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Tribuna
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Comunicación e influencia

La impunidad y la ignorancia han hecho de la comunicación el sector más maltratado de la realidad social. En su ejercicio y en su análisis. No hay político ni intelectual, en ciernes o en sazón, que resista el cosquilleo de pontificar sobre la manipulación de la opinión pública, la peligrosidad de los mass media y la condición todopoderosa de la TV. Sin preocuparse, en absoluto, por asentar sus afirmaciones sobre esos mínimos conocimientos técnicos que evitan que un tópico se convierta además en una necedad.¿Cómo cabe afirmar, por ejemplo, cual hizo un ex ministro y catedrático de Derecho Político en el último programa de «La clave», que con TV no hubiera existido el 18 de Julio porque el televisor impide ese tipo de conductas colectivas, después de los convincentes análisis de Majid Tehranian sobre el rol combinado de la televisión y de las radiocassettes en los acontecimientos iraníes del último año?

Hace casi un siglo que los comunicólogos comenzaron a estudiar, a uno y otro lado del Atlántico, de forma empírica -Speed (EEUU, 1893) y Nousanne (Francia, 1902)- las relaciones entre medios y efectos de la comunicación, que parecen ser la obsesión de nuestros políticos. Y a partir de entonces algo hemos aprendido. De la inicial polarización antagónica -omnipotencia frente a relativa impotencia de los medios (HovIand, 1954)-, pasando por la hipótesis del. comportamiento selectivo (Clapper, 1960), y por la teoría de los usos y gratificaciones (LundbergY Hulten, 1968), se ha desembocado en una tipología diversificada y compleja (por ejemplo. Dennis Macquail, 1977, y Veikko Pietilä, 1978), en la que se hacen depender la influencia y los efectos, de la clase de medio, de la naturaleza del mensaje, de la receptividad genérica del grupo, de la disposición del receptor en su relación específica con el contenido vehiculado, etcétera.

Desde este modesto pero fehaciente patrimonio del saber de la comunicación -que nuestros licenciados en ciencias de la Información aspiran a utilizar en servicio del país y de sus políticos, aprovechando la ocasión para salir del paro-, puede sostenerse con una razonable fiabilidad (avalada por una abrumadora evidencia empírico-analítica) que la influencia de la TV, en las representaciones colectivas y en los comportamientos públicos de los ciudadanos, pasa siempre por la mediación de los diversos grupos formales e informales a los que están incorporados. Y de las personas que dentro de ellos gozan de mayor prestigio, a los que los analistas anglosajones calificaron, hace ya tiempo. como líderes de opinión. De aquí que haya,que prestar a estos últimos singular atención.

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Ahora bien, estamos asistiendo al fenómeno, aparentemente contradictorio, de que la retracción general de la comunicación escrita -la disminución, en términos absolutos y relativos, de los lectores de periódicos, en nuestro país y fuera,de él, prosigue día a día y parece ya imparable- es simultánea con el papel cada vez más determinante que cierto tipo de prensa desempeña .en la producción de creencias, valores, normas y comportarnientos de las minorías rectoras. Y a su través, de los grupos sociales y de la opinión pública.

En efecto, los llamados periódicos de élite, de calidad, de prestigio, etcétera, parecen ser hoy (Seymour-Ure. 1975) los instrumentos más decisivos para la conformación de la opinión pública, gracias, justamente, a los líderes de opinión. Esa prensa, que yo, por mor de claridad, designo como de influencia dominante, tiene, a pesar de las evidentes disparidades según países y áreas, rasgos comunes que la diferencian de los periódicos de masa. En primer lugar su tirada, que no es la mayor de su contexto pero que está entre los cuatro primeros diarios, lo que la distingue netamente de las publicaciones periódicas superselectas y semiconfidenciales. Desde un punto de vista formal hay que anotar luego: elevado número de páginas, tipografía austera, inexistencia o reducido número de fotografías, titulación sobria, publicidad especializada y relativamente poco llamativa, etcétera.

En cuanto al periódico como texto, destaca el enfoque particular del espacio, con una ponderación distinta de las secciones, énfasis especial en la información internacional y en la economía, dilatado universo léxico, estructuras sintácticas complejas, modos estilísticos en los que aflora el preciosismo. la tecnicidad, una cierta voluntad pedagógica, resonancias elitistas, la indeterminación del locutor afirmativo (el «se dice» en lugar del «yo digo»), etcétera.

Por lo que se refiere al mundo del trabajo, los agentes productivos tienen altos niveles de capacitación técnica, con frecuente titulación universitaria, conciencia de grupo muy desarrollada, relaciones intraprofesionales intensas, una ordenación jerárquica atenuada y la tendencia a organizarse en conjuntos autodecisorios. Los colaboradores libres, por su parte, son muy numerosos y responden a un amplio espectro temático e ideológico.

Los indicadores funcionales son los criterios más indiscutibles. Entre ellos, sobresalen el rol de consulta obligada que cumplen respecto del resto de los medios de comunicación, incluidas las otras publicaciones periódicas, la función de plataforma privilegiada para la expresión corporativa de las asociaciones y grupos de alcance nacional y la vigencia referencial que asumen en el ámbito de la Administración pública y en las cancillerías extranjeras, tanto en el interior como en el exterior del país.

Por lo que toca a la ideología existe una amplia gama de posiciones que oscilan desde la derecha al centro izquierda, entendiendo estas designaciones, claro está, en función del ámbito en el que se producen. Sin embargo, lo que comparten todos los periódicos de influencia dominante es su total identificación con los intereses últimos y con los elementos esenciales del sistema social en el que están y del que son el más eficaz soporte y la más válida confirmación. El Neue Zürcher Zeitung y Le Monde, que se permiten disentir tan ampliamente en tantos temas, apiñan sus coincidencias cuando se trata dejuzgar al comunismo, de apreciar al capitalismo y más globalmente en toda la problemática económica. Ahí no caben juegos.

Por lo demás, lo que parece que otorga históricamente a un diario su posición dominante es la de ser o haber sido intérprete de las aspiraciones del sector más dinámico de la clase dominante, en el ejercicio de las exigencias de actualización de las virtualidades-latencias del sistema. El Frankfurter Allgemeine Zeitung o la aspiración liberal de la Alemania ex nazi y derrotada, Le Monde o la modernización de Francia en la última posguerra, el Neue Zurcher Zeitung o la respetabilidad de la gestión empresarial suiza, EL PAÍS o la transición democrática desde el poder y sin ruptura, etcétera. Eso es lo que importa. Frente a ello, los devaneos de algunas secciones o artículos son diversión o coartada.

Pero si esto es asi ¿quién condiciona a quién? ¿El diario al sistema o el sistema al diario? Y más allá, cabe constituirse en medio de influencia dominante sin confundirse con los que dominan? ¿Qué quiere decir y qué función cumple hoy la opinión pública en la práctica de la dominación ideológica? Estos creo que son los grandes temas a debate.

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