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Columna
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Ética para matador

Como el Parlament iba a poner sobre su mesa el debate sobre la Iniciativa Legislativa Popular (ILP) para prohibir las corridas de toros en Cataluña, nuestro Ayuntamiento, aprovechando que la sangre de Las Ventas tiñe las calles de Madrid, le pone a la Mesa del Toro una concejal y un auditorio para presentar el libro del francés Francis Wolff 50 razones para defender la corrida de toros. En el Parlament, sin embargo, los abolicionistas sólo necesitaron una razón: la ética. Sus intervenciones fueron de tal contundencia argumental que dejaron a la vista la pobreza de los razonamientos taurinos y algún día serán documentos de gran valor para la historia de nuestro "progreso moral", al que apeló el científico Jorge Wagensberg citando a su vez al filósofo José Ferrater Mora, antitaurino y premio Príncipe de Asturias.

En el Parlament los abolicionistas sólo necesitaron una razón: la ética
Torturar así es una salvajada y hacer de ello un espectáculo, una bajeza espiritual y moral

Wagensberg, creador y director científico de Fundación La Caixa y Creu de Sant Jordi de la Generalitat, no necesitó 50 respuestas porque lo que mostró fue incontestable: los instrumentos con los que se lleva a cabo en la plaza el martirio de un animal herbívoro, es decir, no depredador y cuyo único afán, en consecuencia, es huir del acoso que sufre, encontrar la salida del coso al que ha sido arrastrado, escapar del pánico que le produce lo que no comprende y regresar al campo del que fue secuestrado ("Entre los seres humanos lo que le ha pasado al toro de lidia es un secuestro": Manuel Vicent). Pero le queda lo peor: puyas que son lanzas que le destrozan músculos en la espalda y en el cuello, que le rompen vasos sanguíneos y nervios, que le abren agujeros por donde luego podrán hundirse las banderillas, que son unos palos terminados en arpones de acero. Todo ello antes de ser atravesado por una espada de 80 centímetros que quiere llegarle al corazón pero que no suele hacerlo a la primera, sino que le atraviesa los pulmones, la pleura, a veces el hígado, y le rompe la arteria aorta, lo que provoca que aquel pacífico herbívoro se encuentre ahora agonizando entre enormes vómitos de sangre, aunque aún aspire con desesperación a sobrevivir a tanto dolor y olvidar ese martirio. Por eso aún intenta mantenerse en pie y encaminarse a la puerta por la que le hicieron entrar, momento en el que lo apuñalan en la nuca con el descabello, otra larga espada que termina en una cuchilla de 10 centímetros. Corpulento y potente, todavía vive, aunque ahora sí cae al suelo, humillado, desgarrado, sanguinolento. Entonces lo rematan con la puntilla, un cuchillo-puñal con el que intentan seccionarle la médula espinal a la altura de las vértebras atlas y axis. No es fácil atinar, por eso el matarife remueve el filo del cuchillo por entre el amasijo de carne, músculos y nervios. El toro ya está paralizado. Morirá por asfixia. Pero, cuando es arrastrado para sacarlo de la arena, sobre la que deja un visible rastro de sangre; después de que, si la faena se considera estética, le hayan cortado una oreja o dos y acaso el rabo, que su verdugo exhibe a los espectadores; cuando ya no queda en él, sin embargo, rastro alguno de esperanza de huida, con la boca entreabierta y la lengua colgando, mutilado, se le ha visto pestañear. Pestañear. Lo ha grabado, junto con todo lo anterior, Alfonso Chillerón, presidente de ANPBA. En el Parlament se relató ese sufrimiento. Torturar así a un animal es una salvajada y hacer de ello un espectáculo, una bajeza espiritual, intelectual y moral. No sirve apelar a la tradición: muchos actos execrables fueron tradiciones muy populares, como las ejecuciones públicas. Lo advirtió el también filósofo Josep M. Terricabras: si algo es condenable, no es que sea lícito prohibir, es que es obligatorio. En cuanto a las dehesas, cuya conservación, sorprendentemente, tanto preocupa ahora a los taurinos, podrían convertirse en parques naturales donde la protección del toro estuviera subvencionada como ahora está su tortura.

Madrid podría aprovechar para subirse al tren de la ética debatida en Barcelona y limpiar esas "bolsas de crueldad", como también las llamó Ferrater Mora. Lejos de ello, el vicepresidente de la Comunidad anuncia su consideración de Bien de Interés Cultural: en la defensa de la violencia sí coinciden nuestras más altas instituciones.

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