_
_
_
_
_
Los nuevos socios de la UE
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La Europa menguante

Lluís Bassets

A falta de utopías radiantes y de amaneceres que cantan, la Europa de los pequeños pasos está al orden del día. Con el solsticio de invierno, la libre circulación de personas recibió un buen impulso al quedar incluidos siete nuevos países de Europa central y uno mediterráneo en el Tratado conocido por el nombre de Schengen. Anteayer, 1 de enero, también la zona euro recibió un suave empujón con la entrada de Chipre y Malta. Por primera vez un nuevo país de la Europa que fue comunista, Eslovenia, toma el relevo de la presidencia de la Unión Europea, con un reto de calado en sus manos como es alcanzar el final feliz para la torturada y difícil película de Kosovo: que declare esa independencia a la que tiene derecho sin que nada se rompa, ni la paz ni la marcha de Serbia hacia la integración europea.

El horizonte es chato y gris, y se ha desvanecido la quimera de una Europa política
Más información
Sofía, capital europea de la corrupción

No hay que utilizar expresiones solemnes ni situar el listón muy alto, pues luego ya se ve qué cosechas se recogen. El contraproducente ejemplo de la Constitución, descarrilada por las consultas francesa y holandesa, muestra el camino que no hay que tomar: la Convención que la preparó iba a ser como la Filadelfia de donde salió la Constitución americana. Nuestros próceres, encabezados por Giscard d'Estaing, ya se imaginaban como los iguales de los Founding Fathers (padres fundadores). Tras el fracaso, toda la prosopopeya, bandera e himno, nomenclatura de las leyes y declaraciones de derechos, se fueron por el desagüe.

El horizonte es chato y gris, se ha desvanecido la quimera de una Europa política, no hay ciudades soñadas en la lontananza, y sin embargo, este año de 2008 ofrecerá momentos cruciales. Los desengaños ya están descontados, de ahí que cualquier avance pueda generar confianza hacia sus instituciones. El primero y más indispensable es que los 27 ratifiquen el Tratado de Lisboa. No es una obviedad. Sólo Irlanda está obligada a hacerlo en referéndum y no es ocioso recordar que en 2001 los irlandeses rechazaron el Tratado de Niza, ratificado posteriormente mediante una cláusula de opting-out para salvaguardar su neutralidad histórica. Pero es en el vecino Reino Unido donde peor pueden pintar las cosas, con un premier como Gordon Brown, presionado por el euroescepticismo y escasamente motivado por cualquier cosa que llegue del sur del canal.

Si hay ratificación antes de fin de año, habrá buenas noticias sobre Europa dentro de 12 meses. La presidencia de la Unión estará en manos de Francia, el país de moda desde que su presidente acapara primeras páginas de la prensa en todos sus géneros, desde el corazón hasta la filosofía. Sarkozy quiere liderar de nuevo desde París, ahora que su país ha perdido peso y centralidad en relación a Alemania, ha quedado rezagado en competitividad y su lengua ya no cuenta internacionalmente. Y sólo puede paliarlo con activismo e imaginación, ingredientes básicos para la panoplia de ideas que quiere desplegar este año.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

De la puesta en marcha del nuevo Tratado destacan dos nombramientos: el del presidente del Consejo Europeo (la cumbre de jefes de Estado y de Gobierno que se reúne cuatro veces al año), que puede convertirse en la máxima figura representativa y protocolaria; y el del Alto Representante para los Asuntos Exteriores y la Seguridad, que será un cargo político de gran perfil, quizás superior al de presidente de la Comisión. Para el primero, Sarkozy tiene ya candidato, que es Tony Blair. Para el segundo, suenan el italiano Massimo d'Alema, el sueco Carl Bildt y, sobre todo, Javier Solana. El Alto Representante presidirá el Consejo de Asuntos Exteriores de la UE, será vicepresidente de la Comisión y tendrá a su cargo el Servicio Europeo de Asuntos Exteriores, y las delegaciones de la UE en el mundo. En buena parte, el diseño del puesto se debe a la experiencia expansiva de Solana, por lo que no es extraño que desde París y desde Berlín se vea con buenos ojos su candidatura para esta responsabilidad renovada y ampliada. En este nombramiento también se jugará el contenido futuro del cargo: el euroescepticismo apostará por un nombre de bajo perfil.

La discreción será crucial en esta fase. Estos pequeños pasos hay que hacerlos en calcetines, como celebran los niños los ritos festivos del cambio de año. Aunque parezca menguante, será el momento de crecer. Silenciosamente.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_