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Reportaje:El futuro de Cuba

El maná del turismo se agota

La desidia y la mala gestión llevan al declive de un sector clave para la economía del país

Nadie podía negar que las autoridades cubanas se habían esmerado. La 27ª Feria Internacional de Turismo de La Habana ofrecía el pasado mayo una "fiesta de sol y mar" a los profesionales del sector. Sólo a ellos. La prensa extranjera acreditada en la isla tenía vedado el acceso. Y es que las sonrisas oficiales no lograban disipar los nubarrones estadísticos. El turismo había entrado en caída libre en el primer bimestre del año (temporada alta), con un descenso en febrero del 13% respecto al mismo periodo de 2006, que a su vez había disminuido un 7% respecto a 2005. El sueño triunfalista del "turista 2,5 millones" saltaba por los aires.

"Las cifras están maquilladas. La realidad es peor", dice un empresario español vinculado al sector hostelero cubano. "Acabo de regresar de allí. La Habana está muerta. Los hoteles andan medio vacíos y los locales, desiertos". Según el economista cubano Carmelo Mesa-Lago, profesor emérito de la universidad de Pittsburgh, la ocupación hotelera pasó del 63,5% en 2004 al 55,7 % en 2005, y a alrededor del 50% en 2006.

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El régimen cubano esgrime justificaciones externas: desde el encarecimiento de los vuelos por la subida de los precios del petróleo al recuerdo de los ciclones de 2005, pasando por las restricciones de viajes impuestas por Estados Unidos. Los expertos miran al interior de la isla: el sector, locomotora de la moribunda economía cubana, es víctima de los despropósitos oficiales, la mala gestión y la desmoralización en las que sucumbe la isla.

En 2004, Fidel Castro ordenó que las Fuerzas Armadas (es decir, su hermano Raúl) asumieran el control del turismo. En teoría, para combatir la corrupción y mejorar la gestión. De hecho, para tener aferrado un sector estratégico que genera anualmente 2.400 millones de dólares (uno 1.800 millones de euros) y proporciona empleo a 300.000 personas.

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El resultado de la administración castrense es, a decir de los entendidos, un desastre. "La rigidez mental y la cerrazón política son incompatibles con la apertura y la agilidad que necesita el turismo", afirma el empresario español, que quiere mantener el anonimato. "Un hotel no es un cuartel".

El empeño del régimen en castigar a la moneda extranjera ha convertido a Cuba en un destino caro. La revalorización del peso convertible cubano en cerca de un 20% frente al dólar (las casas de cambio entregan 80 pesos por 100 dólares) ha disparado unos precios que no se corresponden con un servicio más que deficiente.

La falta de bombillas, la suciedad, las carencias en los alimentos y el deterioro de las instalaciones son la tónica dominante en hoteles capitalinos que cobran por encima de los 150 dólares por habitación. La asociación de operadores de Canadá, principal emisor de turistas hacia Cuba, protestó el año pasado ante el Gobierno cubano por el servicio hostelero, los robos en hoteles y el costo de combustible para aviones, un 33% más caro que en otros destinos.

La pretendida lucha contra la corrupción, por otro lado, está castigando a los eslabones más débiles, porque, según un funcionario español del sector turístico que conoce bien Cuba, "ha cortado las únicas vías de escape que tenían los empleados para sobrevivir, desde el robo de comida en el almacén hasta las propinas, que ahora se las retienen. El antiguo chollo que era lograr un puesto de trabajo en la hostelería, donde un camarero vivía mejor que un ingeniero o un médico, ya no lo es".

El desánimo de los empleados se entiende mejor si se tienen en cuenta sus condiciones laborales, propias de lo que el opositor cubano Carlos Alberto Montaner define como "capitalismo mercantilista. Las empresas extranjeras se ponen de acuerdo con el poder político para explotar a una masa trabajadora que no puede defenderse", explica. "En la hostelería, las cadenas españolas, como Sol Meliá, han constituido sociedades mixtas con una dictadura que retiene al trabajador el 95 % del salario".

El empresario español rechaza hablar de explotación ("a todos nos gustaría incentivar a los trabajadores, pero no podemos", dice), pero reconoce que las condiciones son draconianas. "Los grupos españoles pagan al Estado cubano entre 300 y 400 euros al mes por trabajador. El Estado cubano le da al trabajador entre 200 y 250 pesos cubanos (unos 10 o 12 euros)".

En mayo, el ministro de Turismo, Manuel Marrero, hombre de confianza de Raúl Castro, anunciaba inversiones millonarias para mejorar las infraestructuras y frenar el declive turístico. Un mes después, La Habana rebajaba en un 20% las tarifas de aterrizaje. Sin embargo, varios analistas, como el economista disidente Óscar Espinosa Chepe, sostienen que, en el fondo, el régimen está deshaciéndose de un sector que siempre ha detestado, por su miedo a la "contaminación ideológica". Las subvenciones del presidente venezolano, Hugo Chávez, que ha sustituido a la antigua Unión Soviética como madre nutricia de la improductiva economía cubana, han fortalecido al régimen, que ya tiene para completar la cartilla de racionamiento y "no quiere ver turistas zascandileando por el país", dice el funcionario español. "Lo que menos les estorba son los paquetes todo incluido, que pueden controlar: 15 días en los Cayos o Varadero, tostándose al sol, lejos del cubano de a pie, que tiene prohibida la entrada en esos paraísos". En suma, el apartheid caribeño.

Un grupo de turistas pasea por la plaza de la Catedral, en La Habana Vieja.
Un grupo de turistas pasea por la plaza de la Catedral, en La Habana Vieja.REUTERS

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