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ANÁLISIS | Ola de cambio en el mundo islámico | La transición en Túnez
Columna
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Thomas Jefferson y la Media Luna

Carlos Mendo, un amigo y un referente para los periodistas de Internacional, tenía una vasta cultura política de EE UU y solía salpicar su conversación con alguna cita, una frase que caía con naturalidad en su discurso, nunca un recurso para la exhibición pedante. Recuerdo ahora, en estos momentos de cambio histórico del mundo árabe que tanto le hubiera gustado vivir, una de Thomas Jefferson que me dijo hace unos meses: "Cuando el pueblo teme al Gobierno hay tiranía, cuando es el Gobierno quien teme al pueblo hay libertad".

La sentencia del tercer presidente de EE UU resume bien los acontecimientos a los que estamos asistiendo. Cuando la maldad, la ignorancia y el fanatismo estaban a punto de convencernos de que el terrorista suicida era la gran metáfora del mundo árabe, los jóvenes de Túnez ayer, de Egipto hoy y quién sabe mañana de dónde, han iniciado sin que los oyéramos llegar una revolución democrática de consecuencias mundiales aún impredecibles. En menos de un mes, tunecinos y egipcios han acabado con tanto lugar común paternalista de la derecha y de la izquierda que les condenaba, eso sí con la mejor intención y por su bien, a un eterno futuro de opresión neocolonial o religioso. Como ocurrió con la caída del Muro, la llegada del primer presidente negro a la Casa Blanca o la crisis financiera, este nuevo cambio de proporciones telúricas nos ha cogido por sorpresa dejándonos el ingrato papel de pronosticadores del pasado.

¿Dónde quedan ahora las cumbres euromediterráneas y toda su retórica? ¿Dónde aquella Alianza de Civilizaciones en la que participaban turcos y persas y faltaban los árabes más allá del papel testimonial de la Liga Árabe? ¿Cómo era posible que Ben Ali y Mubarak, calificados ya sin contemplaciones de dictadores y cleptócratas, fueran miembros de la Internacional Socialista?

El presidente Obama ha optado por la solución de mayor valentía política dando su apoyo a la transición en Egipto y venciendo probablemente las resistencias de miembros de su equipo de pensamiento más tradicional. La Casa Blanca parece haber sacado las conclusiones necesarias de Irán en 1979, cuando Jomeini se adueñó de la revolución, de Argelia en 1992 cuando un golpe militar ahogó en sangre la victoria de los islamistas del FIS, o del triunfo electoral de Hamás en 2006 y su posterior aislamiento internacional en Gaza. Incluso de la deslegitimación del régimen de Teherán que supuso la revuelta contra el fraude electoral de junio de 2009.

Mientras, la UE se ha limitado a repetir como un eco con un retardo de 48 horas las palabras que llegaban desde Washington. Demasiado poco y demasiado tarde. No mucho mejor papel ha hecho la diplomacia española hasta ahora. La ministra Trinidad Jiménez abogó primero en Washington por una solución para el Sáhara "cualquiera que sea", aseguró después en Bruselas que no hay peligro de contagio en Marruecos porque Rabat "ya ha iniciado las reformas" y terminó en Israel siendo recibida por su homólogo, Avigdor Lieberman, cuya base política es el racismo antiárabe. El domingo está convocada una manifestación de protesta en Rabat. Puede que pronto a más de uno se le hiele la sonrisa.

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