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Reportaje:EL INFORME DEL MILITAR ESPAÑOL QUE DIRIGIÓ LAS TROPAS DE LA ONU EN CONGO

"No tenía otra opción que dimitir. Era mi deber"

El general Villegas renunció al mando de 17.000 'cascos azules' para no lanzar una ofensiva que llevaba a un "potencial desastre"

"Todos los mandos militares deben hacerse a sí mismos dos preguntas: si una operación que entrañe riesgo, más allá de lo imprescindible, está justificada operativamente; y si soy capaz de vivir con el peso de estas bajas sobre mi conciencia".

La frase del general británico Michael Jackson figura en el informe confidencial que el 13 de enero entregó en el cuartel general del Departamento de Operaciones de Paz de la ONU (DPKO), en Nueva York, el general Vicente Díaz de Villegas.

Durante tres semanas, del 4 al 25 de octubre de 2008 el comandante en jefe de la Misión de Naciones Unidas para la República Democrática de Congo (MONUC), la mayor operación en curso de la ONU, con 17.000 militares y 1.500 civiles. Dejó el cargo 24 horas antes de que la milicia del Congreso Nacional para la Defensa del Pueblo (CNPC), dirigida por el general rebelde Laurent N'Kunda y apoyada por Ruanda, lanzase una ofensiva que puso en fuga al Ejército congoleño y desbordó a los cascos azules, empujando al éxodo a 250.000 civiles.

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El enviado especial del secretario general de la ONU para el Congo, el británico Alan Doss, tachó de "prematura" su dimisión, atribuida oficialmente a "motivos personales". En Madrid, no faltó quien le acusara de socavar las posibilidades de que otro general español sea designado para un puesto de tanta responsabilidad. Incluso para sus compañeros de armas era difícil de entender.

Díaz de Villegas (Santoña, 1948) no es un militar pusilánime o impresionable. Ni siquiera por los horrores del Congo, sumido desde hace décadas en una cadena de guerras y rapiña que han costado la vida en la zona de los Grandes Lagos a cinco millones de personas desde 1994. "Soy consciente de los riesgos que entraña cualquier misión, para militares y para civiles. Y sé que estos riesgos son inherentes a cualquier conflicto. Mi dimisión no se debió a ellos", escribe el general en su informe, al que ha tenido acceso EL PAÍS.

Forjado en la Legión y en unidades de Operaciones Especiales, fue jefe del primer contingente en Kosovo, en 1999; de la Brigada Ligera Aerotransportable cuando un helicóptero con 12 de sus subordinados se estrelló en Afganistán en 2005; y de la Comandancia de Melilla, uno de los puestos más sensibles del Ejército.

Tampoco tiene fama de acomodaticio. En 2002, el ministro de Defensa, Federico Trillo, lo puso en la lista negra porque exigió que la orden para que sus soldados limpiasen el chapapote del Prestige se cursara por la cadena de mando reglamentaria.

Villegas aterrizó el 29 de septiembre en Kinshasa en un avión de la Fuerza Aérea española, con un reducidísimo equipo de apoyo que integraban un teniente coronel, un brigada y dos cabos.

Su primera sorpresa fue enterarse de que sólo 10 días antes, sin que nadie se lo hubiese advertido, la MONUC y el Gobierno de Kinshasa habían firmado el llamado Plan de Separación, que fijaba una zona desmilitarizada entre las tropas gubernamentales del presidente Kabila y las milicias de N'Kunda. Los cascos azules se comprometían a imponer su aplicación a la guerrilla, con la que Kabila se negaba a negociar.

"Dicho plan equivalía, en mi opinión, a un caso claro de misión a la deriva o fuera de control [mission creep en el orginal en inglés]", escribe el general. "Se trataba de aplicar presión militar sobre grupos armados a través de acciones ofensivas para las cuales las tropas de MONUC no tenían mandato ni capacidad. De hecho, dicho plan estaba totalmente divorciado de la realidad".

Villegas sabía de qué hablaba. Lo primero que hizo tras asumir el mando fue visitar los destacamentos de la MONUC en el este del país (Kanyabayonga y Sake, en la provincia de Kivu Norte; Millembwe y Wallangu, en Kivu Sur; y Kamatsi y Bogory, en Ituri), donde actuaban no sólo la milicia tutsi del CNPC, sino también los Mai-Mai y las Fuerzas Democráticas para la Liberación de Ruanda (FDLR), grupo hutu apoyado por Kinshasa en los que se habían integrado antiguos interhamwe (los que matan juntos), responsables del genocidio ruandés de 1994.

"Mi primera impresión de estas visitas", relata Villegas en su informe, "confirmó la calidad de los soldados bajo mi mando, pero también la limitada capacidad operacional de la fuerza. Tras un minucioso análisis con mi jefe de Estado Mayor (el muy fiable general francés Eric Arnaud) concluí que le faltaba flexibilidad y movilidad. Las unidades sólo tenían capacidad para reaccionar y proteger a la población en las principales ciudades y rutas. En el resto del país, debían limitarse a la autoprotección".

En concreto: "No existía ninguna evaluación de riesgos o amenazas. Los planes de seguridad necesitaban ser revisados. No había un plan de recogida de información [y] no se disponía de reservas". Es decir: si una unidad aislada de la MONUC o un grupo de civiles estuviese en peligro, no sería posible enviar refuerzos en su auxilio. Respecto al equipamiento de los cascos azules, faltaban aparatos de visión nocturna, armas pesadas, helicópteros, material médico e incluso munición suficiente para la comprometida ofensiva, según el informe.

En estas condiciones, y puesto que N'Kunda no parecía dispuesto a desarmarse, la única posibilidad de que el plan tuviese éxito es que la milicia fuese rápidamente derrotada por el ataque combinado de la MONUC y el Ejército congoleño. De no ser así, advertía el general, "su reacción podría ser potencialmente catastrófica".

Y lo explicaba: "Si fueran capaces de resistir un primer ataque o de lanzar una contraofensiva, las tropas de la ONU se convertirían en objetivo. Los principales cuarteles [de los cascos azules] podrían resistir, pero los menos protegidos correrían un gran riesgo". Peor aún: "Se producirían grandes desplazamientos de población civil y los actos de violencia por parte de las fuerzas derrotadas en fuga, cualesquiera que fuesen, junto a las represalias de los vencedores, crearían el escenario para posibles masacres".

Villegas no creía en una rápida derrota de N'Kunda. Al contrario, los hechos demostraban que "era lo bastante fuerte como para resistir el ataque del Ejército congoleño, cuya debilidad resultaba evidente". Además, cabía esperar la actuación de otras milicias en el resto del país, como [el ugandés] Ejército de Liberación del Señor (LRA), "lo que podría conducir a un potencial desastre".

A su vuelta a Kinshasa, Villegas intentó convencer a su superior, el británico Doss, máximo responsable político de la MONUC, de la necesidad de suspender la aplicación del plan, "pero él me dejó claro [que] su objetivo [era] aplicar al máximo el uso de la fuerza". "Tomé conciencia", escribe, no sin ironía, "del peculiar estilo de trabajo de la MONUC, donde el Comandante de la Fuerza carece de autoridad suficiente para mandar su fuerza".

"También tuve en cuenta el esperado refuerzo de las capacidades de MONUC [el Consejo de Seguridad de la ONU pidió 3.000 cascos azules de refuerzo el 20 de noviembre de 2008], pero no era cuestión de cantidad, de número de tropas, como a veces se ha interpretado. Algunos contingentes debían revisar sus capacidades, adaptarse a una misión más robusta. Hasta que se recibieran estas nuevas capacidades y yo pudiera redesplegar y reconfigurar la fuerza, el plan debía ser retrasado, [pero] el enviado del secretario general [Doss] decidió en dirección opuesta. No había ninguna otra opción".

El informe Villegas no elude criticas al funcionamiento de la MONUC. Explica, por ejemplo, que el Gabinete de Crisis no actuaba como un verdadero centro de coordinación y que tomaba decisiones "en base a intuiciones personales o a informaciones procedentes de informantes irregulares a través de canales informales". En otras palabras: de chismes. El propio Plan de Separación lo elaboró el puesto de mando avanzado de la MONUC en Goma, sin aprovechar las capacidades del Estado Mayor de Kinshasa, por lo que su resultado "fue un buen trabajo académico militar, sin relación con la realidad".

"Estas irregularidades me reforzaron en el convencimiento de que mis posibilidades de revertir la situación eran muy reducidas. Acababa de llegar, estaba apenas aterrizando y recabando información cuando la misión se cambiaba [de forma precipitada] para asumir un cariz peligrosamente ofensivo, sin contar con mi opinión pero bajo mi responsabilidad. Cuando autoridad y responsabilidad están disociadas es mejor dimitir", alega.

"La decisión de dimitir no es fácil" prosigue el informe en tono amargo. "La sopesé en todos sus aspectos, desde todos los puntos de vista. Revisé la estructura de mando, para ver si era posible reforzar la autoridad del Comandante de la Fuerza, pero escapaba a mis posibilidades".

"Como militar profesional que ha mandado tropas en operaciones de combate y mantenimiento de la paz y conocedor de los tristes precedentes de UNPROFOR [la misión de la ONU en Bosnia, que no evitó la matanza de 8.000 varones en Srebrenica] y ONUSOM II [la malograda intervención de EE UU en Somalia], sentí que era mi deber dimitir del mando para llamar la atención y no asumir la responsabilidad de las potenciales consecuencias [de aplicar el Plan de Separación]."

Cuando conoció la dimisión de Villegas, Doss declaró con desdén: "Es su responsabilidad, su carrera y su futuro". En efecto, la dimisión le costó la carrera. De haber seguido al mando de la MONUC, habría consolidado el ascenso a teniente general, que recibió con carácter provisional cuando se marchó a Congo. A su vuelta a España, perdió la tercera estrella de general y, como consecuencia de ello, tuvo que pasar a la reserva el pasado 18 de enero.

Su último acto en activo fue entregar en la sede de la ONU un documento que termina con estas palabras: "Sabía que mi decisión no iba a gustarle a nadie. Y pagué un alto precio personal por ella. Pero era mi deber como oficial. Debía sinceridad a mis subordinados y lealtad a mis superiores. No tenía otra elección".

El general Díaz de Villegas (derecha) saluda al general senegalés Babacar Gaye al tomar el mando de la MONUC.
El general Díaz de Villegas (derecha) saluda al general senegalés Babacar Gaye al tomar el mando de la MONUC.EFE
Una niña camina bajo la lluvia en una calle de Goma el pasado miércoles.
Una niña camina bajo la lluvia en una calle de Goma el pasado miércoles.AP

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