_
_
_
_
_
Reportaje:

El 'camping', domicilio permanente

Por 80.000 pesetas al año se puede alquilar una plaza con todos los servicios de lujo

María José Paredes, casada, con cuatro hijos, afirma con convicción que nunca se arrepentirá de haber cambiado el apartamento en la sierra por la caravana, que tiene instalada todo el año en el camping caravanning de El Escorial. El complemento perfecto para una caravana cómoda, equipada casi con los mismos objetos que el domicilio en la ciudad, que hace las funciones de segunda residencia, es precisamente un camping que , poco a poco, por la estabilidad de sus ocupantes, lleva camino de convertirse en una especie de pueblo. Vivir en el camping, y en un camping de lujo, por 80.000 pesetas al año, es una oferta que está empezando a atraer a buen número de madrileños.

Más información
Polémicas legales

, El camping de El Escorial está situado en la carretera que enlaza con Guadarrama, un poco antes de la desviación al Valle de los Caídos. Ocupa 300.000 metros cuadrados de una extensa dehesa, salpicada de fresnos, que se extiende al pie de las pendientes de la sierra hacia las tierras bajas. La fuerza del sol no se traduce en un calor insoportable gracias al aire fresco que ventila constantemente la dehesa.No existen, administrativamente hablando, los campings de lujo. El caravanning de El Escorial está calificado como primera categoría. "Dentro de los de primera hay también diferencias", dice Fernando Fauría, gerente del camping. "Un camping de lujo es el que cuida una serie de detalles, menores aparentemente, pero que hacen que el campista se sienta tratado de una forma especial y se creen relaciones de convivencia muy fuertes. Aquí no tenemos servicio de megafonía. Un empleado coge su moto y entrega el aviso en mano, que los hay a decenas, diariamente. Cuidamos mucho la animación, los actos sociales. Hemos tenido nuestras propias fiestas, competiciones deportivas -un grupo de campistas ha formado un equipo de fútbol con el nombre del camping-, y llega un momento en el que la gente hace amistades tan fuertes o más que las que pueda hacer en la ciudad'.

María José asiente convencida de la verdad de las razones de Ricardo. María José es casi la más veterana de las campistas. Ya había comprado -500.000 pesetas- y ocupado su parcela cuando la mayoría de las instalaciones estaban en obras y llegó una orden de paralización, que fue ejecutada por miembros de la Guardia Civil. María José se negó en redondo a abandonar su parcela, aguantó las molestias, y ahí sigue.

Desde entonces, su casa portátil ha crecido. La caravana principal cuenta con tres camas, una de ellas de matrimonio, mesa plegable, servicio con un dispositivo especial de trituración de residuos, y calefacción. El espacio cerrado de la caravana se complementa en el exterior con un porche, de lona, cerrado por todos sus lados, en el que se encuentran la cocina, la nevera, el televisor, una estufa para los días de invierno, ventilador, la mesa del comedor... En un rincón de la pequeña cocina se apoyan el cepillo, la fregona y demás útiles de limpieza.

Las bicicletas de los niños están en el suelo, a la espera del paseo de la tarde. Formando un ángulo con la caravana principal hay otra más pequeña, utilizada para irse de vacaciones cuando el matrimonio y sus hijos deciden viajar un poco. Merodeando por los alrededores de la parcela está Sally, una perra grande y bonachona, ya mayor, con sus 11 años de edad.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Dos canarios y un gorrión sin cola, chocante por su cuerpo casi totalmente redondo, cuelgan con sus jaulas de uno de los cuatro fresnos que ocupan las esquinas de la parcela. Otros caravanistas han sembrado césped, adornado la entrada con grandes figuras de animales en cerámica o cuidan de sus propias plantas.

Segunda residencia

"Vivir en el camping" es una frase que ha podido hacerse realidad gracias al auge que está tomando la venta de caravanas. Cuestan alrededor del millón de pesetas, pero se pueden conseguir mucho más baratas de segunda mano y en buen uso en los propios campings. Desembarazadas de las ruedas, cubierto el espacio libre del suelo a la tierra con planchas de acero, diferenciadas de sus compañeras por algún que otro detalle decorativo, las caravanas pasan a cumplir con bastante dignidad su papel de segunda residencia. La mayoría de las familias que han comprado su parcela o que la alquilan por años completos, la habitan los meses de verano, casi todos los fines de semana y alguna que otra vacación de Navidad y Semana Santa.María José hace una vida muy similar en la forma a la que hace en su domicilio fijo, en la calle Conde de Peñalver: la compra, preparar la comida, limpiar la caravana, etcétera. A media tarde toma el café, se da un baño en una de las dos piscinas del camping-una de ellas cuenta con una cúpula de plástico especial, con aislamiento térmico, para ser utilizada en invierno-. Su marido, jefe de personal en un empresa madrileña, llega del trabajo a eso de las cuatro de la tarde -tarda unos 45 minutos en el viaje-, y luego juega al frontón, al tenis, al fútbol o, más cachazudamente, participa en los continuos torneos de ajedrez, mus o dominó, en los que se enzarzan los campistas.

"Lo más importante es la convivencia que se logra aquí. Hay unas relaciones sociales y de amistad que yo consigo dificílmente en Madrid. Supongo que también es cierto que las personas que gustan de vivir en un camping ya tienen de por sí un carácter más abierto, pero lo cierto es que no he tenido ningún problema en los cinco años que llevo aquí, y he hecho muy buenos amigos. A veces hablamos de que esto es como un pueblo. Hay dos asociaciones de campistas, la mía tiene 200 socios, la otra no sé, y nos organizamos nuestras propias actividades, y si hay algún problema lo discutimos en las juntas".

María José vive en el camping entre cuatro y seis meses al año, contando con los tres del verano, en que se traslada abiertamente a su propiedad campestre. Otras 350 caravanas se encuentran ya firmemente adosadas al terreno, al margen de los campistas de paso y de los propietarios de, caravanas que las dejan allí aparcadas sin ocuparlas.

Un pueblo cómodo

Un camping bien organizado es siempre un organismo que tiende hacia la endogarnia y al yo me lo guiso, yo me lo como, característica ayudada por el hecho de que los campistas pueden salir a comprar o a bailar al pueblo, pero no al revés. "El camping tiene que arropar a los campistas", dice Ricardo Fauría. El padre de Ricardo fue administrador del camping Toro Bravo, en Barcelona, durante más de 20 años, así que al hijo no le ha pillado de sorpresa la frenética actividad que tiene que desarrollar como encargado de camping, en los tres meses de verano sobre todo."Arropar", explica, "significa que aquí tiene que encontrar todo lo necesario, para poder hacer vida, si quiere, sin salir de aquí: supermercado, agua caliente todo el año, restaurante, una pequeña boutique, estanco, instalaciones deportivas, un club social o una discoteca. Un camping de lujo tiene que prestar esos mismos servicios, pero aún más completos, cuidando el detalle, que las duchas tengan mezclador de agua, una nave ventilada para instalar los retretes, con calefacción para el invierno, algunas lavadoras y secadoras, ser amigo y a veces confidente de los campistas más habituales. Las oficinas del camping son un poco como el ayuntamiento. Aquí vienen a plantear todos los problemas, a veces solucionables y otras no, incluso riñas personales".

Ricardo Fauría, buen negociante, perito químico -"pero es muy duro volver a una oficina después de acostumbrarte a trabajar al aire libre, por muy pesado que sea"-, habla de su camping como de un cuerpo organizado, donde sus propias características fisicas favorecen la relajación y la convivencia. "No ha habido problemas con el pueblo. Al contrario, los campistas bajan a El Escorial y consumen o compran recuerdos. El personal que trabaja en el camping es de allí, como lo son las familias que tienen la concesión del restaurante y del supermercado".

"Si todavía no existen más caravannings como el nuestro en Madrid, es porque la afición no está tan extendida como en las zonas costeras, que se han beneficiado de un turismo extranjero más acostumbrado. Los madrileños no hacen turismo interior, en su propia provincia. Prefieren salir al mar, y los que quieren salir a las cercanías de Madrid han optado tradicionalmente por el chalé o el apartamento. Es evidente que eso irá cambiando poco a poco. La gente aprecia cada día más las ventajas y la tranquilidad de vivir en un camping".

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_