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Ola de cambio en el mundo árabe | Revolución democrática en Egipto

Egipto prepara una larga transición

Dimite la cúpula del partido del presidente Mubarak, con su hijo Gamal al frente - La oposición exige una rápida reforma constitucional y elecciones libres

Egipto empezaba ayer a respirar. Las estructuras del régimen habían resistido sin desmoronarse el tremendo empuje de la revuelta, pero se sabían condenadas a una profunda reforma ya sin Hosni Mubarak. Los manifestantes, y la mayoría de la sociedad, habían comprobado su enorme fuerza, pero eran conscientes de que empezaba una fase de forcejeos y negociaciones. Tras 12 días estremecedores, la sociedad egipcia intentaba recuperar el pulso en el inicio de una nueva era, aún muy confusa.

La dimisión de la cúpula del hegemónico Partido Nacional Democrático (PND), con Gamal Mubarak al frente, confirmó que el cambio era imparable. Más allá de los tanques que dominaban la ciudad, de los manifestantes que mantenían el bastión de la plaza de Tharir o la Liberación (destinados a un lugar de privilegio en la épica árabe y en la historia mundial del progreso), de una inevitable tensión colectiva, El Cairo mostraba deseos de trabajar y volver a sus embotellamientos y a su caos cotidiano.

El Ejército gana mientras busca algún tipo de salida para el 'rais'
El vicepresidente Suleimán se ha convertido en el rostro del poder
La familia Mubarak ha acumulado un patrimonio de 52.000 millones
El jefe del Estado Mayor reclama a los manifestantes que se retiren
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En cierta forma, eso favorecía al régimen. Es decir, al Ejército, que ganaba tiempo mientras organizaba algún tipo de salida para Mubarak y preparaba negociaciones con una oposición atomizada. Ese hecho, la disparidad interna de un movimiento popular al que solo unía el odio a Mubarak y el ansia por los valores más básicos del progreso, libertad y justicia, iba a marcar sin duda los próximos días y semanas. Mohamed Morsy, vicepresidente de los Hermanos Musulmanes, reconoció que la oposición necesitaba aún crear una plataforma política y un comité para iniciar una negociación formal con el poder. El grupo islamista tenía previsto reunirse hoy con el vicepresidente, Omar Suleimán, para comunicarle las demandas del pueblo.

El cambio se perfilaba difícil, tal vez tumultuoso. El Ejército procuraba estrechar el teórico "cerco de protección" en torno a la plaza de la Liberación, para limitar al máximo los vínculos entre el corazón de la protesta y el resto del país. El jefe del Estado Mayor, como en la víspera el ministro de Defensa, acudió al lugar para pedir a los manifestantes que se retiraran y delegaran su fuerza en representantes políticos; como era de esperar, la multitud no le creyó y se quedó. Se registraban ocasionales detenciones arbitrarias y actos de hostigamiento. Pequeños grupos de fieles a Mubarak pululaban aún con banderas y protegían su propia barricada, al norte de la plaza.

El difícil cambio era, sin embargo, inevitable. La nación entera, 80 millones de egipcios, había contraído una deuda eterna con los héroes de Tahrir, las decenas de miles de hombres y mujeres que resistieron furiosos embates de la policía, primero, y después de los matones del régimen, en buena parte policías de civil. Fue un grupo heterogéneo de jóvenes, profesionales, obreros y Hermanos Musulmanes que se atrincheraron en la plaza, dispuestos a vencer o morir, y animaron con su valor a millones de egipcios que perdieron el miedo y, tras el inicial martes de esperanza, siguieron manifestándose hasta persuadir al régimen de que su violencia era inútil. Las imágenes de los matones cargando contra la multitud a lomos de caballos y camellos, entre tanques y pedradas, habían de perdurar en la memoria como una metáfora de las fuerzas en conflicto.

La lección de Tahrir, de Alejandría, de la oleada de libertad egipcia, abarcó mucho más que un país. Si el detonante del cambio árabe fue la revuelta de Túnez, Egipto fue la explosión.

Más allá de los árabes, eso llamado Occidente aprendió también unas cuantas cosas. El miércoles, cuando el régimen azuzó a sus matones contra la prensa extranjera y se registraron palizas y detenciones, los enviados especiales y corresponsales vieron de cerca las entrañas de una dictadura. Cuando se les golpeó, cuando pasaron horas en una comisaría asistiendo a la tortura a que eran sometidos rutinariamente los ciudadanos egipcios, comprobaron el terrible precio que un pueblo pagaba por la "estabilidad" y la vocación prooccidental y filoisraelí que Washington y las capitales europeas tanto valoraban en Mubarak.

Cosas bien conocidas adquirieron una nueva relevancia. Hasta que los egipcios se rebelaron, se hablaba con frecuencia de que Estados Unidos había concedido a Egipto 40.000 millones de dólares en ayuda militar durante los 30 años de mandato de Mubarak. De pronto, se prestó atención a otro dato: en ese mismo periodo, la familia Mubarak (el presidente, su esposa, sus hijos) había acumulado un patrimonio estimado en 70.000 millones de dólares (unos 52.000 millones de euros). Lo cual daba una idea del portentoso nivel de corrupción.

Ya desde el jueves, al cerciorarse de que la era de Mubarak y del festín oligárquico-militar había terminado, el régimen empezó a soltar lastre. Ahmed Ezz, magnate del acero, vio bloqueados sus fondos bancarios. Se abrieron procedimientos por malversación contra tres ex ministros civiles. Curiosamente, no se señaló a ningún ministro militar ni alto mando del Ejército. Había que salvar los muebles, representados por los uniformes. La jefa de la diplomacia estadounidense, Hillary Clinton, declaró ayer de forma abierta que confiaba en el general Omar Suleimán exjefe de los servicios secretos y nuevo vicepresidente, como hombre fuerte y encargado de pilotar una transición limitada, centrada en tres puntos: reforma constitucional, ausencia de violencia y elecciones libres lo antes posible.

Aún permanecía en su palacio Hosni Mubarak, ciertamente. El faraón no abandonaba la presidencia, pese a la diaria insistencia de los manifestantes. Era ya, sin embargo, un zombi político, un vestigio que al Ejército le convenía eliminar de la forma más digna y discreta posible. Tras su emotivo discurso del martes, con el que Mubarak desató las fuerzas más oscuras de su régimen (los matones, la xenofobia, la amenaza del caos, las teorías de una conspiración internacional), el faraón agotó sus recursos. La realidad le era ajena. Suleimán dio un paso al frente y se convirtió, de hecho, en el rostro del poder.

La tormenta se llevó ayer por delante a Gamal Mubarak, el hijo menor del rais, magnate financiero, responsable del PND, jefe del "sector de los negocios" y, hasta hace 12 días, hipotético sucesor en la presidencia. Gamal y el resto de los secretarios dimitieron en bloque. Fue un nuevo paso en el largo camino hacia el cambio.

Manifestantes junto a un tanque del Ejército en la plaza de la Liberación de El Cairo.
Manifestantes junto a un tanque del Ejército en la plaza de la Liberación de El Cairo.CLAUDIO ÁLVAREZ

Hitos de la movilización popular contra el régimen

- 18 de enero. Al menos cuatro personas en distintas ciudades se queman a lo bonzo a imitación del caso que inició la revuelta en Túnez.

- 25 de enero. Primeras manifestaciones convocadas por Internet en El Cairo, Alejandría y Asuán contra el régimen de Hosni Mubarak. El Gobierno bloquea la red social Twitter.

- 27 de enero. El político y exdirector de la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA), Mohamed el Baradei, afincado en Viena, regresa a Egipto y se postula para el cambio político.

- 28 de enero. Decretado el toque de queda y bloqueado el acceso a Internet. Unas 70 personas mueren en la protesta del Viernes de la Ira.

- 29 de enero. Mubarak nombra al jefe de los servicios secretos, Omar Suleimán, como nuevo vicepresidente.

- 30 de enero. Las autoridades cierran las oficinas del canal Al Yazira. La oposición crea un comité para dialogar con el Ejército.

- 31 de enero. Mubarak encarga a Suleimán abrir un diálogo para modificar la Constitución.

- 1 de febrero. El presidente anuncia que no se presentará a las elecciones pero dirigirá la transición.

- 3 de febrero. Los tanques entran en el centro de El Cairo pero su irrupción no logra frenar los disturbios.

- 4 de febrero. La oposición anuncia un ultimátum, a pesar de la promesa del vicepresidente Omar Suleimán de diálogo político y reformas constitucionales.

- 5 de febrero. Mubarak se reúne con los principales responsables económicos y anuncian que los bancos reabrirán el día 6 y la Bolsa el 7. Horas más tarde la cúpula dirigente del partido de Mubarak dimite en bloque.

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