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EE UU busca un nuevo equilibrio en su diplomacia

Desde China a Cuba, en Europa y Oriente Próximo, Clinton ha tratado en menos de un mes de rehabilitar y robustecer la posición internacional de Estados Unidos

Antonio Caño

En su primer viaje como jefa de la diplomacia norteamericana, Hillary Clinton, acudió en Tokio a un templo Shinto en homenaje al emperador Meiji, padre del moderno Japón, cuyo mensaje de "balance y armonía" escogió la secretaria de Estado como ejemplo de lo que va a ser la política exterior del Gobierno de Barack Obama.

Desde China a Cuba, en Europa y Oriente Próximo, Clinton ha tratado en menos de un mes de rehabilitar y robustecer la posición internacional de Estados Unidos, de imprimirle un nuevo sello multilateral para resolver algunos de los problemas que George W. Bush generó y otros que fue incapaz de resolver. Es pronto, por supuesto, para juzgar resultados. En algunos casos, como los de Irán, Cuba o el conflicto palestino-isarelí, se trata de crisis que se extienden ya durante décadas y en las que han fracasado todo lo que se ha intentado. Pero estas primeras gestiones de Clinton han marcado, en todo caso, un nuevo tono que, al menos por ahora, permite alumbrar nuevas esperanzas en relación con casi todos esos escenarios.

Asistimos al desarrollo de ese "poder inteligente" que Clinton prometió en el Senado durante su confirmación, una diplomacia que recoge ciertas tradiciones del poder suave de algunos periodos de la política exterior norteamericana y rompe con el neoconservadurismo de la era del segundo Bush. Cada uno de los pasos dados hasta ahora por Clinton parece bajo el común denominador de la búsqueda de un nuevo equilibrio o de la recuperación del equilibrio perdido.

El comienzo de su itinerario en Japón y en Asia era, en sí mismo, una restitución del papel relevante que ese país había perdido en los últimos años en Washington y una confirmación de la prioridad que ese continente tendrá en la política exterior norteamericana.

El balance en esa región exige un trato similar hacia China, donde los riesgos de conflictos y rivalidades con EE UU van parejos al peso de ese país en el nuevo orden mundial. Clinton hizo públicamente en Pekín una apuesta por el pragmatismo, al asegurar que la presión necesaria para mejorar el respeto a los derechos humanos en ese país "no puede interferir con la crisis económica global, la crisis por el cambio climático y la crisis de seguridad".

Las relaciones con China fueron también un territorio para el realismo durante los años de Bush. Pero esta nueva Administración ha querido acompasar las concesiones al régimen comunista con el deshielo del diálogo con uno de sus competidores, Rusia.

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En una reunión en Ginebra con su colega ruso, Sergei Lavrovwith, Clinton pidió "reprogramar" el estado actual del trato entre ambos países, que atravesaba por una fase de guerra fría desde la invasión de Georgia, el pasado verano. "Creo que podemos conseguir una visión común, tanto en el contexto de las armas estratégicas ofensiva como defensivas", dijo el ministro ruso.

El tratado para la reducción de armas nucleares START vence el próximo diciembre, y Obama quisiera aprovechar para hacer un recorte de proporciones históricas de los arsenales atómicos. Al mismo tiempo, Washington y Moscú tienen que resolver sus diferencias sobre la creación de un escudo antimisiles en Polonia y la Republicana Checa. Obama ha recordado que ese escudo está pensado contra Irán y ha sugerido que, en la medida en que Rusia colabore para evitar que Irán tenga armas nucleares, el escudo podría llegar a ser innecesario.

El nuevo Gobierno norteamericano no ha renunciado a advertir a Irán sobre las serias consecuencias que la construcción de cohetes nucleares podría tener. Pero, de nuevo en la búsqueda del equilibrio, le ha añadido a esa advertencia el estímulo de un posible diálogo directo y sin condiciones entre Washington y Teherán para discutir su difícil agenda bilateral.

Como prueba de la buena disposición del Gobierno norteamericano, Clinton ha manifestado que "es deseable que Irán sea invitado como vecino de Afganistán" a una conferencia internacional sobre el conflicto afgano.

La nueva visión de esa guerra es, probablemente, el mejor ejemplo de esta nueva política de balance y armonía. EE UU, no sólo quiere involucrar a Irán, sino a Rusia, a India y Pakistán. Obama quiere reconstruir, de alguna forma, para la guerra de Afganistán una gran coalición internacional como la que acompañó a George Bush padre en la primera guerra del Golfo.

Una coalición así exige la contención de Israel en un momento en que ese país parece a punto de tener un Gobierno de línea dura. Clinton combinó en su visita a Israel el apoyo tradicional de EE UU a la seguridad del Estado judío con la advertencia de que la continuación de los asentamientos perjudicaría las posibilidades de paz.

Eso no va a ser suficiente, por supuesto, para revertir los recelos que la anterior Administración dejó en el mundo árabe y musulmán. Mucho más habrá que hacer. Este mismo fin de semana dos emisarios norteamericanos de alto nivel visitaron Damasco para explorar las opciones de una reconciliación tanto de EE UU con Siria como de Israel con Siria. En la misma dirección, Obama ha anunciado ya una visita a Turquía, un país musulmán, a mediados de abril, y tiene previsto pronunciar un discurso a todos los países de esa creencia este mismo año, probablemente en Indonesia.

Aunque de otras proporciones, también existe una necesidad de reequilibrio con América Latina. Para ello, Obama intentará llegar a la próxima cumbre regional, en abril, con una política que roce el final del embargue a Cuba.

Los interlocutores no son sencillos. Hamás ya ha rechazado la actuación de Clinton. Raúl Castro, Mahmud Ahmadineyad, Kim Jong-il... todos representan una enorme desafío para las cualidades diplomática de Obama. Pero la oportunidad es única.

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