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Los nicanores y la banda del botijo

Francisco Peregil

La colonia de Los Rosales tiene 13 calles y unos 6.000 habitantes rodeados por el río Manzanares, una vía de tren y varias carreteras. Allí fue donde hace 50 años el robasiesta, reputado terrateniente, irrumpía en el descanso de sus labriegos y donde el sargento Barriga, de la Guardia Civil, daba bofetadas a diestro y siniestro antes de que lo mataran, en 1966.Entre aquellas casuchas, la banda del Bizco y el Botijo hacía trompos con sus primeros coches robados al comienzo de la transición. Y allí regresó desde la cárcel el Botijo, el hijo de la Juanola, la que vive encima del mesón, cuando lo soltaron para morir de sida. Ninguno de ellos conoció a Nicanor Briceño.

"Es curioso", dice un conocido personaje del barrio, "cómo un tío que apenas sabe hablar se hizo con el respeto de todo el mundo". Nicanor conquistó el cariño de María Jesús Piernagorda, por ejemplo, que lloró y le rogó por favor que se quedara cuando aquél dimitió. Y el respeto de Felipe, que hace unos dos meses fue padre de dos mellizos y cuya mujer murió en el parto.

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El pueblo se conmocionó y las embarazadas, mentalizadas de que debían someterse a revisiones periódicas, comenzaron a acudir en masa a la clínica de Ignacio Sáenz, que cobra una iguala [una suerte de seguro médico] de 2.000 pesetas mensuales.

Sáenz es un hombre de derechas con poco más de 30 años. Hace 10 vendía tebeos en el Rastro. Con su novia se compró un piso en un edificio por entonces nuevo y aparcaba su Seat 850 en cualquier sitio porque la calle siempre estaba vacía.

La medalla de Nicanor

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Ahora trabaja en su clínica de Villaverde y en una residencia de ancianos. Gana unas 150.000 pesetas al mes y todo el barrio le conoce. En su torre se ven algunos Mercedes de gente que en vez de irse a una zona mejor prefiere aparcar con ruedas anchas en el garaje de sus oficinas. Pero siempre hay gente mudándose. Se venden pisos de 100 metros cuadrados por 10 millones y 14.Él no es un nicanor porque nunca le gustaron los mesías, pero cree que ellos han conseguido lo que parecía imposible: que la policía frenara la corriente de drogadictos que desfilaban por el barrio para comprar droga; que se metían en las tiendas y en los bares y que pedían dinero o lo robaban. Nada de ello hay ahora y la medalla hay que colgársela a los nicanores. El médico cree que la gente tiene miedo de que a sus hijos les ocurra lo que a la generación del Bizco y compañía.

El cura Antonio, que apoyó a los nicanores diciendo misas en el asentamiento de Los Molinos, también fue mortificado como todos los maestros del barrio por el Beni, el Jimeno, el Vizco, el Porras, el Carli Heredia y el Botijo, los primeros que conocieron la droga. Gente noble, según el sacerdote.

Casi todos han sido carne de presidio. Isabel, la hermana de Heredia, toxicómana de 25 años, dice que todos ellos eran buenos chicos. ¿Qué les faltó, pues? "Cariño en sus casas, quizá", responde. ¿Usted y su hermano también echaron de menos el afecto? "Creo que no. Tal vez, una buena educación era lo que nos hizo falta". Josefa, la madre de Isabel, estuvo acampada con los nicanores en Los Molinos, pero Isabel no. "Todo esto ha perjudicado a los más débiles, que son los drogadictos", aclara Isabel.

Al Botijo no le afectaron las movilizaciones contra la droga porque falleció hace dos años. Pero él y su familia padecieron la discriminación cotidiana de muchos vecinos. Juana Sánchez, su madre, lo sacó de la cárcel para que muriera, con 23 años y sida terminal. A Abraham, que tiene 13 años y es otro hijo de Juana, no le querían dejar entrar los vecinos en el colegio de Rosales. "Y mi vecina de abajo", comenta Juana, "me decía que no tendiera las sábanas en el balcón porque se escurría el agua a su piso y no quería que se le pegara el sida". El bar Los Pitufos, donde bajaba el Botijo, tuvo que cerrar ante la escasez de clientes.

Los padres de todos los de la pandilla del Botijo son obreros para quienes, en muchos casos, el caballo [heroína] sólo era, hasta entonces, un animal que vendieron antes de venirse desde Extremadura a Villaverde.

El cura Antonio también cree que a esos chicos les faltó una buena educación. Antonio nació en Cantimpalos y siempre fue un hombre decidido. Respondió ante el vicario y ante el cardenal por su osadía. "Mire usted", le enseñó un croquis al vicario, "aquí están Los Rosales, aquí Torregrosa y La Celsa y aquí nos quieren poner a los traficantes. Si esto es racismo, soy racista". El vicario visitó el barrio, vio el descampado y dijo: "Racistas son los que quieren traer a esa gente aquí".

Enamorado de la Filo

Y en esto, cuando casi nadie lo conocía en Los Rosales, llega el Nica, un bedel de un colegio de Perales del Río, el barrio de al lado, que disfruta leyendo El Principito y Las ratas -Ia escribió este hombre de Valladolid... hombre, cómo se llama... Sí, eso, Delibes"- Un hombre que fue chapista, camionero y que dice que está encantado de que su hijo de 15 años se enamore de la Filo, una gitana de Perales "preciosa, por cierto".También llega un hombre menudo, moreno, con un Renault 21 y teléfono portátil. Tiene estudios básicos, una compañía de derribos con 20 empleados y afirma ser primo segundo del presidente del Gobierno. Nació en un pueblo de Sevilla hace 49 años, y desde hace siete meses ejerce las funciones de chófer y guardaespaldas de su amigo Nicanor.

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Sobre la firma

Francisco Peregil
Redactor de la sección Internacional. Comenzó en El País en 1989 y ha desempeñado coberturas en países como Venezuela, Haití, Libia, Irak y Afganistán. Ha sido corresponsal en Buenos Aires para Sudamérica y corresponsal para el Magreb. Es autor de las novelas 'Era tan bella', –mención especial del jurado del Premio Nadal en 2000– y 'Manuela'.

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