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Reportaje:ROCK | The Jayhawks

La liturgia del reencuentro

Y entonces sucedió. Eran las 21.44 cuando Mark Olson y Gary Louris avanzaron hacia sus micrófonos, en el centro del escenario, para recordarnos por qué la confluencia de sus voces constituye uno de los episodios más relevantes del country-rock y las músicas americanas de raíz desde los tiempos de The Band o Buffalo Springfield. El primero lucía su ineludible camisa de leñador; el segundo, unos rizos aún más alborotados que entrecanos. La perfecta simbiosis entre la voz tosca de Olson y un timbre tan agudo como implorante, en el caso de su socio más distinguido. El calendario pasa páginas de manera implacable, pero de pronto fue como si hubiésemos regresado de un plumazo a aquellas noches de asombro en 1995, cuando todo era más sencillo, puro, bello. Feliz.

Nunca pareció una hipótesis inimaginable, pero ha tardado dieciséis años en suceder. Louris y Olson han cruzado sus agendas con alguna frecuencia durante todo este tiempo e incluso se permitieron hace un par de años un álbum como dúo, Ready for the flood, de formato muy intimista. Pero la reconstitución de los Jayhawks con los cinco mismos firmantes que nos legaron Tomorrow the green grass (uno de los trabajos mayúsculos de aquella década) constituye uno de los episodios más excitantes en esta temporada de titubeos, incertidumbres y juguetes rotos.

El 20 de septiembre verá la luz en todo el mundo Mockingbird time, octavo trabajo de la banda, que anoche ya comenzó a sonar en la sala Heineken de manera tímida y dosificada.

Ahí estaban la adictiva Closer to your side, el trallazo áspero y trepidante de High water blues o ese monumento al folk de la vieja guardia que se titula Guilder Annie. Pero desentrañar las nuevas canciones no era tan importante como la apelación a ese viejo orden de cosas que, en su día, convirtió a los Jayhawks en los depositarios de las esencias frente a la hegemonía del grunge.

Más de 900 personas, agolpadas en la Heineken muy por encima de los umbrales de la incomodidad, tragaron saliva mientras se sucedían los primeros clásicos: Wichita' Two angels o la abrumadora Red's song, con un gran solo de Louris y esa sensación de rock atemporal, de estándares para nuestros bisnietos. La sala abría los ojos y contenía la respiración como quien asiste a una liturgia trascendental. La del reencuentro, nada menos, entre dos socios tan complementarios como desiguales.

Por mucho que transite ya por sus 56 primaveras, Gary será siempre el rockero en el tándem y el amante de los cánones británicos. Mark asume por su parte, de mil amores, el papel de custodio del espíritu folclórico. Y los dos entremezclan ambas genealogías musicales de manera prodigiosa, sabedores de que no hay colisión en la alianza, sino una riqueza inmensa.

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Solo existe un factor para la controversia, y es que del repertorio se evapora todo rastro de los tres discos (uno de ellos, el extraordinario Rainy day music) que los Jayhawks facturaron tras la marcha de Olson. Ello equivale al dudoso sacrificio de Big star, I'm gonna make you love me, Tailspin o Save it for a rainy day, entre otras joyas de la corona. Pero queda la munición pesada de los tiempos primerizos: I'd run away' Miss William's guitar, Bad times y, sobre todo, ese Blue con el que el aforo al completo asume que desgañitarse constituye un vigorizante ritual colectivo. Ni siquiera el sonido, embotado y muy poco agradecido, pudo afear la comunión con el mayor emblema de ese género al que ahora le llaman americana. La próxima vez, cuando nos hayamos aprendido ya las nuevas, la complicidad se promete aún mayor.

Actuación anoche de la banda The Jayhawks.
Actuación anoche de la banda The Jayhawks.SAMUEL SÁNCHEZ

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