunque ahora las circunstancias parecen haber variado, no es fácil convencer a quienes creen más en Boraq, criatura mítica que ayuda al profeta a ganar el cielo, que en quien les ofrece paraísos terrenales.

El pueblo, indiferente de siempre, ahora no confla en los buenos propósitos recién salidos del terror de Amin. En numerosas zonas del país han visto llegar a sus parientes que estuvieron encarcelados y algunas tribus ya han regresado, pero recelan de los soviéticos, que antes les construyeron las primeras casas de cemento y abrieron carreteras que empiezan a sufrir el paso de los tanques. Recelan de la vigilancia del soldado soviético, aunque éste sea de origen uzbeko o tadjik, tengan sus costumbres y hablen su lengua, por las proximidades con los 2.800 kilómetros de frontera con repúblicas de la URSS, de donde muchos afganos son descendientes.

Durante los últimos años, la Unión Soviética, que abastecía de equipámiento civil y militar a Afganistán, recibía en forma de trueque el total de la producción de gas natural y de petróleo, tres cuartas partes de algodón y una parte de lana. En los últimos meses se estaban preparando la instalación de una refinería de petróleo, una fábrica de transformación de mineral de cobre y varias centrales nucleares. La experiencia soviética en el terreno económico con el Gobierno de Ulan Bator, ha hecho decir a un estudiante afgano que ellos no quieren convertirse en la segunda Mongolia.

Pero el sentimiento «antiruso», nunca mencionan la palabra soviético, también existe en las escasas capas medias de la sociedad, pero no desde que aparecieron los tanques, sino mucho antes, cuando ya desde la época de Kruschev, en 1955, advirtiódel interés estratégico de Afganistán «contra la expansión del imperialismo». Ciertos funcionarios e intelectuales manifestaron, desde generaciones anteriores, su descontento ante lo que consideraban una ursurpación de sus trabajos y se resistían a estar bajo el mando de expertos foráneos en los ministerios de Minas, Sanidad, Educación y Agricultura.

Ha pasado un mes y medio y el régimen soviético de Afganistán sigue. Los dirigentes soviéticos posiblemente se pregunten si merecía la pena una intervención tan rotunda, pero ya no hay marcha atrás, lo peor sería una nueva marcha, ahora desde Afganistán, en giro hacia la derecha: Pakistán.

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