Desidia inadmisible
El 17 de noviembre de 2009, a las siete de la tarde, nació en una clínica navarra mi nieto Bruno, hijo de mi hija Eva. Lo trajeron a la habitación sobre las ocho de la tarde, al parecer todo había ido bien; y tras el regocijo de la familia y felicitaciones a los padres, me quedé con mi hija a pasar la noche. Pero, cuál fue mi sorpresa cuando, al abrir los ojos mi nieto, advertí los signos identificativos de los niños afectados por el síndrome de Down. Mi hija me pedía que se lo diera. Y me resistía. No entendía cómo se podía dejar al niño en la habitación, como si no pasara nada. ¿Dónde estaban los responsables para dar un diagnóstico y unas palabras de aliento a los padres? Sacando fuerzas de flaqueza, le puse a Bruno en sus brazos. La madre no tardó en ver lo mismo que yo. Como pudimos pasamos la noche. Al día siguiente todo eran prisas. Según los doctores, el niño presentaba un cuadro clínico grave: infección generalizada, subida de bilirrubina... Había que trasladarlo con urgencia a la UVI del hospital Virgen del Camino. Y me pregunto: ¿Por qué no se le trasladó nada más nacer?
Desde la serenidad que me dan los años y los meses que han pasado (si hubiera escrito esta carta los primeros días hubiera sido más visceral), quiero decir que hubo desidia y falta de humanidad hacia mi hija y mi yerno. Espero y deseo que ninguna otra familia vuelva a pasar por este trance sin la debida atención.