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Murió el presidente de la URSS

Leónidas Breznev orientó su política exterior hacia la distensión, ante la necesidad de modernizar la URSS

Galante como las mujeres, buen bebedor e implacable fumador, Leónidas Breznev no se distinguía, en sus gustos, de la mayor parte de sus compatriotas. Su frágil salud le hizo abandonar estos placeres, pero, hasta su muerte, le quedó una afición que también compartía con otros muchos rusos: la afición por los cachivaches producidos gracias a los más recientes hallazgos tecnológicos occidentales. Esta afición a los productos sofisticados es mucho más que una anécdota. Breznev era consciente de la necesidad de poseer la tecnología occidental, y por ello orientó hacia la distensión su política exterior.

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A Breznev se le recuerda todavía mostrando orgulloso a un periodista de la República Federal de Alemania (RFA) los modernos teléfonos que ocupaban buena parte de la mesa de su despacho: todos ellos llenos de lucecitas y fabricados en colores distintos. Se le conocía también su pasión por el automovilismo, a pesar de que nunca fue un buen conductor.

Colección de automóviles

Diversos jefes de Estado de otros países fueron completando con sus regalos la colección de automóviles que Breznev poseía. Pero él tenía un modo de conducir un tanto arriesgado y aunque -hasta que en 1975 sufrió un infarto- él mismo se sentaba al volante de sus Mercedes, Rolls o Citroën-Maseratti, la práctica no le sirvió de mucho y sufrió dos leves accidentes."Si dos países planean cooperar a largo plazo es que no piensan hacerse la guerra", dijo en una ocasión. A pesar de las reticencias de algunos sectores del Kremlin -que él aun no había terminado de dominar-Breznev inició su apertura a Occidente.

Pero su tarea era peligrosa: la tantas veces aplazada modernización de Rusia implicaba, sin duda, cambios políticos que ponían en peligro los asentados privilegios de la casta que fue formándose después de Ia revolución de octubre de 1917. Para él, lo ideal hubiera sido que los grandes inventos del mundo moderno entraran sin arrastrar otro tipo de subproductos -históricos éstos- como la llamada democracia burguesa, las muestras culturales de vanguardia o la rebeldía juvenil.

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Así comenzaron los primeros problemas. Fue Breznev el hombre de la distensión, el que rubricó la reconciliación con la RFA, que inició la apertura hacia los Estados Unidos de Nixon -iniciando una política de cooperación entre las dos grandes superpotencias-, que firmó los acuerdos de Helsinki que en 1975 sobre el papel, acababan con la tensión Este-Oeste y que inició una aproximación a China en sus últimos días.

Pero también fue el mismo hombre que envió sus tanques a Praga (1968) y Kabul (1979), mientras vigilaba la normalización polaca, expulsaba del país a Solyenitsin o desterraba a Andrei Sajarov a la ciudad cerrada de Gorki.

La tarea modernizadora de Breznev se convirtió así en la cuadratura del círculo: no es fácil cambiarlo todo para que nada cambie. La tecnología soviética -que había asombrado al mundo a comienzos de la década de los sesenta- parecía estancarse.

Hacia ya años que el premio Nobel y famoso disidente Andrei Sajarov había advertido del freno que para el desarrollo científico-técnico suponía la falta de libertades: un científico de San Francisco -valga el ejemplo- puede consultar al instante los detalles de su investigación con un colega de Kioto, mientras que dos investigadores soviéticos se encuentran aislados entre sí por una espesa cortina burocrática.

Las sangrientas y paranoicas purgas de José Stalin quedaron aparcadas en la historia. El olvido oficial las terminó ocultando.

Culto a la personalidad

Breznev dio fin también a los peligrosos experimentos de Nikita Jruschov, cuyos cambios en la estructura y funcionamiento del partido terminaron enojando a los funcionarios, lo que le costó el puesto.La llamada nomenclatura fue solidificándose definitivamente durante la era Breznev, mientras él se convertía en el líder comunista que más honores ha recibido -más incluso que Stalin y, por supuesto, que Lenin.

Pero la seguridad en el empleo de los funcionarios de Leónidas Breznev ha tenido también sus costos: el mecanismo burocrático se hizo tan complicado y lento que el sistema amenazaba con colapsarse.

El año pasado, mientras los medios de comunicación anunciaban que los astronautas soviéticos habían roto un nuevo récord de permanencia en el espacio, los moscovitas tenían grandes dificultades para abastecerse de mantequilla, leche y huevos.

La aplazada tarea modernizadora de Rusia -aquella que pretendió iniciar, con semejantes resultados, en el siglo XVII, el zar Pedro I- ha conseguido sobrevivir también a Leónidas Breznev.

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