_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Correa, centro del mundo

Nunca había ganado nadie así en Ecuador; ni haciendo trampas. En primera vuelta; para un segundo mandato; con probable mayoría absoluta en la Asamblea; y en tercera derivada porque la opinión podía haberle regateado el apoyo, de tanto que Rafael Correa la ha convocado a votar: primero, en las presidenciales que ganó en 2006; luego, para la constituyente en 2007; y el pasado 28 de septiembre, en el referéndum constitucional. En todos esos comicios el respaldo a su revolución ciudadana, se aproximó, por arriba o por abajo, al 60%, mientras que el domingo, superaba de justeza el 50%.

Críticos del presidente, que pueblan los medios de comunicación ecuatorianos, extraen de esos guarismos unas cuentas dignas del Gran Capitán. Puesto que Correa ha obtenido la mitad más uno de los votos, deducen que tiene a medio país en contra. Pero ocurre que en primera vuelta se vota la preferencia, sin que eso permita acumular el resto de sufragios contra el vencedor; como si hubieran sido para un único candidato; quien haya votado, por ejemplo, a Martha Roldós, representante de una izquierda que tiene por pactista a Correa, podría perfectamente desear que de no ganar la candidata lo hiciera el presidente. Las segundas vueltas son para amalgamar segundas preferencias. Y así es como ha ganado. Arrasando.

El presidente ecuatoriano se topa con poderes alternativos en su propio partido y en Guayaquil

¿Quién es, por tanto, tan singular personaje? Un criollo de 46 años, católico a machamartillo, educado en las universidades de Lovaina e Illinois, de antiamericanismo algo primario quizá atribuible a una desgracia familiar, cuyo propósito es rescatar el Estado de la vieja política, de las redes del patronazgo ancestral, y que cree que para ello es preciso un Estado fuerte, incluso autoritario, que está resultando especialmente malcarado con la prensa, en el que el hombre providencial tenga todos los triunfos en la mano. Sólo así, entiende Correa, será posible construir más que reconstruir un Ecuador, hasta ahora profundamente descreído de sí mismo; que tiene, desde el cataclismo económico de 1999, el dólar por moneda; apenas la selección de fútbol como distintivo nacional; una honda división social entre mar y montaña; y que no quiere saber a ciencia cierta qué porcentaje de indígenas y mestizos allegados hay entre los 13 o 14 millones de habitantes del país del centro del mundo.

La opinión le ha votado para que gobierne hasta 2013, con la oportunidad de obtener otro mandato de cuatro años, lo que equivale a una sola reelección a contar desde la adopción del texto constitucional. Para ello ha armado un Ejecutivo todopoderoso y una Asamblea sobre la que, aun si no alcanza la mayoría absoluta, reinará sin problemas. La Cámara no está habilitada para tocar el Presupuesto (art. 120); el presidente la puede disolver a voluntad (art. 148); y, aunque goza de la facultad de destituir ministros, necesitará dos inalcanzables tercios para ello (art. 131). Correa se declara con frecuencia partidario del socialismo del siglo XXI, lo que debería situarle en el campo chavista, pero la Constitución no habla de ello, y, sobre todo, las diferencias entre ambos proyectos son perceptibles.

El presidente venezolano Hugo Chávez tiene una Asamblea en propiedad porque la oposición, en un gesto de necedad política sin parangón, boicoteó las últimas legislativas, lo que permite, dentro de la más estricta legalidad, despojar de sus funciones a los poderes provinciales y municipales en manos de la oposición; y aunque se acusa a Correa de parecida desenvoltura ante sus enemigos políticos, el ecuatoriano se topa con centros de poder alternativos en su propio partido Alianza País, y en sectores de la oposición como Guayaquil -costa- donde el coriáceo Jaime Nebot, no por ello menos vieja política, ha barrido en su reelección como alcalde. Con la Bolivia de Evo Morales, la trinchera es aún más honda. Correa, que ha ganado en su conjunto en las dos grandes regiones del país, costa y sierra, ha perdido en la Amazonia y algunos distritos del montañoso interior, todos ellos de mayoría indígena, que han votado por Gutiérrez. Y sería impensable un rebote indigenista del presidente, porque todo él es profundamente jacobino; es decir, que ve ciudadanos antes que comunidades históricas.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

Correa asegura que va a llevar adelante cinco revoluciones: institucional; social; ética; económica; y latinoamericana. Y la que le aproxima al chavismo es, precisamente, esta última. El líder ecuatoriano cree que, aun ante la mano tendida del presidente Obama en Washington, sólo una acción conjunta de todo el continente puede consagrar la verdadera independencia de América Latina.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_