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Entrevista:Mis queridos monstruos

María Asquerino

María, María Asquerino, Maruja. "¿No te parece asqueroso lo de Maruja? Me lo quité en seguida. Y no digamos Marujita, como otras". Musa trasnochatriz de toda la izquierda festiva, ,los ojos más profundos y hospitalarios del cuarentañismo, como para quedarse a pasar la noche bajo el puente de esos ojos, cuando el estado de excepción arreciaba. Un izquierdismo bien llevado al lado derecho y una arboleda perdida de hombres encontrados en su corazón o en mitad de la noche. María, amor, Mariamor me espera en un restaurante de nuestro viejo mundo, esa rueda de cafés, galerías de arte, restaurantes, tiendas de la moda unisex y tabernas para el dominó de los pintores (escuela de Vallecas), y acudo a la cita como un enamorado del periodismo y un platónico de María Asquerino. Cenamos bacalao, que es como si cenásemos los amantes en salazón de sus comedias y de su vida, más los suicidas siberianos y los Minayas castellanos que la orlan de sangre, de machos y de noches.-Empecé unas memorias, Paco, y me dijiste que eran una mierda cuando te di los cien primeros folios.

-No es eso, exactamente. Lo que pasa es que, como todos los no profesionales, te habías olvidado de ordenar el material. Para hacer un libro hay que distribuir los materiales de modo que la cosa dure un rato. Por ejemplo decías: "Salí con Jorge Mistral y lo pasábamos bomba". Y ya estaba resuelto Jorge Mistral.

-No iba yo a contar intimidades. No me da la gana.

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-Pero la gente quiere saber cómo era Jorge Mistral, por qué era bajito, por qué se fue a Méjico, por qué era homosexual, por qué se suicidó...

-¿Por qué se suicidó? -Y pone un gesto exquisito de entredudosa fina de Colette- Ay, hijo, yo no sé por qué se suicidó.

Con el alma tranquila, le entra el bacalao como si fuera faisán.

-Tú me diste, Paco, ¿te acuerdas?, un gran título para mis posibles Memorias, que era Mis pobres hombres; lo que pasa es que ahora me apetece más hablar de mi familia, de mi vida, de mi trabajo, aunque cuento cosas de hombres, claro: Marsillach, Fernán-Gómez, Paco Rabal, todos. Tú seguro que me darías un título bueno. A tus cosas, que siempre son autobiográficas, les pones títulos preciosos.

-Llámalo "Mis pobres hombres y otros pobres".

Ríe. Cenamos von agua y muchos camareros. Hay una duplicación mareante de espejos y camareros en la que nuestra intimidad de tantos años se pierde un poco. Pienso que este distanciamiento es bueno para la entrevista, o lo que coños sea esto. María es una mujer de 57 años que ahora lleva el pelo casi corto, que gasta los ojos profundos y hospitalarios de siempre, como asilo de caminantes en la noche oscura del alma macho. Se ve que ha comido en buenos restaurantes. Tiene, como sellando su belleza, un lunar bajo el párpado izquierdo y otro en la nariz. A lo mejor me los estoy inventando yo, a lo mejor son pintados, a lo mejor no tiene lunares. A lo mejor. María es honda, lenta y secretamente irónica.

-Qué, ha pasado, Paco, dime, qué ha pasado, por qué no he sido yo una gran estrella del cine español.

-Eres una gran actriz del teatro español, y eso está mucho mejor.

-Sólo hay actores buenos y malos. Sean Connery, antes de hacer James Bond, había hecho mucho Shakespeare. Para hacer bien lo pequeño, hay que haber hecho lo grande. Yo aún no me había operdo la nariz cuando hice Surcos, de Nieves Conde, que es mi mejor película.

(El pintor Verdes, que está en Jaén, entre cerdos, y que hace los retratos de esta serie, más que por fotos, por la descripción que yo le hago de los personajes, me interrumpió esta mañana, al teléfono, cuando yo le estaba haciendo la descripción telefónica de una María entre lírica y trágica, una de esas mujeres que le dan barbitúricos a su perro, una maravillosa bruja: "¿Pero tiene buenas telas?". Estos plásticos son así. Le cuento la anécdota a María -"pues son de las cosas que mejor conservo"- y, a propósito de eso, le recuerdo sus desnudismos corno doña Jimena:

-No me creo yo, María, que doña Jimena, viuda del Cid, anduviese en bolas por el medioevo.

-Pues verás, hay en la obra una frase de la hija que dice "Madre, ¿qué haces desnuda en la ventana?". Y entonces yo me confeccioné un traje de gasa con dos tapitas para los pechos, porque aún vivía aquel señor que hubo cuando entonces. En cuanto murió el señor que digo, me quité las tapitas.

-¿Quién eres tú, María Asquerino, hija natural, mujer de mil hombres?

-Uy, hijo, cómo te pones y Ahora, para estas memorias que estoy, haciendo, he pedido fotos a la familia de mi padre, a la cual casi no había tratado, y encuentro que son una gente maravillosa, sobre todo los pequeños, mis sobrinos, como si dijéramos, y con les que me entiendo mucho mejor que con los parientes de mi edad. Los chicos me quieren mucho y hasta hay uno que quiere ser actor. De pronto, Paco, tengo una familia.

-Tu padre.

-Mariano Asquerino. Ya sabes. Pero además he descubierto otros dos ancestros: dos Asquerino que hacían teatro juntos, como los Quintero, y que están retratados en el Conde Duque. Tengo que ir a verlos. De ellos me viene, quizá, la manía de escribir.

-Tu madre.

-Pasamos la guerra juntas, en Madrid, bajo los bombardeos, y eso es lo que más me gusta contar en mis memorias.

-Un adjetivo para ti.

-Inconstante. Por eso me gusta viajar. Por eso he cambiado algo (bueno, mucho) de hombres. Por eso me fui con un amigo, hace pocos años, a San Sebastián, y por el camino, sabiendo que yo soy así como un poco roja, todo el rato me cantaba canciones republicanas. A la altura de Burgos ya tuvimos unas palabras más altas que otras. Y al llegar a San Sebastián, al hotel, pedí habitaciones separadas. Naturalmente, desapareció y me dejó tranquila.

-Te vistes mal, María.

-Sí, siempre he dudado entre el estilo progre, que ya no me va, y no sé qué otro estilo. Todo menos la señora de collares que no soy. De modo que lo mío es un mitad y mitad.

-Tus noches míticas de Bocaccio, como antes las de Oliver, que tanto viví, cuando pagas en monedas de whisky (esa moneda dorada que queda en el fondo del vaso) el precio por llegar viva hasta el alba. ¿Cuántos whiskies tomas en una noche?

-Creo que nunca más de tres. Y jamás me emborracho. Lo que pasa es que al final quiero mucho a todo el mundo.

-Tus joyas.

-Ya ves que no llevo nada, ni pendientes, ni sortijas, ni pulseras, nada; y es que me atracaron este verano, a plena luz, y un tío de navaja se lo llevó todo, pero me gustaba ponerme los anillos de mi madre, era un poco como llevarla conmigo, cuando allá, hacia las doce de la noche, levanto el vuelo y no sé a qué hora voy a volver.

. Los hombres.

-Hace mucho que no espero grandes sorpresas de los hombres. Después del amor, todos se duermen. Lo comprendo, porque es un trabajo. Pero por eso prefiero ir yo a su casa, para poder marcharme.

-Yo siempre había creído que eras la sacerdotisa de tu capilla erótica y que preferías llevar los amantes a tu espacio sagrado.

-No creas. Yo me he acostado en todas partes, en casa de cualquiera. Eso tiene la ventaja, como te digo, de que puede una irse. De casa hay que echarles. Pero, como te he confesado alguna vez, yo hubiera preferido encontrar el hombre maravilloso, mejor que todo este jaleo sexual (que ya va parando, afortunadamente). Claro que ha habido hombres maravillosos, pero pocos, y, lo que es peor, ay, no han durado.

-Ya, en unas Memorias de los cincuenta, se te define en el Gijón como "existencialista".

-Ahora sólo soy una señora más bien de izquierdas. Y me gusta don Santiago, porque he oído hablar de él en casa toda la vida.

La actriz cuasi eslava, madre madrastra, ciudadana y lasciva, con el medio velito del adulterio por la media sonrisa de la insinuación. Uno diría, si supiese un poco más de mujeres, y ella iba a estar de acuerdo, que María, más que un Donjuán femenino, es la mujer que busca su hombre, su realización sexual plena, y, por falta de información, ha creído que iba a encontrar eso en la promiscuidad, cuando lo que necesita una mujer de orgasmo duro, digamos, y generalmente único, es el hombre que llegue a hacerse experto en ella: su especialista. Esta fascinante mujer que veis aquí, queridos lectores, no es sino una dulce suma de equivocaciones profesionales y sentimentales, suma que nos ha dado la más interesante mujer del teatro español actual. La doña Jimena histórica, histérica y salida toda de pechos contra la Historia.

-María.

-Paco.

Del restaurante espejeador y tranquilo tendríamos que ir a una fiesta remota que se da en algún asteroide con relaciones publicas. Cuando todo Madrid es como un violín sonando por calles mojadas. Una cosa lontana, brillante y equivocada.

-Mejor nos quedamos aquí, ¿no, Paco?

-Mejor, María.

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Siendo la primera liberada de España, todavía tiene el dandismo femenino de preguntarle al hombre qué prefiere, para que prefiera lo mismo que ella. La napolitana de Darío Fo, estrellada de gritos y de manos, aquella noche de embajadores en que Pitita se obstinaba en llamarla "Maruja", como si no se hubiese operado el apellido y la nariz. Mediados los sesenta, cuando uno andaba descalzo, con sandalias de agua de la mangarriega, como Cristo (aunque Cristo no alcanzó la mangarriega), yo pisaba la moqueta frambuesa de Oflver con pie desnudo, y me. senta-, ba en el suelo, a lo moro, en el amplio coro y fresco caño de la tertulia de María, por verla desde abajo, por verla simplemente. La primera vez que la vi, tuve algo así como un falso enamoramiento de mi corazón falsario. Era una recepción de Luis Esco.bar en el Eslava (hoy Joy / Eslava), y salían juntos, María y él. Yo no era nadie, nada, menos aún que hoy. Luego, como digo, aquellas tertulias de Oliver, donde triunfaban Eduardo Rico, algún galán joven y mi querido y admirado y grande poeta Ángel González. María tenía a los lados, como ángeles de cabecera o ángeles custodios, a Cándida Losada y Lola Gaos. Maria jamás se fijó en mí.

-María, ay, te has fijado tarde, si es que te has fijado, caundo ni tú ni yo estamos ya para nada. Sobre todo yo.

Me lo dijo un reportero con más suerte o más astucia:

-Es una bruja. Le da píldoras al perro.

Escribí y publiqué, un cuento dedicado a ella, que se llamaba "La cómica". Ni enterarse. Ho, somos dos carrozas carrocísi mas, dos carrocísimas imponentes. El taxi corre, como tantas noches, hacia una fiesta irreal que se da en algún asteroide, y a la que nunca llegaremos.

-Pero no van a cometer la grosería de no esperamos, ¿no?

-No lo sé, María. A lo mejor no hay fiesta, o no es hoy, o nos hemos equivocado de asteroide Nuestra vida, María, no es otra cosa que una fiesta equivocada.

-Ahora he renunciado a un función preciosa, Paco, porque me ponían por delante a una pequeñita, y eso sí que no. Ya veo que tienes, la elegancia de no preguntarme de qué función se trata. La verás en seguida en la cartelera.

Viejos pleitos de cómicas.

-Es igual, María. Habrías acabado devorando a la pequeñita.

La actriz cuasi eslava, madre madrastra, ciudadana de Ibsen, paisana de Cliejov, con el medio velito por la media sonrisa del adulterio. El coche corre barrios que son como calles en las que suena un violín mojado. Aquellas noches de Oliver, ya digo, cuando nos acojonaba un estado de excepción de Carrero Blanco, noche sí, noche no. Marsillach vestido de Sócrates. Tere del Río vestida de egipcia. Bódalo vestido del Goya de Buero, con cap¡rote de la Inquisición. María vestida de viuda de tantos hombres vivos. Jorge Fiestas me lo dijo un día: "Ponte las sandalias, Um bral; no está bien andar por aquí descalzos". Pero luego llegó un amigo suyo, se conoce que más íntimo, y estuvo descalzo toda la noche -era verano- y hata puso los pies en el sofá. María ha repetido todo aquello con su tertulia de Bocaccio, al alba, y le ha salido bastante bien, con Paco Valladares como marqués de un bradomínazgo que cae por Doctor Esquerdo, con Balbín, de pipa y suéter, con los que van llegando, en fin. María es la última romántica de una noche que ni siquiera llega a románica, aunque tenemos enfrente el Palacio de Justicia, cerrado a estas horas, claro, y sobre el cual pesa tanto Derecho Romano.

-Te lo prometo, Paco. Unos hombres se duermen. Otros, se acobardan. Otros roncan y otros son insoportables a la mañana siguiente y hasta piden el desayuno en la cama.

-María Asquerino, hoy.

-Escéptica. Ni aburrida, ni resentida, ni despectiva: escéptica.

-La cosa profesional.

-Ya no me cojo los cabreos que me cogía.

- La cosa sentimental.

- He descubierto que lo paso mejor en la presentación de un libro tuyo que en la cama con un particular.

Hace tiempo que no voy a su casa. "Ahora tengo un retrato muy grande, con un pecho fuera '(para que hable Verdes de pechos), y muchos libros, que una vez escribiste que yo tenía pocos libros en casa, Paco, amor. Me paso el día leyendo".

-¿Qué sientes el repasar tu vida en las Memorias?

-Aburrimiento. A veces he probado un diario íntimo'. Me tira más lo actual. El caso es escribir algo.

-Richard Burton.

-Para qué te voy a decir que me lo tiré, si no me lo tiré.

La voz grave, profunda, modulada y quebrada. Ya sólo con esa voz se puede salir a un escenario o conquistar a un hombre. El taxi corre sin sentido por calles sin nombre. Jamás llegaremos a la fiesta que nos espera, a la guerrilla urbana de los fotógrafos. "En mis Memorias me meto un poco con las folklóricas, que cuentan tantas mentiras en las suyas. El modelo, para mí, son la de Simone Signoret, aunque ella ha sido una mujer política a tope, y yo un poco menos.

En mi libro no quiero contar cosas de cama. Prefiero dar los personajes. Cómo eran, cómo se lo hacían".

-El perro.

-Para un día que cubrió a una perra, lleva una semana durmiendo.

-Como los hombres.

-Como los hombres. Pero los hombres es mejor que se duermen; así no hay que hablar con ellos.

-Para las nuevas generaciones eres un mito, María, y para mi generación eres una precursora.

-Simplemente, he vivido.

Parece de Quevedo esto que ha dicho. Ha encontrado mil formas de barroquizar, su soledad. No soporta la prepotencia de los jóvenes ni las dolamas de los viejos. Lo tiene'crudo. El taxista, que nos ha tocado hermético, jamás encontrará la fiesta, el astro de whisky, luces y famosos adonde vamos/íbamos. Rapto en este taxi una actriz eslava, una madre madrastra, una doña Jimena con los pechos fuera, una María cotidiana. Acaricio su mejilla, donde reflorece por enero una tercera juventud.

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