_
_
_
_
_
Tribuna:TRAS EL RECONOCIMIENTO DE ISRAEL
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Pablo de Azcarate y el nacimiento de un Estado

Pablo de Azcárate no era un diplomático de carrera; catedrático de universidad, empezó a trabajar en los años veinte en la Sociedad de Naciones, de la que llegó a ser secretario general adjunto hasta que renunció a ese cargo, en septiembre de 1936, cuando el Gobierno republicano le pidió que aceptase la Embajada de España en Londres. Durante la II Guerra Mundial siguió desplegando en Londres, al lado de Juan Negrín, una intensa labor política defendiendo la causa de la democracia española. Cuando en 1945 empieza a funcionar la Organización de las Naciones Unidas, era lógico que utilizase la experiencia de antiguo funcionario de la Sociedad de Naciones.A finales de 1947, Pablo de Azcárate recibió la propuesta del secretario general de la ONU de hacerse cargo, al lado del norteamericano Ralph Bunche, de la secretaría de la recién constituida Comisión de Palestina. Azcárate no sólo aceptó, sino que insistió en la necesidad de que la ONU estuviese presente sobre el terreno; en marzo de 1948 llegó a Jerusalén al frente de un grupo avanzado de la citada comisión, en el que figuraban un coronel noruego, un economista indio y un jurista griego. Eran las últimas semanas del mandato que el Reino Unido venía desempeñando en Palestina desde hacía 25 años; las fuerzas militares británicas, responsables en teoría del orden, preparaban su evacuación en medio de la guerra que se estaba desarrollando entre judíos y árabes.

La tesis de la ONU en ese momento es la partición de Palestina para constituir dos Estados, uno árabe y otro judío. La llegada del grupo avanzado, de la ONU es acogida con alegría por la Agencia Judía, que era el embrión del futuro Estado israelí; en efecto, la partición, legitimada por la ONU, daba una base legal a la creación de ése Estado; los árabes, en cambio, se oponen totalmente a esa tesis; para ellos Palestina es árabe sin más, y el problema es expulsar a los judíos; por eso sabotean el órgano de la ONU, que se desenvuelve, con escasa protección británica y con dificultades sin nombre, en un Jerusalén ya dividido y teatro de permanentes combates.

Cuando se acerca la fecha fatídica del 14 de mayo, fin del, Mandato británico, la Asamblea de la ONU celebra una sesión especial y Azcárate es llamado a Nueva York. La Comisión de Palestina es disuelta y se crean tres nuevos órganos: una Comisión Consular de Tregua, formada por los cónsules en Jerusalén de Francia, Bélgica y EE UU, de la que Azcárate es designado secretario. El conde Bernadotte es nombrado mediador de la ONU. A la vez, para afirmar el carácter internacional de Jerusalén, la ONU designa a un cuáquero norteamericano, Harold Evans, como comisario municipal de dicha ciudad, pero mientras éste toma posesión (cosa que nunca ocurrirá), Azcárate -que ha logrado volver casi por milagro a un Jerusalén, el 11 de mayo, en plena guerra- es nombrado asimismo comisario municipal provisional.

Es, sin duda, el período más peligroso de las diversas misiones que le toca desempeñar. Palestina está ya dividida; Israel proclama su nacimiento en Tel Aviv y logra ampliar su territorio con rápidas operaciones militares; en Jerusalén se apodera de la parte moderna sin excesivo problema. Azcárate se esfuerza por mantener contacto con las dos administraciones que han surgido, la judía y la árabe, pero pasar de una parte de la ciudad a la otra es una aventura, atravesando el frente, con largos rodeos a pie, con las maletas cargadas en una mula, por las afueras de la ciudad. No se puede olvidar que en ese Jerusalén, poco tiempo después, un atentado pondrá fin a la vida del conde Bernadotte y, más tarde, a la del rey Abdullah. de Jordania. Por otro lado, la eficacia de esas gestiones" peligrosísimas, era nula. Los judíos y los árabes organizaban sus territorios cada uno por su lado; el comisario de la ONU visitó alguna escuela u hospital, sobre todo en la zona judía. Pero la idea de que la ONU podía heredar algo del mandato británico era pura ficción.

En realidad, lo único eficaz que la ONU puede hacer es intentar poner fin a las hostilidades, ayudar a que se negocie una tregua entre los judíos y lo S árabes. Para ello no resulta eficaz la Comisión Consular, que se reunía en el consulado francés de Jerusalén, en medio de un tiroteo casi permanente en los alrededores, que costó la vida, el 22 de mayo de 1948, a uno de sus miembros, el cónsul de EE UU Thomas Wasson. Sus funciones fueron asumidas por el mediador, el conde Bernadotte, que obtiene quizá el resultado más importante en toda la acción que la ONU ha desplegado en la cuestión de Palestina: una tregua en los combates, cuyo cumplimiento era vigilado por un cuerpo de observadores internacionales.

En ese período, de junio a diciembre de 1948, Pablo de Azcárate fue el representante del mediador de las Naciones Unidas (Bernadotte, hasta su asesinato, el 17 de septiembre, y Ralph Bunche, después) cerca del Gobierno egipcio y de la Liga Árabe. En su etapa de Jerusalén había establecido una relación más estrecha con los dirigentes de la Agencia Judía; en este período en El Cairo, su trabajo se iba a enfocar sobre todo a convencer a los dirigentes árabes de que les convenía colaborar con la acción de paz de las Naciones Unidas. A comienzos de 1949, la tregua se transformó en los cuatro armisticios firmados en la isla de Rodas, primero entre Israel y Egipto, luego con Líbano, Jordania y Siria.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

Pero Azcárate estaba ya entonces iniciando su última etapa, la más larga y sin duda la más dura y poco gratificante en relación con el problema palestino; la Asamblea General de la ONU había nombrado una Comisión de Conciliación, encargada de lograr "un arreglo final de todas las cuestiones pendientes" entre los Gobiernos de la zona; se trataba, pues, de preparar, no ya un cese de hostilidades, sino una paz estable y constructiva en Oriente Próximo. Azcárate fue nombrado secretario principal de dicha comisión, que estaba formada por los representantes de Francia, EE UU y Turquía; dicha comisión organizó innumerables reuniones, en particular dos conferencias, una en Lausanne, en 1949, y otra en París, en 1951. Esta larga experiencia ponía de relieve la imposibilidad de encontrar puntos de coincidencia entre Israel y los Estados árabes. Resulta sorprendente comprobar hoy hasta qué punto los mismos problemas, trazado de las fronteras, retorno de los refugiados, estatuto de Jerusalén, que entonces hacían imposible una conciliación, siguen estando en el centro de las discusiones actuales sobre el problema palestino.

Terrible decepción .

Con esa larga experiencia, Azcárate sufrió, una terrible decepción: él había tenido siempre una propensión a confiar en la virtud de la negociación para resolver cualquier problema internacional. De ahí nacía, sin duda, su entusiasmo inicial, al ponerse a trabajar en el tema palestino, y su amargura al final fue profunda. Sin embargo, merece reflexión que, mientras la España de Franco estaba excluida de las Naciones Unidas, una personalidad española sin pasaporte mereciese un apreciable grado de confianza de la comunidad internacional para desempeñar funciones diplomáticas y políticas relevantes. Para ello tenía que compensar con eficacia y profesionalidad la carencia de apoyo estatal, cosa nada fácil en el ambiente de la ONU.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_