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Reportaje:

Debates que hicieron ganar o perder elecciones

Detalles como el sudor de Nixon o el gesto de Bush padre mirando el reloj determinaron el resultado en años anteriores

El sudor de un Nixon mal afeitado, las gracias de Ronald Reagan, la frialdad de Dukakis, o Bush padre mirando su reloj, es lo que ahora se recuerda de los debates presidenciales, no lo que se discutió. Y eso es porque los debates van de la mano de la televisión y la imagen que un candidato proyecta o la frase feliz que encuentra tienen, con frecuencia, más repercusión en el electorado que los contenidos.

Entre 1948 y 1960 hubo discusiones radiofónicas entre candidatos. El 26 de septiembre de 1960 se inauguró la era de la política televisada con el debate entre John Kennedy y Richard Nixon. Tan nuevo era que los que lo siguieron por radio creyeron que Nixon había ganado, porque no fueron testigos de lo que vieron millones de personas: un Kennedy fuerte y sano frente a un Nixon que, además de estar con fiebre y haber perdido peso, no quiso que le maquillaran y olvidó afeitarse. Las malas lenguas aseguran que Bob Kennedy ordenó subir la temperatura del estudio de la CBS en Chicago, y que eso hizo que la frente de Nixon se perlara de sudor.

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Por diferentes razones, no volvió a haber debates televisados hasta 1976. Más le hubiera valido a Gerald Ford no discutir con Jimmy Carter; así no habría dicho que no había "dominación soviética del Este de Europa". Gracias al patinazo, Carter ganó las elecciones. Pero fue un presidente de un solo mandato: en su debate del 28 de octubre de 1980 en Ohio, Ronald Reagan, hizo a la audiencia la pregunta que desde entonces todo aspirante a la presidencia hace: "¿Están ahora mejor o peor que hace cuatro años?". No, contestó un electorado marcado por la crisis de los rehenes en Irán y por una inflación galopante.

El gran comunicador Reagan hizo una pirueta cuatro años después ante el demócrata Mondale: tras haber estado mal en el primer debate y cuando se suscitó el asunto de sus 73 años como inconveniente para otros cuatro más en la Casa Blanca, dijo: "No haré de la edad un tema de esta campaña... No voy a explotar, por razones políticas, la inexperiencia y la juventud de mi adversario". Hasta Mondale se rió. Y Reagan volvió ganar.

En 1988, la pregunta del periodista Bernie Shaw al demócrata Dukakis -"si su mujer fuera violada y asesinada, ¿estaría a favor de la pena de muerte para el asesino?"- le hundió. Su respuesta -no, con explicación política incluida- fue contemplada como demasiado fría y cerebral. Bush padre, cuatro puntos por delante antes del primer debate, acabó con siete de ventaja y ganó las elecciones. También él duró un solo mandato. En el debate de 1992 le alteró mucho -igual que en las urnas- la actuación del excéntrico populista Ross Perot, además de la habilidad y empatía de Bill Clinton. Cuando una cámara captó a Bush consultando su reloj, los electores interpretaron que el presidente se aburría, que no estaba poniendo el alma en la reelección.

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En el año 2000, Gore llegó con enorme confianza en sí mismo frente al cowboy George Bush. Pero sus muecas ante las respuestas de Bush socavaron su imagen; quedó como un intelectual presuntuoso. Gore desperdició la enorme ventaja que tenía y aunque ganó en votos populares, perdió -con la colaboración del Supremo en Florida, pero también por méritos propios- en el único recuento que vale, el del colegio electoral.

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