_
_
_
_
_

El brillo azul de la muerte

Los brasileños contaminados por el accidente de Goiania emitirán radiactividad durante 30 años

Admilson Alves tenía 18 años y trabajaba en un chatarrería en Goiania. El pasado miércoles, Admilson murió en una habitación aislada de un hospital, en Río de Janeiro, a más de 1.500 kilómetros de su casa. Ha sido la cuarta víctima del fatal accidente con el material radiactivo cesio 137 ocurrido hace poco más de un mes en Goiania. Pero la contabilidad de la tragedia no ha terminado: más muertes podrán ocurrir en los próximos días o semanas.

Las dos primeras víctimas fueron María Gabriela Ferreira, de 37 años, y su sobrina Leide das Neves Ferreira, de seis. Ellas murieron el 23 de octubre. Cuatro días más tarde, fallecía Israel dos Santos, de 22 años. Las muertes, en realidad, no causaron sorpresa: desde que llegaron a Río, los médicos dictaminaron que su recuperación era casi imposible. El vicealmirante Amihay Burla, director del hospital naval, llegó a afirmar, sin medias palabras, que siete de ellas estaban condenadas a muerte.El pánico desatado por la noticia de la contaminación en Goiania se agravó con la declaración del director del centro sanitario. Y todo eso se multiplicó con los dos primeros funerales. En un ritual de violencia, los ataúdes de María Gabriela y Leide, forrados de gruesas capa de plomo y pesando más de 600 kilos cada uno, fueron recibidos con piedras en el cementerio de Goiania. La población, revuelta y asustada, apedreó los ataúdes en protesta por el enterramiento en la zona urbana de la ciudad.

Pero con las muertes, el problema de la contaminación no ha terminado. Cada cuerpo es una batería radiactiva. A una de las víctimas, Roberto Alves, le tuvieron que amputar un brazo. Y hasta el pasado jueves, los médicos de Río no sabían todavía qué destino dar a ese brazo, que también es una fuente de contaminación. A ejemplo de lo que ocurre con los cuerpos de las cuatro víctimas fatales, el brazo amputado contiene cesio 137, que se mantendrá activo durante, por lo menos, 30 años.

En realidad, las consecuencias del accidente con el cesio 137 no han sido estudiadas en profundidad. El accidente fue notificado a los pocos días de que el presidente José Sarney anunciara al mundo que los científicos brasileños habían logrado dominar la técnica de enriquecimiento del uranio, lo que teóricamente coloca al país entre los capacitados para construir la bomba atómica. Tras este anuncio quedó de relieve la realidad: técnicos improvisados que manejan equipos sofisticados.

Un robo sin importancia

Esta tragedia empezó con un robo común. Dos hombres se llevaron del edificio abandonado donde funcionó el Instituto de Radioterapia de Goiania, un aparato pesado, que luego fue destrozado a martillazos. Fue un robo lucrativo: casi 600 kilos de metal, principalmente plomo. Una pequeña cápsula cilíndrica, incrustada en la extremidad de un bloque de plomo, llamó la atención del dueño del depósito de metales.Destrozada, también a martillazos, la cápsula reveló en su interior 100 gramos de un polvito azul, muy brillante. Al menos cinco familias vecinas al depósito recibieron muestras del polvito brillante. Una niña -Leide-, hija del dueño del depósito, comió un bocadillo con las manos impregnadas del polvito azul. Algunos adultos se pusieron cesio 137 en el rostro y en los brazos para brillar en la noche.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

Cuando varias de estas personas empezaron a sentirse mal, con náuseas, fiebre y heridas en manos y brazos, una mujer, María Gabriela das Grabas, casada con el dueño del depósito, acudió a la única autoridad sanitaria que vivía en una calle vecina: un veterinario.

El veterinario examinó el polvito azul y le recomendó que fuera urgentemente al hospital municipal. María das Grabas tomó el autobús con una muestra del polvo. No sabía que, además de contaminada en alto grado, repercutía en el ambiente por donde pasaba y a las personas que encontraba. Una vez en el puesto de salud tuvo que hacer cola.

En total, 500 personas fueron puestas en observación, 244 de ellas contaminadas en distintos grados. Solamente 50 lo fueron en grados preocupantes, de las cuales cinco estaban en buenas condiciones el pasado jueves y otras 13 en estado gravísimo en el hospital naval de Río.

Cuando sonó la señal de alarma, 42 técnicos de la Comisión Nacional de Energía Nuclear viajaron a Goiania, con 32 aparatos de medición de radiactividad. Y empezó el lado patético de la tragedia: muchos técnicos trabajaron sin guantes o calzados apropiados, y los aparatos medidores, en los primeros dos días, tampoco tenían protección adecuada. Por lo menos un experto se contaminó y los aparatos se desregularon después de las primeras horas, lo que hizo que las mediciones fueran poco fiables.

En Río, mientras tanto, el vicealmirante Burla recibía a las víctimas más graves y anunciaba a los periodistas: "Esto (en referencia al hospital naval) es la Marina de Guerra. Estamos preparados para cualquier emergencia". No lo estaban: los pacientes fueron trasladados del aeropuerto al hospital en ambulancias normales, que siguieron trabajando dos días más, hasta que alguien se acordó de descontaminarlas. El hospital no tenía ropas desechables en número suficiente ni salas aisladas. Por lo menos dos enfermeras y un médico se contaminaron en grado menor.

Pánico en la ciudad

Paralelamente, en Goiania el pánico se apoderó de la población. En 10 días, 30.000 personas acudieron a los puestos de control de contaminación. Un número no calculado abandonó la ciudad, ignorando los avisos de las autoridades locales y las garantías de seguridad dadas por miembros de la Comisión Nacional de Energía Nuclear.El día en que la niña Leide y su tía María Gabriela murieron, el pánico se apoderó, una vez más, de los internados en el hospital de Goiania, mientras que la población se preocupaba con otro detalle macabro: el lugar donde los cuerpos serían enterrados. En el hospital público de Goiania, los médicos pedían psicólogos con urgencia para atender a los internados.

El comercio de la ciudad ha disminuido en un 60%. Nadie quiere comprar alimentos o ropas por temor a la contaminación. Pequeños agricultores hacen su agosto vendiendo directamente a las aterrorizadas amas de casa.

Mientras varias víctimas agonizan en un hospital de Río, las autoridades tratan de buscar culpables. La policía federal anunció que los directores del abandonado centro de radioterapia de donde fue robado el aparato están pendientes de juicio. Ellos se defienden afirmando que el aparato era responsabilidad del Ministerio de Previsión Social.

En cuanto a la Comisión Nacional de Energía Nuclear, responsable del control de los aparatos radiactivos en Brasil, no fue más allá de las declaraciones. Cada año, la Comisión envía cartas pidiendo informes de la situación de los más de 1.400 aparatos de radioterapia en el país. Menos de un 40% responden. Pero la Comisión no hace nada para averiguar la situación de las omisiones. El cesio 137 causante de la tragedia llevaba tres años abandonado.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_