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Reportaje:

La música vuelve a sonar en Alcalá 20

La discoteca en la que hace dos décadas murieron abrasadas 81 personas reabre sus puertas el próximo día 1

El nombre de Alcalá 20 ha sido durante 22 años, en Madrid, un nombre maldito. En esa discoteca, a un paso de la Puerta del Sol, murieron abrasadas o asfixiadas 81 personas el 17 de diciembre de 1983. Un incendio descontrolado en un local sin las mínimas condiciones de seguridad provocó una de las mayores catástrofes de la historia de la capital. Ahora, después de un silencio de dos décadas y más de dos años de obras, los nuevos dueños de la discoteca han resucitado la pista de baile y pretenden reabrir la sala el próximo día 1. Confían en que Alcalá 20 pasará de simbolizar el pánico a convertirse en "emblema de seguridad".

"Estoy muy tranquilo. Sé lo que hemos hecho aquí en estos dos años, y sé que no es una chapuza. La nueva Alcalá 20 cuenta con el más moderno sistema antiincendios y ha pasado las inspecciones más exigentes. Estoy seguro de que la gente vendrá a la inauguración, y estoy convencido de que no pensarán en lo que ocurrió. Yo no pienso en ello, sólo miro al futuro", explica Miguel Ángel Flores, presidente de fSmgroup, la empresa que se hizo cargo del local hace más de tres años y ha gastado tres millones en rehabilitarlo.

Un gigantesco aljibe subterráneo almacenará 150.000 litros de agua bajo la pista de baile

Flores habla de pie en mitad de la sala, un espacio diáfano de muros rojos y negros, decorado sólo con sobrios dibujos que "representan tatuajes" y con los sofás, de colores apagados, aún envueltos en plástico transparente. Dos empleados realizan los últimos trabajos de limpieza. La plataforma semielevada que será el escenario para eventos -aunque no habrá música en vivo- y la bola de espejos en una esquina ofrecen un aspecto huérfano. Por todas partes, la mirada se posa en decenas de carteles que señalan las salidas de emergencia o la presencia de extintores.

Alcalá 20 abrirá sin licencia de funcionamiento. El Ayuntamiento está "estudiando la posibilidad de elaborar un informe extra de seguridad, por las características especiales del local", y por eso ha retrasado ese último trámite, según afirma un portavoz de la Concejalía de Centro, que preside Luis Asúa. Pero fSmgroup ha decidido abrir incluso sin esa última licencia.

"El local tiene licencia de actividad desde julio de 2003, y tiene también el informe favorable de Protección Civil, que se hizo con las máximas garantías. Lo firmó una comisión de tres técnicos, cuando lo normal es que sólo actúe un inspector. En julio pedimos la licencia de funcionamiento y no entendemos por qué no se concede ya. Así que nos acogemos al silencio administrativo y vamos a abrir el día 1", sostiene Jorge Morales, abogado de la empresa.

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Aunque no quieran hablar de pasado, sino "sólo de futuro", los responsables del local tienen muy presente lo que ocurrió hace 22 años. Entonces no funcionaron mangueras ni extintores, las puertas de emergencia se bloquearon y la discoteca quedó a oscuras. Las 300 personas que se vieron atrapadas intentaron huir y, sin luz, se aplastaron unas a otras. Por eso, ahora, hasta el mínimo detalle de seguridad ha sido revisado cien veces. El aforo de la sala se ha reducido a 482 personas -hace 22 años la discoteca podía albergar a más de un millar- y la pista de baile está más alta, en un semisótano pero "a sólo cuatro metros de la superficie". En el sótano inferior se encuentran los servicios.

"No hay ninguna otra sala en Madrid que reúna estas condiciones de seguridad", afirma Carlos de la Fuente, el ingeniero autor del sistema de seguridad del nuevo Alcalá 20. Y pone ejemplos: la discoteca ha construido, bajo tierra, un aljibe gigante que almacenará 150.000 litros de agua. "Suficiente para apagar un edificio entero en llamas", sostiene Flores. Además, 68 rociadores están dispersos por el techo del local, hay medio centenar de detectores de humo y varias compuertas para expulsarlo. Si se declarase un fuego, clientes y empleados podrían hacer uso de las cinco mangueras y 14 extintores colocados en las paredes. Un equipo generador de energía mantendría la luz encendida, y alcanzar una puerta de emergencia no sería una odisea, como fue entonces.

"Hay 75 carteles de señalización que conducen a dos salidas de emergencia, además de la principal. Y las puertas son antibloqueo: por dentro están dotadas de barra antipánico, y carecen de manillas o cerraduras por la parte de fuera. Permanecerán siempre abiertas", explica De la Fuente.

Todo eso para ahuyentar el fantasma del fuego en Alcalá 20. Aunque, según el ingeniero, ese fantasma no volverá. "Yo les dije a los bomberos: 'La sala será incombustible'. Y así la he hecho. Todos los materiales están protegidos contra el fuego: el suelo y las puertas son de acero. Los muros, de yeso, cerámica y pladur. Incluso el tejido de las butacas es ignífugo. Ni con un soplete podría prenderse aquí una chispa. La única forma de que se declare un fuego es que sea intencionado", señala.

Los nuevos dueños de la sala son conscientes de que el nombre Alcalá 20 puede suponer un freno psicológico para algunos amantes de la noche, pero han llegado a la conclusión de que habría sido peor rebautizar la sala. "Está demostrado que todo lo asociado a la palabra antiguo es negativo desde el punto de vista de la publicidad. Si lo hubiéramos llamado, por ejemplo, El Lido, el nombre que tenía antes de llamarse Alcalá 20, habría sido peor: alguien diría 'voy al Lido', y todos pensarían 'ah, ya, a la antigua Alcalá 20, la que se quemó'. Es mucho mejor convencer a la gente de que esto es la nueva Alcalá 20", asegura Almudena de la Mota, directora de Comunicaciones de fSmgroup.

Y, más allá del nombre, los responsables de la discoteca tienen poderosas razones para no haber renunciado al negocio a pesar del peso de la historia: "No hay muchos sitios en Madrid para construir salas de fiestas, y éste es de los mejores. Es verdad que ocurrió una desgracia, pero lo que hay que hacer en estos casos no es cerrar para siempre, sino poner medidas para que no vuelva a ocurrir", insiste Flores.

De la antigua Alcalá 20 queda apenas, como guardián de la memoria, un tramo rehabilitado de la escalera de caracol en la que, hace dos décadas, perecieron aplastadas decenas de personas. Los dueños confían en que cuando el próximo día 1 vuelvan a conectar la música, ese recuerdo, aunque imborrable, será acallado por fin.

Uno de los 14 extintores repartidos en la nueva sala de fiestas Alcalá 20.
Uno de los 14 extintores repartidos en la nueva sala de fiestas Alcalá 20.CRISTÓBAL MANUEL

Víctimas de la negligencia

A las 4.45 de la madrugada del 17 de diciembre de 1983, apenas 15 minutos antes de la hora de cierre del local, la discoteca Alcalá 20 se convirtió en una trampa de fuego y en la tumba de 81 personas, jóvenes la mayoría. Minutos antes había cesado la música. La chispa de un cortocircuito prendió en las cortinas y se propagó en cuestión de segundos por todo el local, ubicado en tres plantas de sótano y decorado con más de 5.000 kilos de textiles, plásticos y cartón piedra, materiales altamente inflamables.

Muchos de los que huían encontraron las puertas de emergencia cerradas o bloqueadas. Otros intentaron usar extintores y mangueras que no funcionaban. Algunos empleados de la discoteca lograron salvar la vida al escapar por una puerta trasera, mientras cientos de jóvenes corrían perdidos por los pasillos. De las víctimas, 31 personas fallecieron carbonizadas; otras 13, intoxicadas; 36 más, por asfixia o aplastamiento. La víctima número 81 fue la hija de un matrimonio que vivía en uno de los pisos superiores del edificio, y que, tratando de huir del humo, cayó por la terraza al vacío.

Si los dueños de la discoteca, inaugurada tan sólo tres meses antes, hubiesen guardado "la más elemental diligencia", el desastre podría haberse evitado, según dejó escrito la Audiencia Provincial de Madrid en la sentencia que, 11 años más tarde, condenó a penas de dos años de cárcel a los cuatro propietarios del Alcalá 20, al electricista que puso la "deficiente" instalación eléctrica y al inspector del Ministerio del Interior que "no vio" las numerosas irregularidades del local (la condena de este último fue rebajada sustancialmente en 1995 por el Tribunal Supremo).

El Estado, declarado responsable civil subsidiario por los jueces, pagó 2.000 millones de pesetas (12 millones de euros) en indemnizaciones a las familias de las víctimas. Esa ayuda llegó en el verano de 1997, casi 14 años después de la desgracia.

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