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Reportaje:El conflicto libio | El parte de guerra

El decisivo papel de la OTAN

La Alianza, que lanzó la operación en marzo para proteger a los civiles, ha enviado asesores militares y armas a los rebeldes con el objetivo de derribar el régimen

Que los combates sigan en Trípoli sorprende poco, pero lo que no esperaba ni el más optimista de los rebeldes era una entrada tan sencilla en la capital de Libia. El domingo, la temida Brigada 32, comandada por Jamis Gadafi, salió de estampida de sus bases alrededor de esta ciudad de dos millones de habitantes y los sublevados ondeaban, caída la noche, la bandera tricolor (roja, verde y negra) en la plaza Verde (ahora de los Mártires).

¿Prefirieron los soldados de Gadafi replegarse a la capital para continuar luchando? ¿Están derrotados? En poco tiempo se sabrá. Pero lo cierto es que los alzados contra Muamar el Gadafi, estancados desde hace meses en el frente oriental, han logrado avances fulgurantes en las últimas jornadas en la montañosa región occidental. Las operaciones de la OTAN han sido cruciales. Probablemente tenía razón Musa Ibrahim, portavoz del Gobierno de Gadafi, cuando aludía a la capacidad militar de sus enemigos: "Sin la OTAN, los rebeldes no son nada".

Francia ha arrojado armas en paracaídas a los sublevados
La organización ha anulado primero la fuerza aérea y luego los blindados
Cazabombarderos y 'drones' han llevado a cabo 7.500 misiones de ataque
Los aliados se implicaron más en abril para acelerar el avance insurgente
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El régimen de Gadafi toca a su fin

Los insurgentes eran una banda de muchachos y hombres desesperados que creyeron por algún tiempo que con solo voluntad, osadía y la ayuda de Alá derrotarían a unas fuerzas armadas bien adiestradas y equipadas. Se montaban en sus camionetas y se lanzaban a la guerra sin el menor adiestramiento, con los enseres a cuestas como si fueran a un fin de semana de camping. El 19 de marzo se convencieron de que por las bravas nada lograrían.

Ese día los aviones franceses -pocas horas antes el Consejo de Seguridad había aprobado la zona de exclusión aérea en Libia- bombardearon columnas de tanques que estaban a las puertas de Bengasi. El bastión de los insurrectos se libraba de una matanza. Y, paulatinamente, las cosas empezaron a cambiar. Empezando por la OTAN, que pasó de encabezar una operación que en teoría solo buscaba la protección de los civiles para dedicarse, sin esconderlo, a perseguir el derrocamiento de Gadafi. Desde aquel día de marzo, los cazabombarderos y aviones no tripulados (drones) han ejecutado más de 7.500 misiones de ataque.

Decenas de cuarteles, almacenes de armamento, bases militares, puertos, lanzaderas de misiles, centros de comunicaciones y aeropuertos han sido arrasados por los misiles aliados. Inutilizada la aviación y bloqueados los barcos de guerra, los tanques de Gadafi también dejaron de moverse. Sin embargo, eso no era suficiente para revertir la situación. Pronto entraron en acción los aparatos no tripulados, especialmente los enviados por Washington, que permiten destruir objetivos difíciles de localizar minimizando las bajas de civiles, una obsesión de la OTAN. Tampoco era suficiente, o no se lograban resultados con la rapidez deseada, y los aliados decidieron implicarse un poco más. En abril, Reino Unido y Francia enviaron asesores militares a Bengasi y los rebeldes empezaron a comportarse de modo diferente.

Tímidamente, los milicianos comenzaron a obedecer órdenes una vez que se decidió que Abdel Fatah Yunes, asesinado recientemente, sería el jefe de estas fuerzas armadas; se organizaron campos de entrenamiento de reclutas y brigadas; se acreditó a los combatientes rebeldes para que no se repitieran escenas de chavales aupados en las camionetas con apenas un cuchillo en sus manos; y se impidió el acceso a la prensa, libre hasta entonces, al frente de batalla. Pero, sin duda, la labor callada de los consejeros militares extranjeros jugó su papel, como lo hizo la entrega de equipos de comunicación y chalecos antibalas que proporcionó el Gobierno de David Cameron a los rebeldes. De uniformes, y algunos fondos, fueron abastecidos por Catar. El frente oriental se empantanó en abril y el oriental se alzó en armas después de sufrir bombardeos las ciudades de Zintan, Nalut, Yefren y varias más en las montañas de Nafusa. Repentinamente, los rebeldes iniciaron su ofensiva y reconquistaron terreno. En junio se reveló que Francia había proporcionado armamento a través de un aeropuerto improvisado cerca de la frontera con Túnez -también envió armas con paracaídas-, como se supo hace unos 10 días que Estados Unidos había proporcionado a la OTAN más drones. La batalla de Trípoli se aproximaba y anteayer llegó la hora del asalto final. Y de la sorpresa. La feroz Brigada 32 no lo fue. Se esfumó y se guareció en la capital. De los 126 despegues de aviones, 46 de ellos ejecutaron misiones de ataque, y 20 destruyeron objetivos militares en las proximidades de Trípoli. Allanaron el camino.

La OTAN, en todo caso, niega que coordinara los ataques con los insurgentes en su marcha hacia Trípoli. "Lo que sucedió", comentaba ayer un portavoz de la alianza a Reuters, "fue que la ofensiva rebelde forzó a los militares de Gadafi a sacar su equipamiento pesado a campo abierto, un equipamiento que estaba escondido. Cuando perdieron terreno, lo utilizaron para bombardear los pueblos que habían perdido". Con o sin coordinación con los insurrectos, para la OTAN resultó más sencillo destrozar esos equipos. Y los rebeldes, que meses atrás se quejaban del escaso apoyo militar de los países occidentales, lo habrán agradecido.

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