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Un millón de franceses se manifiestan contra la gestión de la crisis de Sarkozy

El éxito de la huelga general se midió en la calle con 200 marchas de protesta

Antonio Jiménez Barca

El Gobierno francés se lo temía, lo reconocía y tragaba saliva ante lo que se avecinaba. Un ministro, incluso, lo avisó la víspera: "Ojo, que hace buen tiempo". Ayer, en una tarde deliciosamente primaveral, más de un millón largo de franceses (tres millones, según los sindicatos) salieron a la calle a gritarle a Nicolas Sarkozy, presidente de la República, que rechazan sus medidas contra la crisis, encaminadas, a su juicio, a reflotar grandes empresas y bancos en apuros pero no a proteger ni a los trabajadores ni a los parados. La policía contabilizó 1,2 millones de manifestantes. En cualquier caso, más que en la anterior convocatoria del 29 de enero. Es decir, la protesta crece en Francia.

Se reclama un aumento del salario mínimo y más inversión pública

La jornada era de huelga general. Los trenes funcionaron a la mitad. Los autobuses y el metro, dependiendo de la ciudad. En Burdeos y Marsella, con paros. En París, casi como cualquier otro día. Los profesores pararon en un 35%; otros funcionarios, en un 20%. Resumen: la llamada de los sindicatos no paralizó Francia.

Eso era lo esperado. Tanto los sindicatos como el Gobierno sabían que el éxito o el fracaso de la convocatoria se jugaba en la calle, en las más de 200 manifestaciones previstas en toda Francia. En París la marcha arrancó a las dos de la tarde, desde la Plaza de la República. Una pancarta enorme avisaba del contenido central: "El pueblo antes que los banqueros". Una señora mayor, de más de 70 años, caminaba despacio enarbolando un cartelito confeccionado a base de cartón y madera. Pintada con rotulador, sólo una frase: "Los financieros destruyen nuestra civilización". Al lado, una charanga simultaneaba La Internacional y después la María de Ricky Martin.

Tras las pancartas marchaban los sindicalistas, los trabajadores y los hombres y mujeres que se han quedado parados recientemente, los que reclaman más dinero público para los asalariados, la subida de los sueldos o, al menos, del salario mínimo interprofesional, que en Francia asciende a 1.300 euros. También los que exigen que Sarkozy anule el denominado "escudo fiscal", una de las primeras medidas impositivas adoptadas por el Gobierno francés y que, a juicio de la izquierda, protege a los que más tienen. También los que se sienten indignados (y estafados) por casos como el de la empresa petrolera Total, que ha anunciado casi simultáneamente la desaparición de 550 empleos en Francia y unos beneficios de 13.800 millones de euros en 2008.

Pero no sólo iban ellos. También se manifestaron los profesores que critican el desmantelamiento de la escuela pública francesa; los médicos y enfermeras que denuncian la, a su juicio, cada vez peor situación de la sanidad; los estudiantes de instituto y los universitarios acompañados de miembros de asociaciones de inmigrantes sin papeles o de defensores de las personas sin techo. Un grupo mestizo, multitudinario y heterogéneo que, sin embargo, compartía un blanco claro y común: Nicolas Sarkozy.

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Los sindicatos, al término de las diferentes manifestaciones y tras contabilizar más de tres millones de asistentes, declararon un éxito la jornada y aseguraron que habrá más protestas masivas a menos que el Gobierno haga "un gesto".

Sarkozy se encontraba en ese mismo momento lejos, en Bruselas, en una reunión del Consejo Europeo. Esta vez no iba a contestar a los manifestantes, a diferencia de lo ocurrido en enero, cuando emplazó a los sindicatos a una "cumbre social", celebrada el 19 de febrero, y que a la postre no sirvió para enterrar la protesta. Esta vez, de dar la cara se iba a encargar el primer ministro, François Fillon, que compareció a las ocho de la tarde en televisión para asegurar que no habrá nuevas medidas aparte de las tomadas en la "cumbre social" de febrero, consideradas ya entonces insuficientes por los sindicatos. Fillon era consciente de que sus palabras, a pocas horas de que terminara la protesta en la calle, significaban la guerra. Y añadió: "Las movilizaciones no solucionan las crisis mundiales".

Empleados de una acería de Arcelor-Mittal se unen en Marsella (sur de Francia) a la manifestación de protesta contra Sarkozy.
Empleados de una acería de Arcelor-Mittal se unen en Marsella (sur de Francia) a la manifestación de protesta contra Sarkozy.AP

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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