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Columna
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El hundimiento

De Islandia a Grecia, los dioses de las antípodas europeas van sometiendo al continente. Valhalla ya se ha pronunciado, ahora falta el Olimpo. Primero fue el volcán islandés Eyjafjalla el que estalló, dejando a cientos de miles de personas en tierra y provocando pérdidas multimillonarias a las compañías aéreas. Ahora es la deuda griega, al 8% y subiendo, la que está a punto de estallar. Hay quienes dicen que el próximo en caer será Portugal, donde el magma de deuda ya comienza a arremolinarse y a coger temperatura, pero viendo las noticias provenientes de Bélgica, no hay que descartar que en los próximos meses aparezcan en la planicie europea las crestas de un nuevo país (Flandes).

Como Van Rompuy con sus 'haikus', los europeos preferimos la contemplación a la acción

No es una venganza divina, pero lo parece. Islandia y Grecia son los dos países más endeudados de Europa, uno por la avidez de sus banqueros, otro por la estupidez de sus políticos. En el primero, basándose en una regulación extremadamente laxa, los bancos crearon una inmensa burbuja captando vía Internet los ahorros de miles de británicos y holandeses con la promesa de unos tipos de interés muy elevados. En el segundo, la clase política ha dilapidado dos décadas de fondos europeos y todas las oportunidades de acometer las reformas que modernizaran la administración pública e hicieran que el Estado funcionara de forma eficiente. A Islandia, el Gobierno británico le impuso la legislación antiterrorista y un programa de devolución de los ahorros que más bien se asemeja al pago de reparaciones de guerra al que Alemania tuvo que hacer frente después de la I Guerra Mundial. Y a Grecia, la UE y el FMI le están imponiendo un programa de ajuste tan duro que provocará una recesión aún mayor. Fueron bancos y gobiernos los que provocaron el desastre, pero serán los ciudadanos islandeses y griegos los que paguen la deuda.

No hace falta ponerse apocalíptico ni recurrir a elementos sobrenaturales, pero lo cierto es que los europeos llevamos ya demasiado tiempo escudriñando el cielo sin entender absolutamente nada. Para el común de los mortales, ni los modelos matemáticos en los que se basan las predicciones sobre el desplazamiento de las cenizas volcánicas ni las complejas dinámicas que mueven los mercados financieros son comprensibles. Como tampoco lo son las normas e instituciones que gestionan el tráfico aéreo en Europa, a las que cientos de miles de personas han sometido sus vidas esta semana pasada. Pese al progreso material y científico, los ciudadanos de hoy en día se sienten tan impotentes para controlar sus destinos como los antiguos. Al programa de la Ilustración, consistente en desencantar el mundo, le queda todavía un buen trecho que recorrer.

Muchos observadores se sorprenden, con razón, de la ausencia de movilizaciones sociales en torno a la crisis. También de la falta de liderazgo político para salir de ella, a escala nacional o europea. Pero dichas ausencias se explican porque la complejidad e interdependencia de los fenómenos que nos desbordan tienen un efecto desmovilizador tanto sobre los políticos como sobre las sociedades. Muchas entidades financieras, abrumadas por las deudas y por el miedo a los impagos, han dejado de prestar dinero, convirtiéndose en bancos zombis. Algo parecido le ocurre a muchos gobiernos europeos, que tampoco quieren arriesgar por miedo a perder el poder: también son gobiernos zombis, que ni a escala nacional, europea o global son capaces de actuar decisivamente y liderar con valentía la salida de la crisis. Como todo el mundo sabe, no se puede empujar un coche con una cuerda: hay que situarse delante y tirar enérgicamente. Pero nuestros líderes están haciendo exactamente eso: ponerse detrás del coche y buscar los asideros desde dónde tirar.

A pesar de los avisos recurrentes, la Unión Económica y Monetaria ha chocado con un iceberg en plena noche. Como en su diseño no se incorporaron los mecanismos que permitieran hacer frente a crisis como la actual, a menos que se tomen medidas decisivas, el agua comenzará a pasar de un compartimento a otro. Sin embargo, como el presidente del Consejo Europeo, Van Rompuy, que esta semana ha presentado su libro de haikus, esos pequeños y adorables poemas japoneses que hablan de lo efímero de la vida y la belleza de la naturaleza, los europeos preferimos la contemplación a la acción. Y esos haikus de Rompuy juegan el mismo papel que la orquesta del Titanic tocando en la cubierta hasta el último minuto: sea Bélgica o la unión monetaria la que se hunda en el mar, por lo menos que lo haga con belleza. A veces decimos que Europa va a ser como una gran Suiza, rica y aislada, pero quizá es a Japón adonde deberíamos mirar.

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