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FRACASA EL GOLPE DE ESTADO EN LA U.R.S.S.

Yeltsin, de rival a salvador

El presidente de Rusia emerge finalmente como el 'hombre fuerte' de la URSS

Pilar Bonet

Para Borís Yeltsin, el hijo de campesinos que llegó a Moscú desde la región de los Urales en 1985, ayer fue un día de gloria. El mundo entero reconocía por fin el gran mérito y valor que se negara a ver durante tanto tiempo en este hombre corpulento, de mirada penetrante, a veces fiera, que se mueve con gesto brusco y dice las cosas tal como las piensa, en un lenguaje discordante con los discursos diplomáticos.

A sus 60 años, Yeltsin ha sido plenamente recompensado por las humillaciones que ha tenido que sufrir, tanto en su país como en el extranjero, donde se le veía como un peligroso rival del presidente Mijaíl Gorbachov, el hombre que había sabido ejercer su poder de fascinación sobre los políticos occidentales.En los tres días que sucedieron al golpe de Estado, el gran rival de Gorbachov se transformó, paradójicamente, en su salvador, y, como buen vencedor, no empleó la victoria para resarcirse de viejos agravios.

Yeltsin, sin embargo, no está dispuesto a ceder ni un ápice en lo que se refiere a su voluntad de llevar adelante una política democratizadora que acabe de una vez por todas con el viejo sistema de aparátchiki de lenguaje sibilino e hipócrita que, a la hora de la verdad, se ponen enfermos o evaden sus responsabilidades acatando vergonzosamente las decisiones que otros toman por ellos.

Yeltsin es hoy el verdadero líder de la URSS, el único que puede, si es que esa posibilidad existe todavía, mantener unido a este enorme país que representa un sexto de la superficie emergida del globo terrestre. Nada puede ser hoy como antes, ni el Tratado de la Unión que regulará las relaciones con las repúblicas, ni las relaciones internacionales, ni las relaciones con Gorbachov.

Desde que el golpe de Estado fuera anunciado en una serie de grandilocuentes comunicados radiofónicos, Yeltsin expresó su voluntad de resistir incluso hasta la muerte, algo que se sentía muy cercano en la Casa Blanca (el Parlamento ruso) en la noche del 20 al 21 de agosto, cuando el asalto al último bastión de la democracia parecía inminente. En aquella madrugada, quienes estaban en el Parlamento ruso demostraron lo que valían y Yeltsin no desfalleció. Le custodiaban 300 soldados, otros 300 veteranos de Afganistán y miles de voluntarios.

El golpe sorprendió a Yeltsin en su dacha, la residencia que el presidente prefiere a su piso moscovita, situado en Lin bloque para funcionarios de élite en el centro de la ciudad. El jefe del Gobierno ruso, Iván Silalev, y el presidente del Sóviet Supremo en funciones, Ruslán Jazbulatov estuvieron con él desde las seis de la mañana. Antes de dirigirse al Parlamento ruso, Yeltsin estuvo en el Kremlin, donde los centinelas, que querían impedirle la entrada, no se atrevieron a hacerlo. Después, el presidente de la Federación Rusa se personó en el Parlamento y allí difundió el espíritu de resistencia que sería característico de su actitud durante todos estos días.

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"En la noche del 18 al 19 de agosto de 1991 fue derrocado el presidente electo del país. Cualquiera que fueran las causas que justifiquen este derrocamiento, nos encontramos ante un golpe de Estado de derechas, reaccionario y anticonstitucional", manifestó el primer comunicado emitido por Yeltsin, distribuido en octavillas y en la prensa clandestina que inmediatamente se puso a funcionar en las redacciones de los periódicos que habían sido suprimidos por la junta.

Respuesta digna

El primer comunicado, que firmaban también Silaiev y Jazbulatov, era un llamamiento a los ciudadanos de Rusia. En él, su presidente les exhortaba a "dar una respuesta digna a los golpistas y a exigir el retorno al desarrollo constitucional normal en el país". En él, también exigía Yeltsin que se diera al presidente Gorbachov la posibilidad de intervenir ante el pueblo y que se convocara una sesión extraordinaria del Congreso de los Diputados Populares de la URSS. "Estamos totalmente seguros de que nuestros compatriotas no dejarán que se instaure la arbitrariedad y la ilegalidad de los golpistas desvergonzados y carentes de conciencia".Yeltsin supo graduar sus acciones. En los sucesivos decretos que promulgó durante los tres días de tensión, se dirigió a los militares, y supo atraerlos hacia sí, asegurando que sólo quienes tuvieran mando serían responsables de acciones anticonstitucionales. Su mensaje era uno sólo: en el territorio de Rusia los golpistas quedaban declarados fuera de la ley y quienes acataran sus órdenes serían sus cómplices ante la justicia.

En la práctica, Yeltsin actuó ya .ayer en consecuencia cuando destituyó a varios dirigentes locales (entre ellos, los de Rostov, Samara y Krasnodarsk) que apoyaron el golpe. El líder ruso consiguió también que el Parlamento le diera facultades extraordinarias para nombrar a sus propios representantes en la provincia en tanto no se convoquen elecciones. Por delante está una enorme operación de limpieza de todo el aparato administrativo de Rusia y también de toda la Unión Soviética.

En su acción, Yeltsin no se limita sólo a ejercer como dirigente ruso. Sus disposiciones van más allá de las fronteras de su Federación, y así lo demuestra la destitución del jefe de la Radiotelevisión soviética, Leónid Kravchenko, que apoyó a los golpistas y cerró los estudios a la resistencia.

Yeltsin no va a vengarse de los golpistas, pero tampoco va a perdonarlos. Durante las muchas y largas horas que ha pasado encerrado en la ahora llamada Casa Blanca (Parlamento ruso), el dirigente discutió este tema, cuando de él dependía el futuro.

Entonces, algunos pensaban que, asegurando una salida digna a la junta golpista, ésta cejaría en su empeño destructor. No fue necesario, Yeltsin les venció sin concesiones deshonrosas. Y lo hizo con un estilo propio, que sus paisanos de SverdIovsk comparan con un ariete, uno de los que se empleaban para asaltar fortalezas.

El equipo del líder ruso

El presidente de Rusia, Borís Yeltsin, ha sabido reclutar un equipo de colaboradores de distinta procedencia cuyo denominador común ha sido el deseo de realizar una democratización a fondo del sistema político soviético. Hasta el momento del golpe, estos colaboradores no se habían fundido aún en un equipo coordinado, ya que se mantenían ciertas diferencias entre los provincianos y los moscovitas.La conjura, sin embargo, ha actuado como un crisol y los hombres de Yeltsin deberán demostrar ahora que pueden llevar su solidaridad de las horas difíciles al terreno de los complicados problemas cotidianos.

Yeltsin, como Gorbachov, cuenta con un equipo de consejeros cuyo cerebro gris es Guennadi Burbulis, un profesor de Filosofía de SverdIovsk que se formó políticamente en un club, Tribuna de Discusión, crisol del equipo de paisanos de Yeltsin que llegaron pisando fuerte al Parlamento soviético en 1989.

En 1990, Burbulis formó en torno a Yeltsin un organismo denominado Consejo Coordinador Superior, integrado por 23 miembros, muchos de los cuales estaban decepcionados de Mijaíl Gorbachov. Entre ellos estaban el escritor Yuri Kariakin; la etnóloga Galina Starovoitova; el economista Oleg Bogomolov; el director del Instituto de EE UU y Canadá, Gueorgui Arbatov, y representantes de los sectores emergentes de la vida política soviética como Viachislav Galikov, líder de los mineros de la siberiana región de Kuzbás, y los alcaldes de Volvogrado y Sajalín, paladines de la democratización en provincias.

El Consejo Coordinador Superior no se había vuelto a reunir desde que Yeltsin fue elegido presidente de Rusia el pasado junio. Algunos pensaban que el dirigente ruso había instrumentalizado a estos intelectuales moscovitas para incrementar su prestigio frente a las elecciones. Estos resquemores, no obstante, quedaron superados durante las dramáticas noches que siguieron al golpe, donde provincianos y moscovitas trabajaron codo con codo.

En el equipo hay hombres que estaban con él cuando era jefe del Partido Comunista de SverdIovsk, como Víktor lliushin. Algunos de sus colaboradores son gentes que le críticaban hasta hace poco, como el economista Yevgueni Sáburov, que hoy es ministro de Economía y vicejefe de Gobierno de Rusia. Otros, como VIadímir Lukín, el jefe del Comité de Internacional del Parlamento, tienen enorme experiencia en el campo internacional. El líder socialdemócrata Oleg Rumiantsev y el jurista Serguel Shajrai aportan savia nueva al entorno de Yeltsin.

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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