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Wilders o el poder bien vale la moderación

Isabel Ferrer

Geert Wilders, el líder populista de la derecha xenófoba holandesa, tiene el verbo fácil y maneja un lenguaje castizo que desarma a sus oponentes. Habla de las necesidades y temores de Henk e Ingrid (el equivalente a Pepe y María), como si fuera el confidente del holandés medio que la pareja representa. Una vez comparó el islam con "el caballo de Troya de Europa, que, desbocado, acabará por crear Eurabia". Sin perder la compostura, desde su 1,80 metros de altura, también ha hecho confidencias en voz alta. Educado en el catolicismo al sur del país, se declara ateo. Pero con claras preferencias teológicas. "Los cristianos son mis aliados. Sepan que no odio a los musulmanes, sino al islam". El miércoles le votaron 1,5 millones de personas por haber prometido "menos islam y menos inmigrantes pobres o musulmanes, y más seguridad e integración".

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Wilders quiere demostrar que su fama tiene por fin una base sólida. Hasta dónde moderará sus promesas contra "la marea musulmana" es un misterio. Porque sus seguidores le apoyan por verbalizar sus miedos y buscar soluciones protectoras. Si consigue entrar en el nuevo Gabinete, podría sacudirse también los apodos que le adjudican. Le llaman Mozart y Capitán Oxigenado por su rubia cabellera teñida. Un estudio sobre su genealogía sostiene que trata de suavizar la parte indonesia de su herencia genética. El padre de Wilders era un holandés autóctono gerente de una firma editora. Su madre nació en Sukabumi, actual Indonesia y antigua colonia de los Países Bajos. También se ha dicho que su paso por un barrio deprimido le marcó hasta el revanchismo xenófobo. Él lo niega con soltura: "Detesto la violencia. Defiendo nuestra identidad".

Ian Buruma, escritor angloholandés experto en Asia, cree que "es un populista excéntrico, simpatizante de Israel, que explota las contradicciones de la tolerancia holandesa". Wilders ya domina las palabras. Hoy reclama un pedazo de poder real.

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