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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Cien días, no y que no

Al negar la crisis, Zapatero ha dilapidado el capital de su segunda victoria electoral

Hace cien días, Zapatero era un triunfador, revalidaba su mayoría y quedaba enfrente un Partido Popular sumido en la crisis de su segunda derrota. El presidente formó un Gobierno de paridad con un gesto de alto voltaje mediático: una mujer al frente del Ejército español. El panorama parlamentario, con el PSOE a pocos escaños de la mayoría absoluta, parecía tan idílico, que el presidente del Gobierno prefirió no gastar energías en la búsqueda de socios estables. Apoyado sobre el superávit económico, que ahora acaba de esfumarse, sobrevolaba la crisis con la impunidad de quien se siente sobrado de recursos para combatirla. A la oposición se le perdonaba la vida con fervientes deseos sobre su reforzamiento y su moderación.

Cien días después, la crisis ha consumido buena parte del capital político y de los recursos económicos que el Gobierno tenía para afrontarla. Por voluntarismo o por desconocimiento, el presidente se empeñó en negarla, durante la campaña, y después, cuando la realidad ya no admitía subterfugios. Como consecuencia, se dieron respuestas escasas o equivocadas y se consiguió que las acertadas pasaran sin reconocimiento alguno, porque nadie podía tomarlas como medidas serias contra una crisis que se negaba. Es patético el documento que ha elaborado La Moncloa para documentar la labor efectuada.

Surgieron así las primeras señales de deterioro en la imagen del presidente y del Gobierno. Y se llegó al congreso, donde el PSOE hizo algo insólito: tres meses después de las elecciones introdujo una serie de enmiendas al programa electoral con el que las había ganado. Aunque todo quedó en balas de fogueo: ni en aborto, ni en eutanasia, ni en laicidad se ha ido muy lejos. Pasó el congreso. Y la atención regresó a la crisis, que es lo que apura a la ciudadanía.

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Durante todo este tiempo, Rajoy consiguió rehacer su control del partido y ganó un congreso con signos de renovación en las caras, más que en las ideas y los programas. Encabeza su oposición a un Gobierno desconcertado con ganas de acabar con el voto del miedo, condición indispensable para que el PP regrese al poder. Con la economía apretando las tuercas, puede prescindir de los viejos temas identitarios e ideológicos. Le basta con aprovechar la crisis, con la prudencia necesaria para que la ciudadanía no le culpe de aquel mal pensamiento de que cuanto peor, mejor.

Es posible que en estos momentos, Zapatero se arrepienta de haber gastado dinero en la promesa de los 400 euros o de no haber buscado un pacto de legislatura con CiU. Otro margen tendría. Pero ya es tarde. De modo que ha optado por apelar al conflicto político clásico. Hay dos formas de afrontar la crisis, dice el presidente, una de izquierdas y otra de derechas. Es una opción táctica de alto riesgo mientras la economía siga haciendo daño. Con la obsesión de negar la crisis, Zapatero ha perdido cien días. Y ahora tiene que empezar por lo básico: recuperar la confianza de los ciudadanos. Difícil tarea, cuando no escampa el chaparrón de las malas noticias.

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